Recuerdo haber asistido a sacramentales donde “le ponen el agua al niño”. Dependiendo del lugar, en un momento determinado de la celebración, suelen colocarle sal en la lengua, deseando que al infante no le falte el sabor en su existencia, augurándole además que lleve sabor a esta vida, allí donde él esté. De igual modo, se enciende una vela simbolizando que la luz que es Cristo ilumine su andar, y que él sea portador de esta luz.

Este es el sentido del mensaje que nos traen las lecturas del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario.

Jesús no está en medio nuestro, físicamente hablando; su presencia ahora pasa por el Espíritu Santo que habita en nosotros, para inspirarnos, para recordarnos el mensaje del Maestro, para mantenernos en pie cuando la situación así lo amerite. El Espíritu es fuerza y ánimo, es sabiduría y claridad. Es nuestro fiel compañero de camino, en las buenas y en las malas. A él nos remitimos para que refresque nuestras energías, y nos indique el sendero a recorrer una vez más, pues nos debemos al Señor y a nuestros hermanos.

El evangelio según san Mateo es la continuación de las Bienaventuranzas, que comentara la semana pasada. El mensaje en esta ocasión apunta a las actitudes que hemos de observar aquellos que conocemos a Jesús mediante la lectura y meditación de las Bienaventuranzas, de quienes nos sumamos a la tarea a realizar, que son las Bienaventuranzas. Ese es Jesús de Nazaret, y ese es su proyecto para nosotros. ¿Con qué actitud asumimos ambas realidades?

La Buena Noticia es clara. Somos sal y luz de la tierra. De haber acogido esta llamada, no tiene sentido agazaparnos, no actuar: no tiene sentido encender una vela para esconderla. Cuando se enciende la luz es para iluminar, venciendo la oscuridad que nos circunda; cuando se coloca sal a la comida es para darle sabor, porque el alimento bien sazonado es agradable al paladar.

El comportamiento del seguidor de Jesucristo —determinado por su condición de sal y luz— implica entonces “exponerse”, anunciar el mensaje recibido, aceptado y que amerita ser conocido por todos. Otra cosa distinta será, después, la actitud de acogida o de rechazo de parte de los oyentes. Ahora bien, hay que estar conscientes que las imágenes bíblicas de la sal y la luz llevan implícitas cierta debilidad. Es decir, es muy fácil “pasarse de sal” o dejar la comida sosa; es más fácil apagar una vela, que encenderla (sobre todo si no se dispone del yesquero o los fósforos). Lo que quiero expresar con esto es que nuestra misión es hermosa, pero frágil, pues no se apoya en el poder desnudo, ni pretende apuntalar nuestras debilidades, sino que precisamente en esta docilidad misionera radica nuestra fortaleza humana, y no en nuestra prestancia física o en poder del cargo mal asumido.

A Venezuela le falta sabor, pues esta situación nos tiene deprimidos. A Venezuela le falta luz, porque la oscuridad se ha abalanzado sobre nosotros. Somos sal y luz para Ciudad Guayana y el país.