I.
Sin haber despejado aún todos los interrogantes existenciales que la vida me ha planteado, considero no obstante que un buen inicio es asimilar lo más posible sus paradojas reales presentes en las esquinas que doblo. A mi juicio, estas paradojas recorren el comentario de las lecturas del III Domingo de Cuaresma, Ciclo B. Por otro lado, la Palabra de Dios se da en la situación nacional, con miras a vivir superadoramente el momento actual. Ello implica que la Palabra debe proclamarse también en Venezuela.
II.
La primera lectura ha pasado a la historia de nuestro imaginario religioso como el Decálogo (la palabra griega significa «diez leyes»). Son las normas que Israel debe observar en su relación con Dios una vez que éste ha liberado al pueblo de la esclavitud, mientras hace el camino a la tierra prometida, atravesando su desierto como colectivo y de sus dirigentes, representados en Moisés.
En cambio, la Carta a los Corintios recoge la respuesta que Pablo da a aquellos que desean pruebas para continuar dentro de la comunidad cristiana con una mayor certeza: los judíos exigen signos y los griegos sabiduría. A ambas petitorias responde el Señor con la cruz de su Hijo.
Finalmente, el pasaje del evangelio de Juan también es familiar: se lo conoce como la expulsión de los mercaderes del templo por parte de Jesús. El Señor, en un arrebato de celo divino, pues la morada de Dios ha sido convertida en un verdadero negocio, echa a todos del templo, y aprovecha el gesto para hablar de su resurrección. El pasaje se cierra afirmando que muchos se adhirieron a Jesús mientras estuvo en Jerusalén para celebrar la pascua judía, pero Él desconfiaba de ellos, pues al conocer lo hondo de las motivaciones que los llevaron a dar este paso, sabía que no era un compromiso honesto.
III.
Volvamos al tema de las paradojas. Mediante el recurso del establecimiento de normas preventivas externas —no matar, no robar, por ejemplo— se pretende crear una estructura interior que permita crecer como ser humano a la persona a quien se dirigen dichas normas, de manera que hagan nido en su espíritu, que no requiera más que provengan de fuera para ser cumplidas. Por muy extraño que resulte asimilarlo, el mandamiento es la manifestación mínima del amor, expresado en su dimensión personal y social. Es así como me convierto en cristiano, y en ciudadano. El paso de lo «heterónomo» (es decir, ley exterior), a lo «autónomo» (o sea, ley interior), es el comienzo del coqueteo con la Sabiduría, tesoro indispensable para vivir con alegría esta vida, entendiendo incluso todos sus recovecos. En su rudimentario aprendizaje por el desierto, Israel aprende a amar mientras cumple los Mandamientos.
Lo anterior es todavía más patente en el escrito paulino: a las justas demandas de personas provenientes de culturas y credos distintos, es decir, su pertenencia a la nueva religación con Dios está supeditada a que Él les conceda poder y ciencia, Pablo afirma que ambas realidades se les da en la cruz de Cristo. En la muerte de Jesucristo, todo cristiano —paradójicamente— puede constatar que Dios es sabio y fuerte: el conocimiento al que aspiro está en la contemplación del Crucificado; la fortaleza que anhelo está en la debilidad de quien, no obstante ser inocente, padeció y murió ignominiosamente. Esto que a primera vista parece ignorancia y fragilidad física, por lo que a Dios concierne es sabiduría y fortaleza.
Por último, en el evangelio Jesús responde violentamente al hecho contradictorio de haber convertido los dirigentes religiosos un espacio para en encuentro con Dios, en un bazar. Más curioso resulta aún la cuestión de que el edificio que funge como templo, como casa de Dios, será sustituido por el Cuerpo de Jesucristo, su Vida resucitada, donadora de más vida porque permite ahora sí el encuentro genuino con Dios.
El evangelio de san Juan se le conoce también como el evangelio de los «signos», dado que esta idea recorre todo el libro como leit motiv. Generalmente, se buscan señales que confirmen las propias posturas, de manera que la certeza traiga consigo el conocimiento, y consiguientemente el poder que se deriva de éste, pero que puede bañar otras dimensiones de la existencia. Ahora bien, en el cuarto evangelio no es así: el «Signo» por excelencia para san Juan evangelista es dar Vida. Así ocurre en otro pasaje de ese libro, cuando Jesús resucita a Lázaro, en el capítulo once. Y Él mismo se eleva en calidad de Signo con su resurrección, y nos la ofrece a todos. Gracias a la muerte de Jesucristo, la muerte no tiene absolutamente nada que buscar en nuestra vida, pues no le pertenecemos. Somos de Dios, quien nos ofreció la Vida que es Jesús de Nazaret.
IV.
El III Domingo de Cuaresma se celebra en un país lleno de contradicciones. Es en este preciso momento en que urgen principios que vengan de fuera y se conviertan en soporte espiritual, para que se reviertan nuevamente a la realidad de donde proceden, y así en un «círculo virtuoso», ajusten la carga mientras se está en camino.
El drama que padecemos a diario, y compromete seriamente la existencia de prácticamente todo el país, reclama depuremos las paradojas en beneficio de la Vida a la que Dios llama, mediante el respeto a sus dimensiones más elementales, porque nos hemos detenido a considerar lo que más conviene a esta situación. Es el apelo en último término a la Sabiduría que viene de dentro, para dar con las decisiones sociales más convenientes.
Algunos afirman que Jesús es asesinado por haber pretendido purificar el templo, convertido en mera relación mercantil con Dios. Sin negar que pueda ser una razón válida para explicar la muerte del Inocente, sin embargo me interesa resaltar su indignación, para inmediatamente colocar las cosas en su lugar, es decir, en su Persona.
Salir de este drama que nos mata supone colocar todas las cosas en su lugar; definitivamente.