I.

La Sabiduría es una realidad bien ponderada por las diferentes culturas —no así por las ideologías, que buscan erradicarla a toda costa, conscientes de que representa una feroz enemiga para sus intereses—, que activa las más variadas y positivas dinámicas humanas que pretenden alcanzarla y propagarla.

La frase que encabeza mi comentario de hoy está tomada del Libro de la Sabiduría. Mi pretensión es discurrir con sencillez alrededor de la Sabiduría, de manera que haga nido en nuestras vidas cada día más.

 

II.

El pasaje en cuestión representa una “confesión” de quien habla: él la suplicó, la invocó, y se le concedieron sabiduría y prudencia; una vez que las poseyó, éstas relativizaron lo que generalmente las personas valoran: el poder y las riquezas, la belleza efímera e incluso la salud. Dedicado a lo que realmente cuenta de esta vida, es decir, sabiduría y prudencia, todo lo demás “le fue dado por añadidura”, como dice el Evangelio. Todo lo bueno de esta vida llegó con la Sabiduría.

El domingo tendremos ocasión de leer el capítulo cuarto de la Carta a los Hebreos, escrita por san Pablo. El pasaje en cuestión se refiere a la palabra de Dios, palabra viva y eficaz, que penetra lo más íntimo de nuestra intimidad, va a parar a las encrucijadas de nuestro ser, donde espíritu y alma se dividen, donde coyunturas y tuétanos se separan.  Su función es sacar a la luz todo cuanto somos, de modo que el Señor Dios se pronuncie sobre nuestras existencias.

Continuamos de la mano del Evangelio de Marcos, quien, en el capítulo décimo de su evangelio, nos relata del encuentro de un joven con el Señor Jesús.

El joven no puede reprimir su deseo de verse con Jesús, de pertenecer al grupo de sus discípulos, que corre hasta alcanzarlo. El chico es capaz de reconocer en la persona de Jesús algo que es propio del mismo Dios: “Bueno”. Jesús es bueno. Jesús es lo mejor que le puede llegar a ocurrir a este joven, y quiere que así sea. El muchacho desea hacer algo trascendental con su vida, que valga la pena y que le haga heredero de la vida eterna.

Jesucristo, al responder con sencillez, demuestra su Sabiduría: “¿Quieres hacer con tu vida algo bueno, que incluso cincele los cielos? Vive los mandamientos”. El joven replica que ya lo hace, incluso desde temprana edad. Para aquellos que no se conforman con lo dado, con repetir recetas gastadas, Jesús de Nazaret “sube la apuesta” abriendo nuevos horizontes allí donde da la sensación de que todo está dicho o hecho: “Una cosa te falta”, dice Jesucristo. Hay que deslastrarse de todo “peso muerto” —del dinero, del ansia de poder, de la apariencia y del narcisismo— y, una vez alcanzado el estado de ligereza requerido, o sea de libertad, irse en pos del Señor, convertirse en el portador de su Palabra, colaborador de su misión.

El relato se concluye con la no aceptación por parte del joven de la invitación que le hizo Jesús. Las palabras del Señor cierran el pasaje: “Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los cielos”.

Si la semana pasada los discípulos de Jesús se escandalizaron por las palabras de Jesucristo a propósito de la licitud del divorcio, y la contraposición con lo que Dios dispuso desde los orígenes, el domingo próximo necesitarán que el Señor los confirme, pues ellos dejaron todo por seguirlo a Él. Jesucristo los conforta afirmando que su renuncia no es efímera o estéril, sino que recibirán todo lo que hace bien de manera generosa.

 

III.

Recapitulando lo dicho hasta ahora, me parece que el Sabio es aquel que elige a Jesús, el Bien Supremo: lo mejor que nos puede ocurrir en esta vida, y que podemos dar en herencia a los nuestros, es a Dios. Es de insensatos y necios —y la vida se encarga de demostrárnoslo— anteponer lo material a lo que realmente vale la pena de la vida. Quien pide la Sabiduría, y se le concede, escoge a Jesús. Escogiéndolo a Él, todo lo bueno llega.