Homilía con movitvo del 59 Aniversario del Colegio Loyola Gumilla
30 de septiembre 2024
Queridos miembros de nuestra comunidad del Colegio Loyola-Gumilla,
Nos reunimos hoy con profunda gratitud para celebrar los 59 años del Colegio Loyola-Gumilla. Este aniversario es más que una conmemoración del tiempo transcurrido; es una oportunidad para reflexionar sobre el legado de esta institución y sobre cómo podemos seguir creciendo en nuestra misión educativa, inspirados por los valores de nuestra fe.
El texto que hemos escuchado de la carta de San Pablo a los Efesios (4,1-7; 11-16) nos habla de la unidad en el cuerpo de Cristo y de la diversidad de dones que Dios ha dado a su Iglesia. San Pablo nos invita a caminar de manera digna, reconociendo nuestras diferencias y dones particulares, pero siempre buscando la unidad. Esta unidad se construye “con toda humildad, mansedumbre y paciencia” (Ef 4,2), cualidades que son esenciales en nuestro trabajo educativo. Hace un año, motivados por el lema “Juntos somos Mag+s”, apostamos por dar un paso buscando esta unidad tan necesaria. Todavía sigue siendo un desafío para nosotros, pero confío que, con la disposición de todos, la alcanzaremos en nombre de Dios.
El Colegio Loyola-Gumilla nació, como nos recuerda la historia de la Compañía de Jesús en Guayana, en un contexto de desafíos, pero también de grandes oportunidades. El Loyola nació y creció con Ciudad Guayana, y así como esta ciudad ha sido un crisol de sueños y desafíos, nuestro colegio sigue siendo un lugar donde se forjan las generaciones que construirán el futuro. Que esta celebración sea un momento para renovar nuestro compromiso con esa misión. Como jesuitas, hemos buscado no solo impartir conocimientos académicos, sino formar personas capaces de transformar su realidad, ciudadanos globales guiados por un profundo sentido de justicia, solidaridad y amor a Dios.
La misión del colegio se ha inspirado en esa “sabiduría trascendente”, la cual subrayaba el entonces Padre General Peter-Hans Kolvenbach, S.J. en su visita a Guayana en 1999, una “sabiduría” para convertir los recursos de nuestra tierra, no en objetos de codicia, sino en medios para una vida digna. En este sentido, los logros del pasado nos motivan a mirar hacia adelante, reconociendo que la educación que impartimos no puede limitarse a lo técnico o académico, sino que debe abarcar la totalidad del ser humano. Por eso, como lo subrayaba en la homilia del inicio de este año escolar, les invitaba bajo el lema “Llamados a ser Mag+s”, a que dediquemos este año a profundizar lo que puede significar para nosotros y nuestros estudiantes ese “ser Mag+s”, dando vida en lo concreto a ese ser más compasivos, conscientes, comprometidos, competentes y contemplativos.
El Salmo 113 nos invita a alabar a Dios que “levanta del polvo al desvalido y alza al pobre de su miseria” (Sal 113,7). Esta imagen de Dios que se inclina hacia los más necesitados es un recordatorio de nuestra misión como colegio católico. No estamos aquí solo para educar a quienes ya poseen privilegios, sino para extender nuestra mano a los más necesitados, los olvidados, aquellos que requieren una oportunidad para levantarse. El Colegio Loyola-Gumilla ha trabajado en esta dirección a lo largo de estos 59 años, con iniciativas educativas que han buscado incluir a todos, desde los más pequeños hasta los más marginados.
Jesús nos dejó un mandamiento claro en el Evangelio de hoy (Jn 15,12-17): “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12). Este amor no es un amor abstracto, sino un amor concreto, que se expresa en el servicio, en el acompañamiento, en la solidaridad. La labor educativa ignaciana ha entendido desde sus orígenes que educar es, en última instancia, un acto de amor. Amor por la verdad, amor por la humanidad, amor por Dios. En este sentido, educar es un acto profundamente espiritual, que busca formar a jóvenes que, como nos dice San Ignacio, estén dispuestos a “en todo amar y servir”.
San Pablo también nos llama a madurar en nuestra fe, “creciendo en todo hacia Cristo” (Ef 4,15). Este crecimiento implica reconocer que nuestra labor educativa debe estar siempre en revisión, discerniendo los signos de los tiempos. Esto es muy serio y debemos tomárnoslo muy en serio. Estamos haciendo un gran esfuerzo en esta dirección desde el último trismestre del año pasado y en este inicio del nuevo año escolar. En un mundo, un país, una ciudad marcada por una fuerte depresión económica, por la pobreza, la desigualdad y la crisis politico-social, el Colegio Loyola-Gumilla tiene un rol profético: ser faro de esperanza, reconciliación y justicia. No olvidemos que nuestra misión es formar ciudadanos globales, que nuestra tarea es formar personas comprometidas con el bien común, con una visión crítica de la realidad, y con una capacidad de discernir cómo sus dones pueden servir para la construcción del Reino de Dios en esta tierra, en esta ciudad, en esta región, en este país.
Tengamos siempre presente que el desarrollo no puede medirse solo en términos económicos, sino que debe ser verdaderamente humano, guiado por principios de justicia y solidaridad. En esta región de Guayana, donde tantas riquezas naturales y humanas han sido y siguen siendo explotadas sin respeto a la dignidad de las personas ni al equilibrio de la creación, nosotros como comunidad educativa debemos ser voz de los que no tienen voz, educando a nuestros estudiantes en el cuidado de la casa común, en la defensa de los derechos de los más vulnerables, en especial de nuestras sociedades indígenas y sus identidades; en la ciudadanía y el rescate de la ética y el sentido de lo público; en la comprensión de la sociedad y sus retos y en la búsqueda de soluciones con la aplicación y adaptación de la ciencia y la tecnología en un mundo que se ha vuelto muy abierto, cercano y competitivo.
A medida que el Colegio Loyola-Gumilla entra en su sexagésimo año de vida, es esencial que sigamos manteniendo vivo el carisma ignaciano en nuestra labor educativa. Nuestra Subdirección de Identidad está haciendo grandes esfuerzos y tiene un desafío grandisimo al que todos estamos invitados a sumar. Como comunidad, debemos recordar que la educación que ofrecemos no es solo un servicio a los estudiantes, sino una participación en la misión de Dios para este mundo.
Que este aniversario sea un momento para renovar nuestro compromiso con la educación integral: una educación que forme mentes críticas y competentes, corazones conscientes y compasivos, manos dispuestas al servicio y al compromiso, y miradas contemplativas que puedan llegar a ver a Dios en todos y en todas las cosas. Sigamos construyendo una comunidad que, inspirada por el Evangelio, busque siempre el bien común, la reconciliación y la justicia, haciendo realidad ese mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Que Dios nos bendiga y nos den muchos años más de vida,
Que así sea, ¡Feliz aniversario 59!
De Ustedes en el Señor,
P. Alejandro Vera, SJ