Colegio Loyola Gumilla
31 de julio 2025
A todos los estudiantes, padres y representantes; personal docente, administrativo y obrero, antiguos alumnos y comunidad ignaciana en general
Querida comunidad del Colegio Loyola-Gumilla, familiares, estudiantes, colegas, antiguos alumnos y amigos de la Red Ignaciana de Ciudad Guayana,
Al celebrar hoy la fiesta de San Ignacio de Loyola, nos reunimos con alegría y gratitud para recordar y dar gracias por la vida y legado de nuestro fundador, modelo de discernimiento, buscador apasionado de Dios y promotor incansable de la esperanza. Como Rector de este colegio y como acompañante de nuestra Red Apostólica, me alegra profundamente poder compartir estas palabras con todos Ustedes, caminando juntos como comunidad animada por el mismo Espíritu.
San Ignacio nos dejó la herencia de poner a Cristo y a la Iglesia en el centro de nuestra vida. Así lo recordó el Papa Francisco en su oportunidad en una homilía en un día como hoy, señalando que el escudo de los jesuitas –ese IHS que significa “Jesús, Salvador de los Hombres”– es más que un emblema: es un recordatorio permanente de que toda nuestra misión, nuestras búsquedas, nuestras preguntas, deben partir y llegar a Jesús, el verdadero centro. Ignacio fundó nuestra Compañía no sobre sí mismo, sino sobre Cristo, invitándonos siempre a desplazarnos del propio interés, del ego, para tener ante los ojos a “Cristo siempre mayor”, como decía el Santo Padre que en paz descanse. No estamos llamados a buscar caminos individuales, sino a seguir a Cristo en, con y desde la Iglesia; a ser creativos y audaces, pero siempre en comunión, sirviendo con generosidad. No dejemos de hacernos siempre la pregunta que Ignacio invita a meditar: ¿Es Cristo el centro de mi vida? ¿Dejamos que Él oriente nuestros sueños, nuestras decisiones y aún nuestras dudas?
La vida ignaciana es una experiencia de discernimiento constante. Ignacio y Pablo coinciden en esto: antes de decidir, antes de servir, hay que dejarse conquistar por Cristo. Pablo en el camino a Damasco, Ignacio en Loyola, ambos descubren que es Jesús quien da el primer paso, quien “sale a nuestro encuentro”, quien nos espera. Nuestra respuesta es ponernos a su disposición: “Quien quiera venirse conmigo, ha de trabajar conmigo…”.
El discernimiento ignaciano que tanto promovemos en nuestras obras y en la Red Apostólica no es sólo análisis ni cálculo humano. Discernir, en la tradición ignaciana, es mucho más que tomar decisiones acertadas. Es, ante todo, una manera de situarse ante la vida, ante Dios y ante los demás. El discernimiento es la búsqueda constante de la voluntad de Dios en lo concreto de nuestra historia. Es escucha profunda, es ponerse a la escucha de Dios y de los otros, es preguntarse en oración: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago ahora por Él y por su pueblo? ¿Qué debo hacer, en este contexto, por Cristo y con los demás?
Responder estas preguntas implica cultivar el silencio interior para escuchar la voz de Dios en medio del ruido, no solo en la oración individual, sino también en nuestras conversaciones, en los signos de los tiempos, en la voz del otro y de la comunidad. También implica mirarnos con verdad, con humildad, sin máscaras. A veces nos cuesta mucho reconocer y hablar de nuestras luces y nuestras sombras, de nuestras fortalezas y nuestras fragilidades, sin miedo ni autoengaños. Pero es necesario hacerlo, no para buscar respuestas fáciles ni inmediatas, ni para resolver asuntos de forma pragmática porque la “realidad se impone” y no nos queda otra cosa qué hacer: lo hacemos porque deseamos buscar aquello que más ayuda a servir y amar a Dios y a los demás, lo que San Ignacio llama “el mayor bien”. El horizonte del discernimiento entonces es buscar “el mayor bien” y no lo hacemos de manera aislada. Caminamos juntos en esta búsqueda desde nuestras particularidades. Como dijo nuestro Provincial el P. Alfredo Infante, S.J. en una reciente carta dirijida a toda la provincia con motivo de esta fiesta: estamos llamados a la “escucha y la unión de ánimos”. El discernimiento comunitario nos ayuda a reconocer que nadie posee toda la verdad y que necesitamos la voz y la experiencia de los otros.
En estos tiempos en que nuestra provincia y nuestras obras están en proceso de reorganización y discernimiento, este arte es más necesario que nunca. El discernimiento ignaciano nos invita a abrazar la diversidad de contextos, culturas y vocaciones; a abrirnos a la colaboración y al trabajo en red; a ser humildes para aceptar cambios, retos y nuevas llamadas.
Hoy es día de dar gracias. Gracias por la herencia de Ignacio, por la misión educativa y por la posibilidad de servir en esta comunidad. Por la labor de cada uno de ustedes: maestros, docentes, profesores, jóvenes, familias, voluntarios, colaboradores de la Red Apostólica de Ciudad Guayana y de tantas otras comunidades que viven el carisma ignaciano. Pero el agradecimiento no nos encierra en el pasado; al contrario, Ignacio nos enseña a mirar hacia adelante con esperanza. Nos urge a preguntarnos: ¿Cómo podemos ser, aquí y ahora, instrumentos de reconciliación, de justicia, de fe comprometida y de amor generoso?
Frente a los desafíos de nuestro país, frente a situaciones de frontera, de pobreza y exclusión, la espiritualidad ignaciana nos invita a la esperanza activa. A no dejarnos paralizar por el miedo ni el desencanto, sino a trabajar con otros, a confiar en la fuerza transformadora del Evangelio y de la educación integral. No debemos olvidar –como nos lo recordaba el Papa Francisco– la necesidad de la humildad y la vergüenza: la humildad de saber que no somos nosotros quienes construimos el Reino, sino la gracia del Señor que actúa en nosotros; la vergüenza noble de no siempre estar a la altura, de sentirnos frágiles y pecadores, pero amados y llamados por Dios. Como “vasijas de barro”, llevamos un gran tesoro y somos testigos de su misericordia.
Para finalizar, quiero invitarles, con Ignacio y María, a pedir la gracia de poner a Cristo en el centro, de abrirnos humildemente al discernimiento, de servir a la Iglesia y al mundo desde la colaboración y la esperanza. Sigamos construyendo juntos nuestro mapa apostólico, en Ciudad Guayana y en todo el país, acogiendo los dones y diversidad de cada uno.
Que este día sea ocasión de encuentro, de escucha, de agradecimiento y de compromiso renovado. Demos gracias a Dios por San Ignacio; pidamos la intercesión de María, nuestra Madre, para seguir adelante, siempre con “ánimo y generosidad”.
Con cariño,
De Ustedes en el Señor,
P. Alejandro Vera, SJ
