I.

La vida que nos ha tocado vivir, con sus condicionamientos espacio-temporales y las dinámicas que la componen, tiende a “cerrarse” sobre sí misma, dándonos la impresión de que se agotaron las salidas; al no haber alternativas, la actitud más natural es entregarse al derrotismo, sucumbiendo ante la depresión.

Lo de Dios, sin embargo, va en la línea contraria. Es propio de Dios abrir escenarios incluso allí donde parece no haberlos ya. Nuevos derroteros se nos muestran, con la condición de que “le demos una mano al Señor”, haciendo realidad sus sugerencias.

 

II.

El domingo próximo san Juan evangelista concluye su capítulo sobre “Jesús, pan de vida”, obligándonos a reflexionar una vez más sobre este punto concreto, en un país que parece no tener un instante de paz, como consecuencia del sucederse de los acontecimientos que nos incumben, y de respuestas irresponsables provenientes de los principales actores públicos y políticos.

Resulta claro que la recomposición de nuestra situación exige tiempo y lucidez, para no extraviar el camino. Puestos en la mejor de las actitudes, incluidas las políticas, habrá que añadir a la paciencia y a la inteligencia, un toque de sensatez. Me refiero a la demostración patente de estar dispuestos a escoger —y proteger— lo que más convenga al bienestar de la colectividad, porque no queremos bajo ninguna circunstancia que la historia se nos venga encima, y no tengamos ya un futuro valedero.

 

III.

En la liturgia estará presente una invitación permanente al sendero divino, que es el del hombre sabio, es decir, del hombre prudente, aquel que aprende de las lecciones que le da la vida: los faltos de razón son finalmente llamados a participar del banquete que el Señor ha preparado para ellos, puesto que Dios no excluye a nadie de la ocasión de hacerse sensato. Ante la inminente llegada de días aciagos, se coloca sobre la mesa la posibilidad de escoger el bien, actuar acorde con unos principios, poniéndolos por encima de cualquier tipo de embriaguez propia del odio desenfrenado, del poder desnudo o de la irracionalidad hecha carne. No entender esto, es de insensatos.

Asimismo, es de imprudentes no reconocer al hombre que vino de Dios, para hacernos partícipes de su misma condición, mediante la comunión de su cuerpo y de su sangre, o sea, de su vida entera, y poder amoldar la propia existencia a Él que es el modelo de Hombre. Comer su pan, comulgar su cuerpo, abre la historia allí donde la vemos cerrada, y nos da nuevas fuerzas para continuar el camino.

 

IV.

Los días pasados no han sido fáciles: persecuciones y encarcelamientos, amedrentamientos y desapariciones, apartheid y estampida de connacionales, escasez y seis estados viviendo las penurias de las inundaciones. No es sencillo convivir con todo esto, y lo que está por venir.

Jesús de Nazaret nos pone una vez más en un escenario decisivo. Escogerlo a Él significa sin duda alguna optar por la sensatez, donde podremos apoyarnos, no en virtud de nuestras fuerzas físicas o testarudez, sino de lo patente de su modo de ser y actuar: Él no cesa de esperar, así como tampoco Dios mengua su esperanza en los inexpertos, y Pablo en los efesios imprudentes. Hay esperanza, y los motivos son muchos. Permita Dios que nos desaminemos jamás.