I.

La Semana Santa inicia con el domingo de ramos, conmemoración de la entrada de Jesucristo en Jerusalén. La celebración litúrgica contempla este año la lectura del evangelio de Marcos, capítulo 11, versículos 1 al 10, para la bendición de las palmas, mientras que la misa como tal ofrece las lecturas del profeta Isaías, la carta a los Filipenses y se recurre nuevamente al evangelio de Marcos, capítulo 14, versículo 1 a capítulo 15, versículo 47, que relata la pasión y muerte de Nuestro Señor. Para la reflexión de mañana domingo tenemos, pues, mucho material bíblico del que echar mano.

Precisamente por lo apenas dicho, concentraré mi aporte en el capítulo 11 del evangelio de Marcos, esperando poder sembrar posteriormente la semilla de este evangelio en nuestra situación concreta. Quiero cerrar retomando una idea de la lectura de Isaías.

 

II.

En los diez versículos que supone la perícopa de Marcos, se nos relata la que será la última subida de Jesús a Jerusalén: cerca ya de la Ciudad santa, pide a dos de sus discípulos que vayan a un pueblo cercano y le traigan un pollino, nunca antes montado, y que si alguien les pregunta por qué desatan y se llevan el jumento, que respondan que Señor lo requiere, y lo devolverá posteriormente. El Señor entra entonces en Jerusalén en su improvisada cabalgadura, siendo recibido por los presentes entre vítores y cantos de agradecimiento a Dios, agitando ramos y palmas (de ahí el “domingo de ramos” y las “palmas benditas”, como recuerdo simbólico de este relato), y tendiendo mantos a su paso.

Por su parte, el pasaje de Isaías, capítulo 50, versículos 4 al 7, refiere por boca del mismo profeta cómo Dios le concede lengua de “iniciado” para que sepa dar una palabra de aliento a su gente. Ello es posible si oye con atención; ello es posible si no se amilana ante el desprecio del colectivo, del odio que incluso podría llegar a traducirse en violencia física.

 

III.

El título de la columna de esta semana lo tomé del Salmo 73, versículos 22 al 23: “era solo un burro ante ti. Pero yo siempre estaré contigo, Señor”. Y quiero ahondar en la imagen del burrito, medio de transporte escogido por Jesús de Nazaret para irrumpir en Jerusalén, durante las fiestas judías. El burro tiene fama de estúpido y terco, pero también de trabajador, por ser fuerte, que se conforma con poco, o sea, sale barato. Generalmente, es usado por gente sencilla. Al escogerlo Jesús como su cabalgadura, lo contrasta con el caballo, animal veloz, de guerra —se atribuye a Atila la frase: “donde pisa mi caballo, no crece más la hierba”, para infundir miedo; el caballo de Troya, por su parte, fue un truco bélico que selló el triunfo de los griegos sobre los troyanos—; el medio de transporte habla de aquel a quien transporta.

La Sagrada Escritura en su conjunto recurre a la figura del animal de carga, dándole un rol de acuerdo al contexto. Acá rescato sencillamente un par de ideas antes de entrar propiamente en el mensaje. En primer lugar, la presencia de la burra en la representación artística del nacimiento de Jesucristo se la debemos a san Francisco de Asís, pero tiene sus raíces bíblicas (Isaías, capítulo 1, versículo 3). Estamos al comienzo de la vida de Jesús y el animalito está ahí para adorarlo puesto que reconoce que es el Mesías, a diferencia de Israel, que no mueve un dedo siquiera ante la llegada de su Señor; pero de igual modo ocurre al final de su vida terrena, como dijimos anteriormente, donde el asno introduce al Señor en su pasión.

Entre las muchas consideraciones que pudiera hacer a propósito de este pasaje —y que se han hecho, sin duda— pongo sobre la mesa dos: que Jesús escoja un burrito para entrar a Jerusalén habla de Él y de su programa. Primero, el jumento “prestado” se refiere a la pobreza del Señor, que no dispone de un medio valioso para la época, pero relativamente fácil de adquirir. El animal nunca fue usado, según el relato, pero como todos los de su raza, tiene deseos de servir al jinete, de igual manera que Jesús quiere servirnos a todos. En el evangelio de Mateo —capítulo 21, versículo 5— se dice a Jerusalén “tu rey viene a ti, Manso, sentado sobre un pollino”. La mansedumbre de ambos, de Jesús y del asno, auguran tiempos de paz; de ahí que el pueblo responda con alegría, y tapicen el sendero de los pies del mensajero de la paz con mantos y palmas, benditas palmas.

La segunda consideración es de índole “más” espiritual, dado que toca la relación de cada cristiano con Dios. Esta idea le pertenece a San Josemaría Escrivá de Balaguer, quien en el punto 381 de sus Obras dice, palabras más, palabras menos, lo siguiente: “Me hiciste tu burrito; no me dejes, y estaré siempre contigo. Llévame fuertemente atado con tu gracia; y hazme cumplir tu Voluntad”. Estamos invitados a cargar con Jesús, apuntándonos a su programa de paz, y consiguientemente de alegría para un pueblo expectante de una buena noticia. Al ahondar en la relación con el Señor, nos damos cuenta que efectivamente su carga es ligera y su yugo llevadero; nos hacemos conscientes que es Él quien dirige graciosamente las riendas de nuestra vida, para hacer de todos nosotros más personas en la medida en que hacemos realidad su plan, y lo compartimos con otros.

 

IV.

Este artículo lo escribí después de haberme enterado del anuncio presidencial del nuevo cono monetario para junio próximo. El mensaje alentador que Isaías pide demos al pueblo, se hace cuesta arriba con noticias como estas. Sin embargo, la esperanza a propagar está fundada en nuestra realidad de oyentes de la Palabra de Dios. De esa escucha nace la fortaleza que nos dará oxígeno espiritual para continuar predicando alegría en el país, porque proviene de la paz. Siempre estaré contigo, Señor.