Colegio Loyola Gumilla
23 de diciembre 2024
A todos los estudiantes, padres y representantes; personal docente, administrativo y obrero, antiguos alumnos y comunidad ignaciana en general
Querida comunidad del Colegio Loyola-Gumilla, antiguos alumnos y amigos de la Red Ignaciana de Ciudad Guayana,
En esta hermosa temporada de Navidad, nos reunimos para celebrar no solo el nacimiento de nuestro Salvador, sino también la rica y vibrante comunidad que hemos construido juntos. Este es un momento de contemplación, reflexión, gratitud y esperanza, donde cada uno de Ustedes –profesores, personal administrativo y obrero, padres y representantes, antiguos alumnos – juega un papel fundamental en la misión que compartimos.
No es posible dejar de ver en la vida de San Ignacio de Loyola una ternura y devoción especial al nacimiento de Jesucristo. Él, en la segunda semana de los Ejercicios Espirituales, nos invita a contemplar el nacimiento con profundidad, “como si presente me hallase”. San Ignacio nos motiva a ver las personas, escuchando lo que hablan y viendo lo que hacen para reflexionar y sacar provechoso de lo que esta contemplación se suscite (cfr. EE.EE. 114-116). Tambien nosotros, al contemplar nuestros pesebres, podemos ver que el nacimiento del Salvador es un acontecimiento discreto, misterioso y no fácil de reconocer; con una increíble actualidad y que nos invita a una profunda reflexión en nuestra vida.
De esta contemplación, un primer elemento que podemos subrayar es que el nacimiento es un recordatorio que el pesebre no es un lugar de grandeza ni esplendor, sino un símbolo potente de humildad. El niño Jesús nace en un entorno donde los animales se alimentan, en la pobreza más absoluta. Este acto divino nos enseña que Dios elige la sencillez y la humildad para manifestarse. Nos invita a cuestionar nuestras propias prioridades en nuestro aquí y ahora y a reconocer que la verdadera riqueza no se encuentra en lo material, sino en el amor verdadero y la solidaridad hacia los demás. Hoy más que nunca necesitamos vivir desde la sencillez de nuestras realidades y no de las apariencias; desde el fruto del desgaste y del trabajo cotidiano y no de la nostalgia de un pasado de abundancias, de derroches y glorias. La vida nueva se entrega escandalosamente desde la sobriedad de lo cotidiano, haciendose don para los demás y donde estamos siendo invitados a que no nos ganen en generosidad.
Un segundo elemento es el gesto especial de nuestra madre la Virgen María al acoger al niño tiernamente y envolverlo en pañales. Este no sólo es un gesto de amor, acogida y de protección ante su fragilidad; se trata también de un “vestir” que da calor, seguridad, confianza y cierta paz. En esta expresión de madre, Dios también se nos muestra vulnerable, presentándonos la necesidad amor, la necesidad de ser recibidos que tenemos todos. Se nos invita a reconocer que todos necesitamos de ese amor y acogida, que se traduce en nuestra cotidianidad en un camino de comprensión de nuestras propias realidades muy humanas, pero también el reconocer esa necesidad que tienen los otros de ser entendidos desde sus realidades tan diversas. Como comunidad entonces podemos ser refugio para todos, pero sobre todo para aquellos que lo necesitan, que se sienten solos, desesperanzados, tristes, incomprendidos o marginados. ¿Cómo podemos ser un “pañal amoroso” para nuestros estudiantes y sus familias? ¿Cómo podemos ofrecer un espacio seguro donde cada persona se sienta valorada y amada? ¿Cómo podemos seguir “vistiendo” brindando integralmente, no solo formación académica, sino también seguridad y confianza en proyección a su futuro a nuestros niños, niñas y adolescentes?
Un tercer elemento que podemos ver en nuestra contemplación del nacimiento es la figura de los pastores. Ellos son los primeros en recibir la noticia del nacimiento del Mesías, representan a los despreciados y marginados de la sociedad. En su tiempo, eran considerados impuros y ocupaban el penúltimo lugar en la escala social. Sin embargo, Dios elige a estos humildes para anunciar su llegada al mundo con alegría. Este acto nos recuerda, por una parte, que el mensaje de Jesús es universal: no está reservado para unos pocos, sino que se extiende a todos, especialmente a aquellos que sufren. Por otra parte, este acto también nos muestra que la verdadera alegría es recibimiento, sin ostentación ni deseo de poseciones, desde relaciones sanas que apuestan y contruyen un horizonte esperanzador. Como miembros del Colegio Loyola-Gumilla, de la gran familia ignaciana, tenemos la responsabilidad de ser como esos pastores: mensajeros de esta alegría y esperanza que se hace comunidad. Les animo a que cada uno de Ustedes, desde su lugar – ya sea en sus trabajos, en el aula, en la administración o en el hogar – se conviertan en portadores de buenas noticias en cada gesto, en cada palabra, en cada esfuerzo. Que nuestras acciones diarias reflejen el amor, la apuesta y la compasión que Dios en su entrega nos enseñó y de lo cual somos testigos de que es fuerza transformadora.
Un cuarto elemento son las palabras del ángel a los pastores: “No teman”. Esta invitación es fundamental para nuestra vida cotidiana. En tiempos difíciles y desafiantes, es totalmente comprensible sentir miedo. Pero también es fácil dejarse llevar por la angustia y la incertidumbre, buscando falsas seguridades en experiencias o eventos superfluos. El nacimiento de Jesús nos recuerda que siempre hay esperanza: una esperanza que no es mágica, sino que entra dentro de nuestro horizonte de elección. Decidir tener esperanza es detenenerse en la contemplación de nuestro pesebre y creer que para Dios nada es imposible. La alegría es una respuesta adecuada ante el anuncio divino y a creer en el mismo; es una llamada a vivir con confianza y optimismo. Tenemos la oportunidad de cultivar un ambiente donde prevalezca una cultura positiva y llena de esperanza en nuestra comunidad, en nuestro hogar, en nuestras aulas y espacios de trabajo. No se trata de un positivismo tonto o ingenuo, todo lo contrario: se trata de asumir la responsabilidad de que cada sonrisa compartida, cada palabra amable, cada apuesta y cada gesto solidario contribuyen a crear un entorno, en principio, donde todos se sientan valorados, y, a largo plazo, será posibilidad posibilitante de grandes cosas, de un futuro, de un mundo, de un país, de una Ciudad Guayana diferente y seguramente mucho mejor.
Finalmente, a medida que celebramos esta Navidad y nos preparamos para recibir el nuevo año, les animo a pensar en cómo podemos seguir actuando juntos para continuar construyendo un futuro mejor. Cada uno de ustedes tiene talentos únicos que pueden contribuir al bienestar de nuestra comunidad. Ya sea dando lo mejor comprometidos con nuestros planes estratégicos institucionales o a través de diversos voluntariados, o de gestos solidarios, o apoyando iniciativas educativas o simplemente ofreciendo una mano amiga a quienes lo necesitan. Cada gesto y acción cuenta. Invitemos a nuestros niños, niñas y adolescentes; a nuestros estudiantes, a toda nuestra comunidad educativa, a toda nuestra familia ignaciana, a ser agentes de cambio. Fomentemos valores como la empatía, la reconciliación, la justicia social y el servicio desinteresado, siendo compasivos, competentes, conscientes, comprometidos y contemplativos. No olvidemos que formamos no solo académicamente a nuestros alumnos, sino también a ciudadanos globales.
Queridos amigos, en esta Navidad, que al contemplar el nacimiento del Niño Jesús como lo hizo San Ignacio, sea una nueva oportunidad para adentrarnos en ese misterio, sentir profundamente la llamada de Dios y lanzarnos a caminar hacia las posibilidades posibilitantes de lo que parece imposible, fortaleciendo nuestros vínculos y renovando nuestro compromiso con los valores ignacianos.
Les deseo de corazón una feliz Navidad llena de paz, amor y alegría compartida con sus seres queridos. Que este nuevo año, desde nuestras realidades cotidianas, desde nuestra sencillez y humildad, traiga consigo nuevas oportunidades para crecer juntos en fe y esperanza, para comunicar la verdadera alegría, para contribuir a crear posibilidades posibilitantes de grandes cosas en nuestro país y en nuestra región. Parafraseando a San John Henry Newman, que Jesús naciendo en nuestros pesebres, abra sus ojos y nos encuentre cada vez más como Él: más sencillos, más humildes, más generosos, más cariñosos y hospitalarios, más alegres, más llenos de Dios.
Con cariño,
De Ustedes en el Señor,
P. Alejandro Vera, SJ