I.

“Llega nuestro Dios”, oiremos decir este próximo domingo en todas las iglesias, durante la proclamación de la Palabra de Dios. El Señor se vale de la persona de Isaías para hacer sentir su mensaje. Son palabras cargadas de esperanza. Son palabras pronunciadas sin eludir la realidad que está viviendo el pueblo. Precisamente, porque Dios sabe cuál es el momento presente de su gente, es capaz de afirmar que la situación es pasajera. Tan radical es la intervención divina, que incluye a la creación entera.

Ahora bien, el actuar de Dios apela a cada ser humano a revertir toda situación adversa, del mismo modo que Él lo hace. El apóstol Santiago invita a todos los miembros de la comunidad cristiana a dar pasos concretos que indiquen el horizonte hacia el cual caminamos: que no haya favoritismos entre los hermanos en Cristo; si llegara a darse, que busque entonces favorecer a los excluidos y necesitados.

En el evangelio de Marcos, es Dios cumpliendo lo que se dijo en la primera lectura a través de la persona y acción de Jesucristo.

 

II.

Hoy día, el discurso del profeta es justo y necesario para nosotros, pues determina el rasero con que medirnos: estaríamos por demás justificados si nos halláramos en una depresión sinigual, fruto del desastre de país donde nos toca sobrevivir. En esto nos parecemos mucho al pueblo al que se dirige Isaías. Sin embargo, Dios anima al pueblo devolviéndole la fortaleza a su corazón. El temor no puede ser el combustible de cuanto acontece, porque Él vuelve para salvarlo: devolver la vista a los ciegos y el movimiento a los impedidos, la posibilidad de oír su Palabra y proclamarla con su lengua. Para que el hombre esté efectivamente “completo” hay que cambiar asimismo las estructuras desérticas, convirtiéndolas en verdaderas fuentes de agua, es decir, de vida.

La función de toda utopía es detonar esos resortes internos que la hagan posible, real. Si lo de Jesús es amarnos a todos por igual, optando por los más pobres como manifestación concreta de este amor, es nuestro deber serle fiel en este estilo que instituyó. Santiago asumió este mensaje con todas sus consecuencias: que no haya diferencias entre las personas, y menos aún si dichas separaciones provienen del hecho de tener dinero, poder colores. El Apóstol dice que escogencias de este tipo no responden a “buenos criterios”. Si nos fuera imposible no cumplir este precepto del Señor Jesús, Santiago entonces nos dirá que nos inclinemos por los desfavorecidos de todos los sistemas de cualquier tiempo.

Jesús de Nazaret esta en movimiento, camina por todas las regiones y poblados venciendo el mal a fuerza de bien. Personas solidarias le presentan a un sordo mudo para que le imponga sus manos. Jesús no solo lo toca, sino que lo hace valiéndose de gestos inusuales, pero que llegan hasta nosotros, de manera litúrgica, en el bautismo: apartando al impedido, introduce sus dedos en los oídos, y unta de su propia saliva la lengua del sordo mudo. Inmediatamente, el milagro se da: el hombre “oye” la Palabra, pues es capaz de “proclamarla”. Nuestro Señor Jesucristo le manda no decirlo a nadie, pero el hombre hace caso omiso de la orden divina.

 

III.

Estamos a pocos días de iniciar un nuevo año escolar. La agitación y la incertidumbre se han convertido en el aire que respiramos, a causa de todos los males que padecemos.

Debemos comenzar el año académico afirmando a todo pulmón que la confianza en Dios —y en nosotros mismos— no puede mermar. Él lo ha hecho bien todo, y continuará haciéndolo. Dios hará que todas nuestras deficiencias sean superadas, personal y estructuralmente; nos corresponde a nosotros darle una mano en esta empresa.