I

Venezuela está necesitada de mensajes de esperanza. Estamos necesitados de mensajes que levanten nuestro ánimo nacional. Para que surtan el efecto deseado, las buenas noticias deben estar cimentadas en la realidad: algunas nos hablan de eventos sucedidos y son motivo de alegría, e incluso orgullo; son un fuelle que mantiene la llama encendida; otras dinámicas las llevamos “in pectore”, deseosos de que acontezcan. En el ínterin, casi imperceptiblemente, caminamos haciendo realidad aquello que abrigamos en nuestro pecho en términos de esperanza: hacemos realidad aquello que nos anunciaron, y con lo que estamos de acuerdo.

Esa es la tónica de las lecturas del domingo próximo, y sus lecturas “apocalípticas”. Me explico inmediatamente.

 

II

La industria del cine comercial ha hecho un mal irremediable en el imaginario religioso de muchos creyentes en el mundo entero. Esto se puede comprobar fácilmente con el término “apocalipsis”, relacionado frecuente y superficialmente con una hecatombe que acabará con todo lo creado. El apocalipsis será entonces el “fin del mundo”, tal como lo conocemos.

La confusión proviene de una lectura literal de parte de “Hollywood”, de algunos pasajes bíblicos, como los del domingo siguiente: “el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”. El más sencillo —y más rentable— hacer un film siguiendo al pie de la letra lo que se lee, que hacerlo a partir de interpretaciones profundas (en honor a la verdad, la cinematografía comercial se comporta coherentemente al actuar de ese modo).

En la Biblia, en cambio, la cuestión va por otro rumbo. La palabra “apocalipsis” significa literalmente “revelación”. En la Sagrada Escritura encontramos de hecho el libro del Apocalipsis, atribuido a san Juan Evangelista. Pero “apocalipsis” apunta también a un género literario, a una manera específica de escribir, pues se quiere comunicar un mensaje determinado, valiéndose de ese recurso: comunicar esperanza en tiempos desastrosos, mediante un lenguaje o escritura enrevesado, algo misterioso, difícil de descifrar por las imágenes que utiliza.

Es el caso del libro del profeta Daniel, y del capítulo trece del evangelio de san Marcos. Ambos son pasajes apocalípticos. Por lo que respecta al primero, hay que romper una lanza a su favor y afirmar que, para entender debidamente a la persona de Jesucristo, hay que conocer bien al personaje Daniel. Este profeta apocalíptico nos ayuda a comprender más al Señor, especialmente cuando las palabras y acciones de Jesús no las entendemos. Jesús es “apocalíptico” al revelarnos a Dios, nuestro Padre. Pero el Señor nos revela asimismo el destino final de esta historia.

La revelación que recibimos supone una ganancia para nosotros, pues representa una especie de “regalo”, pero Jesucristo nos recuerda que la revelación pide ser descubierta a través de la lectura de “los signos de los tiempos”, de igual modo que sabemos cuándo cambian las estaciones con el simple hecho de ver el color de las hojas de los árboles. Contemplamos lo que se nos revela, pero no de manera pasiva, sino que también buscamos conocer más, escrutamos los signos de los tiempos.

 

III

El Señor nuestro Dios actúa a diario en nuestra historia. Lo hace de distintos modos, que incluso suele confundírselo con otras realidades. “Signos de los tiempos” es un tecnicismo a la hora de hablar de Dios hoy, de su acción entre nosotros, su paso por Venezuela y la vida de cada uno de sus habitantes. Se trata entonces de “estudiar” esos signos para comprobar —o menos— si efectivamente se trata de Dios.

¿Cómo reconocer los signos que nos hablan de la presencia divina? He aquí el mensaje apocalíptico, es decir, aquello que nos proclamaron y que nosotros creemos fehacientemente, aunque no sepamos “ni el día, ni la hora”, como dice san Marcos. Este mensaje me dice que, a pesar de toda penuria, Dios nos salvará; no obstante ser el país más violento del planeta, todos los que duermen en el polvo, Dios los resucitará. Donde capea insensatez e injusticia, los que dedicaron su vida a la cordura brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron la justicia brillarán eternamente como estrellas. Jesús regresará, y nos reunirá a todos. Sus palabras no pasarán. Sus palabras no se las lleva el viento.