El domingo próximo damos inicio formalmente a la Semana Santa. Ésta será celebrada en unos términos inimaginables para la mayoría de nosotros, y en alguna medida, de aquella parte de la Humanidad que cree en Jesucristo. Será vivida de distinta manera, lo que no implica que no sea tan sentida, profunda y celebrada «como si presente me hallase», en palabras de san Ignacio de Loyola.

Es viral la poesía atribuida a un sacerdote español, «¿Quién ha dicho que Cristo este año no sale?», porque recoge precisamente la realidad de esta nueva manera de celebrar la Semana Mayor.

El domingo de ramos implica dos momentos bien diferenciados uno del otro: la bendición de las palmas y la eucaristía propiamente dicha, donde se lee el relato completo de la Pasión, este año según el evangelio de san Mateo.

Es probable que en tiempos de coronavirus muchos de nosotros evoquemos espontáneamente la pregunta de Jesús en cruz, dirigida a nuestro Dios Padre, ante el atroz suplicio que debió padecer. Deseo rescatar la provocación que suscita esta interrogante, y que no tiene una respuesta definitiva, esperando desentrañar la clave que nos permita conectar todavía más con la Pasión de Cristo, y que nos nutra para sobrellevar este drama que nos ha tocado vivir, y que es muy anterior a la pandemia.

 

¡Bendito quien viene en nombre del Señor!

El ingreso de Jesucristo a Jerusalén creó unas fuertes expectativas entre la población, los discípulos e incluso el mismo Jesús, según la opinión de expertos. El recibimiento fue apoteósico y colorido, alegre y esperanzador. Esta reacción se debió a que todos llegaron a cobijar en el propio corazón la posibilidad de que Jesús diera inicio a un nuevo tiempo, con un «cambio de gobierno», y la respectiva expulsión de los romanos para después instaurar de un nuevo reinado, donde el Mesías reinará política y religiosamente, uniendo los reinos divididos históricamente.

Toda esta energía desencadenada con la entrada de Jesús en la ciudad santa, el Señor la reconduce simbólicamente, al llegar montado en un pollino: el será el Rey, pero un Rey Servidor, dueño de nuestros corazones y poniéndose al servicio de todos, especialmente de los excluidos de todos los tiempos.

La gente está positivamente enardecida. Manifiestan su contentamiento con la presencia de Jesús en la ciudad que lo saludan con vítores, colocando mantas y alfombras a su paso, y agitando palmas. La palma es la representación del triunfo, en tiempos en que no existían medallas. El pueblo está feliz con la presencia de Jesús, y Él le corresponde con una igual alegría. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Sin embargo, la historia tomó otro rumbo. Las fuerzas opositoras a Nuestro Señor, representadas igualmente en «Jerusalén» como ciudad que asesina a sus profetas, se ponen de acuerdo para eliminarlo. Y activan su maquinaria a este propósito. Jesús morirá asesinado por una estructura político-religiosa, sostenida por personas concretas que, según su lógica, están en lo correcto y haciendo lo justo… para ellos.

Para Jesús hay un trono, la cruz. Una corona, pero de espinas. Un ejército, pero que se ensaña contra Él, mofándose y torturándolo hasta llevarlo al patíbulo. Unos súbditos, manipulables por unos dirigentes populistas, que miran exclusivamente a sus intereses. De todo esto, salta a la vista el hecho de que el Señor no se retraiga, sino que, antes bien, lo asume en su totalidad.

 

Obediente hasta la cruz

La Pasión de Jesús es una situación difícil de tragar. Es un momento injusto, que desata nuestra indignación. Ahora bien, la lectura que debemos darle a estos acontecimientos no puede perder de vista el dato esencial de que Jesús aceptó su Pasión. Él eligió libremente asumir la Pasión. Para Él, todo lo narrado en la misa del domingo de ramos, no es un mal chiste del destino o a causa de su mala suerte, que se encontraba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Jesucristo es obediente a Dios. La voluntad de Dios, el mandato que ha dado a su Hijo es amarnos sin límites. Jesús entendió perfectamente que quiere cumplir esta voluntad divina, incluso si ello suponga perder su vida, de manera que Dios no tiene coto alguno para demostrarnos su amor, que incluso es capaz de colocar en nuestras perniciosas manos lo que más ama, a Jesús.

Jesús va a su Pasión; no es llevado. Todo, incluso su ingreso en la Ciudad Santa en humilde cabalgadura, responde a un plan divino. Dios es fiel en su propósito de relacionarse con nosotros, de manera que de esa relación nosotros crezcamos, seamos mejores personas. Jesús es quien lleva hasta sus últimas consecuencias esta empresa divina, demostrándonos que el mayor Amor es entregar la vida por sus amigos. Y nosotros somos amigos de Jesús.

 

¿Por qué me has abandonado?

En distintos lugares y culturas, muchísimas voces se elevan al cielo, unas para preguntar, otras en tono de reclamo: «¿Por qué me has abandonado?». De todos aquellos que hacen suya la pregunta, los más curiosos son los que se han empecinado sistemáticamente en sacar al Señor de sus vidas, y ahora le achacan o el coronavirus como castigo, o su indolencia pues no interviene contundentemente y de un plumazo resuelve lo que los humanos hemos provocado.

Independientemente de las razones —o a falta de ellas— esgrimidas para justificar esta pregunta que nace de nuestro desesperado mundo interior, lo cierto es que Dios las acoge todas.

En el caso de Jesús, mientras agonizó lanzó al aire la frase del Salmo 22, que concentra cómo vivió su muerte. Es decir, abandonado. Jesús llegó a probar la mayor soledad al saberse abandonado por sus discípulos e incluso por Dios su Padre. Esta situación, sin embargo, no generó en Él una actitud amarga, de despecho de último momento, sino que Él también se abandonó en las manos de Dios.

Alguien llegó a afirmar que Jesús esperó hasta el último instante que Dios lo salvara de la cruz. Pero no fue así. No obstante, Jesucristo no le retiró su amor y confianza, y murió poniendo todas sus esperanzas en Dios, que nunca lo había defraudado. Como dije anteriormente, el Salmo 22 recoge la angustiosa experiencia de Jesús, pero ese Salmo tiene una parte que es un canto hermoso, de alabanza y esperanza —puede verse a partir del versículo 19— y es la parte faltante. Nos corresponde a nosotros recitarla.

Que no falte la palma en las puertas de tu casa. Ya habrá tiempo para bendecirlas en nombre de Dios. Celebra a Jesús, Rey Servidor, obediente incluso cuando los aires son contrarios.