I.

Permíteme, por favor, abrir el comentario de las lecturas de mañana con una anécdota personal: una de las docentes del Colegio, sabiendo que nací en San Félix, quiso saber de algunas “coordenadas” mías que me conectaran con su esposo, con la esperanza de demostrarme que él y yo fuimos amigos de infancia, dado que nacimos en el mismo barrio. La miré enternecido, y le respondí: “Sin duda, puedo ser tu hijo, porque, a pesar de las apariencias, tu pareja es mayor que yo”. A partir de ese día, la llamo “madre”.

Ella estuvo ayer en mi oficina, aplastada por esta situación: “¿Hay que optar entre dejarse arrastrar por la depresión, o levantarse y seguir creyendo, seguir luchando?”, me preguntó.

Madre, las lecturas de mañana domingo nos invitan a continuar creyendo con Dios.

 

II.

He dicho en otra ocasión que los autores bíblicos echan mano de símbolos para favorecer una mejor comprensión de nuestra relación con Dios. Es el caso de la primera lectura y del evangelio dominicales. La primera es del profeta Ezequiel; el segundo es de san Marcos. Entre ambas lecturas existe una conexión, que presentaré más abajo.

Ezequiel habla al pueblo en nombre de Dios, valiéndose de la imagen del cedro: Él tomará una rama de un cedro plantado en lo alto; de ella saldrá  otro árbol tan alto como la montaña de donde proviene, y en él anidarán todas las aves y todos los demás árboles tendrán que ver con él, todos sabrán de él.

El capítulo cuarto de Marcos nos muestra a Jesús predicando el Reino a través de las parábolas: el Reino de los Cielos se parece a un agricultor que echa la semilla en el campo, y ésta crece. Asimismo, el Reino es semejante al grano de mostaza que, al sembrarlo, pasa  de ser la semilla más pequeña a convertirse en el árbol más grande. El pasaje se cierra con un comentario del evangelista de que Jesús le hablaba a la muchedumbre en parábolas, pero a los discípulos les enseñaba todo, en privado.

Nos queda aún la segunda lectura, de Pablo a los Corintios. El apóstol, breve, pero poéticamente, sienta las bases de la vida cristiana: a pesar de que caminamos “sin ver” al Señor, gracias a la fe, lo hacemos confiadamente. Esta existencia en Cristo se traduce en vivir a su lado, haciendo todo lo que Él aprueba. San Pablo concluye afirmando que todo cuanto hayamos hecho en esta vida, repercute en la eternidad.

 

III.

Lo primero que salta a la vista del recurso del árbol es la desproporción entre lo diminuto de su origen, y lo enorme de su resultado. Lo segundo es que la grandeza del árbol está precisamente en su capacidad de acoger a todos, de estar con otros, sean de mayor o menor dimensión que él. En sus ramas caben todos.

La misma idea se repite en el ejemplo del grano de mostaza, de semilla más chica a  árbol más grande. Sin embargo, Marcos introduce otro elemento para nuestra reflexión, es decir, no obstante estar muy atentos a cada etapa del crecimiento de la semilla, algunas de éstas se nos escapan y, regularmente, nos encontramos con el desarrollo de las cosas sin que sepamos exactamente cuándo crecieron y maduraron.

Estas parábolas agrícolas buscan enseñarnos algo de lo que es el Reino de Dios: a pesar de su inicio germinal, sus proporciones finales nos llegan a todos. La humanidad entera cabe en el Reino de los Cielos. Los cristianos nos dedicamos a hacer esto una realidad. Conscientes de que hay dinámicas que dependen de nosotros, y otras no. Hay realidades que dependen exclusivamente de Dios, y otras dependen de nosotros.

Jesucristo se vale de las parábolas precisamente porque tienen la bondad de —para quien la oye— tomar aquello que más conviene para el momento que vive, y aplicarle la sabiduría del mensaje que se descubre con la escucha. Tienen asimismo una especie de función “crítica”, de manera que ayuden a poner en tela de juicio convicciones y criterios que probablemente no están de acuerdo con el Evangelio. Finalmente, las parábolas son la forma en que Jesús “santifica” la realidad cotidiana, pues en definitiva habla de cosas que giran alrededor de la mayoría del pueblo sencillo, en este caso: sembradores, semillas, árboles, pájaros, etc.

Ahora bien, que Jesús se dedique después a los discípulos, no es que estemos en presencia de “dos enseñanzas”. Jesús no hace sino repetirle a los Doce lo que ya dijo públicamente. La frase hay que entenderla de distinto modo. A mi juicio, que Jesús de Nazaret enseñe privadamente a los discípulos el mensaje de las parábolas significa al menos dos cosas. La primera —en el caso del evangelio de san Marcos— que Jesús está preparando desde ya a sus colaboradores. Estamos a pocos capítulos de haber comenzado el evangelio, y Jesús está “urgido” de preparar a los suyos. La segunda cosa que puede significar el hecho de que Jesús se aparte con los discípulos es para nutrir la relación particular que se establece entre Él y aquellos que optaron por Él. En este caso, se trata de fortalecer los lazos de unión de la relación.

Hay un tercer punto de vista. En este escenario, los discípulos están tan ensimismados con sus “agendas ocultas”, que andan distraídos de las palabras y mensaje que el Señor nos ofrece. Jesús se vería entonces en la necesidad de educarlos con más paciencia, más dedicación.

 

IV.

Días atrás, Luis Vicente León afirmó que los venezolanos no hemos visto siquiera la mitad de la película llamada “hiperinflación”. Da la sensación de que en nuestro cotidiano caminamos sin ver; el desánimo consume, pues toda trivialidad deviene un drama incluso fatal. La violencia se convirtió en la solución más plausible para dirimir el roce social, común.

A pesar de todo, madre, cada nuevo comienzo trae consigo un rebrote de esperanza, y fuerzas para hacer posible este inicio. Lo que hagas acá, se sabrá en el cielo.