Palabras de Alberto Yánez Marticorena, Ph.D., egresado de la 1a. Promoción de Bachilleres en Ciencias “Prof. Pablo A. Armas”, en ocasión de la celebración del 50 Aniversario del COLEGIO LOYOLA GUMILLA.

Ciudad Guayana, 02 de Octubre, 2015.

Muy buenas noches queridísimos miembros de esta gran Familia Ignaciana de Guayana y de Venezuela en general, que hoy nos acompañan:

Dilecto Amigo, Monseñor Mariano Parra Sandoval, Obispo y Pastor de la Diócesis de Ciudad Guayana.

• Reverendo Padre Arturo Peraza, S.J., Provincial de la Compañía de Jesus en Venezuela.

• Reverendo Padre Luis Ugalde, S.J., Director CERPE

• Apreciados Rectores de los Colegios San Ignacio de Caracas, Gonzaga de Maracaibo y Jesus Obrero de Caracas

• Apreciada Profesora Aida Astudillo, Rectora del Colegio Loyola-Gumilla.

• Comunidad Educativa del Colegio Loyola-Gumilla. Padres y Representantes; Cuerpo Profesoral; Personal Administrativo y Obrero del Colegio.

• Invitados especiales,

• Alumnado en general,

• Señoras y Señores.

Gracias por acompañarnos en esta maravillosa ocasión: La celebración de los 50 años de la Fundación de nuestro querido y muy admirado Colegio Loyola-Gumilla. Gracias también por permitirme, como egresado de la 1ª. Promoción del Colegio, compartir con Ustedes algunas anécdotas y cariñosos recuerdos en una ocasión tan especial como esta.

Reconocida como una de las más destacadas instituciones educativas de la región, el Colegio Loyola-Gumilla brilla -y ha brillado- con luz propia desde sus orígenes. La calidad de la educación integral que imparte a sus alumnos, los innumerables niños, niñas y jóvenes de Guayana a quienes ha servido -y sirve-, a quienes ha formado -y forma-, durante este medio siglo de vida, es la principal herramienta puesta al servicio de todos en nuestra región. Calidad, por demás, que ha sabido mantener en el tiempo e incluso mejorar, con el pasar de los años.

Y menciono calidad de la EDUCACIÓN INTEGRAL, subrayando INTEGRAL, porque más allá de la mera enseñanza tradicional de los pensa aprobados por los ministerios, la educación del Colegio Loyola-Gumilla pone énfasis en la formación global del estudiante como ser humano. Esto es, como seres dotados que somos, de Cuerpo, Mente y de Espíritu, ingredientes a los que debemos atender y tratar de desarrollar por igual, particularmente cuando se trata de formar ciudadanos de bien para el futuro, que deben llegar a tener claridad de conceptos y objetivos solidos de vida, y contar, además, con el suficiente carácter -y formación- como para saber decir SI, cuando debe decirse que SI, y sostener un NO, cuando lo que se requiera es decir que NO.
Por eso, la educación recibida en el Loyola no es una simple instrucción. Eso lo viví como alumno del colegio en los años 60’s, y ahora lo agradezco, profundamente, en estas más avanzadas edades.

Para cumplir el mandato de: “En todo, Amar y Servir…” no hay nada mejor que estar preparados para hacerlo bien y en profundidad. De allí, que debamos trabajar continuamente en desarrollar nuestras capacidades y talentos recibidos del Creador, para, posteriormente, llegada la hora, y cual servidores “buenos y fieles”, podamos rendir nuestras mejores cuentas al Señor.

El Colegio Loyola-Gumilla ha cumplido -y cumple- una función especial desde las primeras etapas de la educación de sus estudiantes y eso me consta. Qué bueno es tener un colegio como éste, y poder contar con tan buenos Profesores, Maestros y Trabajadores como lo son Ustedes!

¿Atención de calidad para el desarrollo de las capacidades intelectuales y a la educación formal de nuestros niños y jóvenes? Definitivamente que SI. Ese es el leit motiv del Colegio. Sin embargo, es la atención a las demás capacidades y necesidades que tienen nuestros niños y jóvenes, tanto en el ámbito físico, como en el emocional y el espiritual, lo que hace una diferencia importante, y les brinda mayor solidez y estabilidad en sus vidas, ayudándoles a completar y complementar su formación para las siguientes etapas. Eso es lo que marca -y ha marcado- la diferencia en la calidad de enseñanza y formación que se recibe en el Colegio Loyola-Gumilla. Nuestra educación integral, aquí recibida, está fundamentalmente enmarcada en la promoción de los valores trascendentes del Espíritu, que es en realidad donde radica la verdadera fortaleza de los Seres Humanos.

Habiendo sido un estudiante mas de este colegio, y por haber vivido directamente sus enseñanzas además de, también, por haber tenido varios familiares directos que estudiaron y se graduaron aquí. Pero, por encima de todo y de manera más reciente, por haberme convertido hace un par de años en el feliz Abuelo de tres maravillosos estudiantes que asisten a sus primeros años de escuela en el Loyola-Gumilla, puedo decir, sin temor a equivocarme que, tal vez, salvo quizás algunas excepciones que yo mismo desconozco, el Colegio Loyola-Gumilla ha cumplido -y sigue cumpliendo- a cabalidad, de manera admirable, la misión que como institución académica de formación católica lleva trazada en su propia razón de ser.

Las razones para haber obtenido el éxito que ha logrado el Colegio en estos primeros 50 años de vida son muchas. Si tuviera que mencionar algunas, me gustaría incluir las siguientes:

• La extraordinaria filosofía educativa y de vida que mantiene y promueve la Compañía de Jesús a nivel mundial, y muy particularmente en Venezuela, gracias a cuyos postulados y enseñanzas, recibidas de San Ignacio de Loyola, nos permite hoy como ayer, incorporarlas en nuestras vidas. Inclusive, mas allá de la vida del colegio, en todas nuestras actividades de la vida cotidiana.

• La extraordinaria dedicación que tienen y han mostrado siempre tener los Maestros y Profesores para con los alumnos del colegio.

• El grado de participación e involucramiento de los Padres y Representantes en las actividades diarias y complementarias que organiza el colegio como parte de su política, POLÍTICA en mayúsculas, de integración e integralidad, de todos los factores requeridos en el proceso educativo de los estudiantes.

• La excelente infraestructura, única en su tipo para una institución como esta, que favorece por igual, la enseñanza académica y el esparcimiento social, cultural y deportivo. Herramientas tan importantes para los alumnos que necesitan desarrollar a plenitud todas sus capacidades y talentos.

• Las buenas administraciones y el excelente plantel de trabajadores que ha tenido el Colegio a través del tiempo, quienes, han sabido cumplir, rendir, combinar, amalgamar y utilizar, los recursos de que disponen. Todo en función de mantener, mejorar y expandir esta infraestructura material y humana que funciona tan eficientemente, aun a pesar de las dificultades que han aparecido a través de los años de su historia.

• El elevado nivel de compromiso existente en el colegio Loyola-Gumilla para con la comunidad a la que sirve en la región Guayana, que lo ha llevado a convertirse en una de las instituciones más emblemáticas y fundamentales de la región.

Hablar de los 50 años de la fundación del colegio es tener que recordar los comienzos mismos de la Ciudad. Es traer a la memoria los esfuerzos, muy particulares, que como pionero de Guayana, realizó el Padre Gonzalo Palacios de Borao; los de la Compañía de Jesus en Venezuela desde el año 1628, cuando fundó el primer colegio en la ciudad de Mérida y, sin duda alguna, los de la CVG, con esa visión amplia, universal y desprejuiciada que tuvo su primer Presidente, el Gral. Rafael Alfonso Ravard, la cual le llevó a la construcción de lo que fue este emporio del Desarrollo Nacional desde sus comienzos.

Es también, por supuesto, traer a colación a su institución predecesora: el Instituto Gumilla y a todos sus profesores, alumnos y al personal de planta, muchos de los cuales se incorporaron al nuevo colegio y continuaron dando lo mejor de sí, para que, en un día como hoy, 50 años después, estuviéramos aquí felicitándonos todos, al conmemorar la brillante iniciativa que tuvieron sus forjadores, pero mejor aún, los excelentes resultados que se han logrado en todos estos años.

Hoy, 02 de Octubre del 2015, es en realidad un día muy especial para todos los que estamos aquí y, también, para todos aquellos que, no estando, de alguna o de muchas maneras, fuimos beneficiados con la existencia de un colegio de tanta calidad como éste, nuestro, al que hoy nos encontramos festejando.

En lo particular, para este exalumno y hoy feliz abuelo de tres futuros Loyolas, han pasado 47 años desde la última vez que subí -temblando- a este mismo escenario para recibir, entonces, de manos del Padre Jose Luis Andueza, Director del Colegio, y de las demás autoridades educativas, el diploma y el anillo de graduación que nos acreditaban como integrantes de la 1ª. Promoción de Bachilleres en Ciencias del Colegio Loyola-Gumilla: “Prof. Pablo A. Armas”. Tenía entonces 16 años de edad, y estaba lleno de susto, de ansiedad, pero, a la vez, de muchísima esperanza.

Susto, al no poder creer que, de verdad, era ya Bachiller y que, de ser cierto aquello, entonces ya no podría ver más, al menos por un tiempo, a quienes fueron mis amigos y compañeros del colegio porque iría a una nueva etapa de mi vida. En el fondo, sin embargo, aun pensaba y deseaba que al día siguiente, pudiera ver como siempre, la cara del Padre Ollaquindia, o la del Profesor Cándido Mason, o al recién llegado Padre Odriozola. Inclusive, hasta al mismo Padre Berecibar allá en el confesionario, a quien, dicho sea de paso, tenía tantos deseos de ver en este acto, y estrecharlo, pero quien al igual que los demás mencionados, no pudo estar con nosotros. El Señor tenía reservado para él mejores planes. Desde el domingo pasado, como tal vez lo saben, el Padre Berecibar, se unió a todos los demás y se encuentra también disfrutando de la Gloria del Señor en el Paraíso. Pido para el, y para todos aquellos que fueron mis Maestros, así como también para todos y cada uno de aquellos a quienes no llegué a conocer pero que igualmente, ofrecieron sus más importantes aportes y sacrificios para que hoy el Colegio Loyola-Gumilla estuviera de plácemes -como lo está- una silenciosa oración de recuerdo y agradecimiento por sus Almas, y, a la vez, ruego a cada uno de ellos, para que, en Comunión de los Santos, continúen intercediendo ante Dios por el Colegio y por toda su Comunidad educativa, a fin de que los próximos 50 años del Loyola-Gumilla, sean tan buenos, sino mejores, como los que hoy estamos celebrando aquí.

Decía que sentía, además, una gran Ansiedad porque, dada la difícil situación existente en el país con las guerrillas y las dificultades universitarias de la época, mis Padres me habían ofrecido que estudiaría en alguna universidad de los Estados Unidos y que harían los esfuerzos necesarios para sostenerme y costearme los estudios allá. La Esperanza me venía dada por la certeza de saber que, concluidos mis estudios, y si lograba hacerlo con éxito, regresaría de nuevo a Venezuela, a radicarme aquí, en esta mi patria chica de Ciudad Guayana, donde deseaba dar los frutos que mis limitadas capacidades, pero a la vez, mis grandes expectativas, deseaban rendir en favor de esta comunidad con la cual crecí y a la que he visto crecer -y desarrollarse- hasta el día de hoy, entrados ya en el Siglo XXI.

La educación recibida en el Loyola-Gumilla, al igual que lo ha sido para la mayoría de los egresados, fue también para mi de absoluta calidad e importancia, en todos los sentidos. Por una parte, el prestigio de su enseñanza me abrió puertas en varias universidades internacionales de Europa y de los Estados Unidos para poder estudiar y graduarme allá. En eso puedo decir que, mientras la preparación académica recibida sentó las bases para poder avanzar en los estudios universitarios, la formación social y cultural aprendida en los pasillos y en las canchas del colegio, o en la organización y participación en festivales artístico-culturales, en los cine-foros y en todas las actividades complementarias del colegio, permitió que pudiera prepararme y salir adelante socialmente. Inclusive, hasta en ambientes de culturas múltiples, algunas de los cuales resultaron ser hasta prejuiciosas. Sin embargo, con el tiempo, llegué a comprenderlas, y pude adaptarme y desenvolverme de manera natural, sin temores, ni complejos, y, lo más importante, sin perder identidad, ni modificar los valores morales, familiares y Cristianos aprendidos en casa, y que fueron tan firmemente promovidos y reforzados en las aulas del Colegio.

Muchos han sido los beneficios, directos e indirectos, tangibles e intangibles, que disfrutamos quienes tenemos el privilegio de asistir a este maravilloso plantel que tanto queremos. Recuerdo, por ejemplo, que, habiendo apenas regresado a Guayana y dispuesto ya a iniciar mi nueva etapa profesional, por allá en el año 1974, conocí a una exalumna de quien me enamoré, y con quien me casé hace ya 41 años. Con ella formamos un hogar que cuenta con tres hijos y 9 nietos, tres de los cuales, como antes mencioné, estudian aquí y son nuevos Loyolas.

Igualmente, debo decir que, hasta en los retos profesionales más importantes que he tenido en mi vida, siempre he sido beneficiado de alguna manera, por haber estudiado aquí. Por eso, cada vez que puedo, con razón o sin ella, saco a colación mis estudios en el Loyola. Es que, en realidad, y aun estando lejos, siempre me he sentido asistido y protegido por todos los miembros de esta gran Familia Ignaciana.
Hoy, cuando estamos en la segunda década del Siglo XXI, y aun cuando, para muchos, el futuro luce ciertamente incierto por decir lo menos, me atrevo a transmitirles que, para quienes hemos podido vivir algo más largo ya, los años que vienen no son, ni serán, tiempos mejores o peores a los ya vividos en las décadas de los 50’s y de los 60’s. Debemos seguir trabajando con total ahínco, con entrega y dedicación y, cada vez que el temor nos preocupe o la tristeza nos embargue, nos sintamos decaídos, incómodos, abrumados o afligidos, recordemos que cuando fuimos alumnos en el colegio Loyola-Gumilla, el Padre Ollaquindia, en mi caso particular, o tal vez algún otro sacerdote o Maestro del Colegio, en el caso de Ustedes, alguna vez nos leyó en alguna de sus clases de Castellano y Literatura, o de religión, las enseñanzas básicas de Santa Teresita de Ávila cuando nos decía: “Nada te turbe, Nada te espante, Todo se pasa. Dios no se muda, la Paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta.”

Concentrémonos entonces en hacer lo que tenemos que hacer y cuando debamos hacerlo… No esperemos a “mañana” para hacer las cosas que debemos hacer hoy. Hay que romper la conseja de facto que ha llegado a ser un cuasi-paradigma de la viveza criolla cuando, contrario al consejo de la sabiduría popular que nos recomienda “No dejar para mañana lo que podamos hacer hoy”, nos incita, mas bien, a que “No hagamos hoy lo que podemos hacer mañana”… y así vamos dejando pasar todo, hasta que se acumulan las cosas y ya no podemos entonces resolver nada; entramos en crisis, y debemos empezar todo de nuevo con un gran tiempo perdido.

“No se trata de hacer cosas extraordinarias en la vida, sino de hacer lo ordinario, extraordinariamente bien”. Eso es lo que hace la verdadera diferencia entre la chapuza y un trabajo bien realizado. Así nos lo enseñaba otro gran Santo de la Iglesia Católica del Siglo XX, al que hoy también deseo recordar con cariño, en el día de la fundación de La Obra: San Josemaría Escriba de Balaguer quien invitaba a todos, hombres y mujeres del mundo, a buscar siempre la Santidad personal en el cumplimiento de los deberes ordinarios del Cristiano.

Todos queremos ser felices. Para eso educamos y nos educan. Queremos en la vida volar alto y tener la mayor cantidad de satisfacciones, con el menor grado de necesidades. Desafortunadamente, las cosas no salen generalmente como lo deseamos, o cuando ocurren, no ocurren en el tiempo en que, en realidad, lo queríamos. De allí que muchos llegan a cansarse y empiezan a buscar la Felicidad en lugares o por medios equivocados. Algunos, incluso, llegan hasta a cambiar hasta sus propios esquemas de vida y pierden el horizonte. A todos ellos, y también para quienes seguimos luchando por mantenemos en el mismo camino de lucha diaria, recuerdo lo enseñado por Jesus, El Maestro, cuando nos ordenó: “Buscad y entrad siempre por la Puerta Angosta, porque amplio es el camino de la perdición”.

Por eso, y ya para finalizar este mensaje de exalumno agradecido con su Colegio, y a la vida en general, en un día como hoy, quisiera compartir lo que para mí es la mejor definición de lo que ser feliz significa en la vida, y como lograrlo. Esto, según la enseñanza de su Santidad, el Papa Francisco. Escuchémoslo con atención y tratemos de aplicarlo en nuestras propias vidas.

Agradezco muchísimo, nuevamente, a las autoridades del Colegio Loyola-Gumilla, particularmente en la persona de su Rectora, la apreciada Profesora Aida Astudillo, a las autoridades de la Compañía de Jesus aquí presentes, a los rectores de todos los colegios hermanos del nuestro, a los miembros de la comunidad educativa del colegio, a sus trabajadores, a los invitados especiales y al público en general, por haberme escuchado en este día, precisamente, cuando arribo a los 63 años de edad. Qué manera tan linda de celebrarlo, con Ustedes. ¡Imposible tener un cumpleaños mejor! ¡Gracias Dios mío!

A continuación el mensaje de Jorge Mario Bergoglio, S.J., hoy, Su Santidad el Papa Francisco, sobre Ser Feliz:

SER FELIZ… Dice el Papa Francisco I

«Puedes tener defectos, estar ansioso y vivir irritado algunas veces, pero no te olvides que tu vida es la mayor empresa del mundo. Sólo tú puedes evitar que ella vaya en decadencia. Hay muchos que te aprecian, admiran y te quieren.

Me gustaría que recordaras que ser feliz, no es tener un cielo sin tempestades, camino sin accidentes, trabajos sin cansancio, relaciones sin decepciones. Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el palco del miedo, amor en los desencuentros.

Ser feliz no es sólo valorizar la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza. No es apenas conmemorar el éxito, sino aprender lecciones en los fracasos. No es sólo tener alegría con los aplausos, sino tener alegría en el anonimato.

Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones, y períodos de crisis. Ser feliz no es un hecho o una fatalidad del destino, sino una conquista para quien sabe viajar para adentro de su propio ser.

Ser feliz es dejar de ser víctima de los problemas y volverse actor, cara a Dios, de la propia historia. Es atravesar desiertos fuera de sí, mas ser capaz de encontrar un oasis en lo recóndito de nuestra alma. Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida.

Ser feliz es no tener miedo de los propios sentimientos. Es saber hablar de sí mismo. Es tener coraje para oír un «no». Es tener seguridad para recibir una crítica, aunque sea injusta. Es besar a los hijos, mimar a los padres, amar a los cónyuges, tener momentos poéticos con los amigos, aunque ellos a veces nos hieran.

Ser feliz es dejar vivir a la criatura libre, alegre y simple, que vive dentro de cada uno de nosotros. Es tener madurez para decir ‘me equivoqué’. Es tener la osadía para decir ‘perdóname’. Es tener sensibilidad para expresar ‘te necesito’. Es tener capacidad para decir ‘te amo’.

Que tu vida se vuelva un jardín de oportunidades para ser feliz… Que en tus primaveras seas amante de la alegría. Que en tus inviernos seas amigo de la sabiduría. Y que cuando te equivoques en el camino, comiences todo de nuevo. Pues así serás más apasionado por la vida.

Y descubrirás que ser feliz no es tener una vida perfecta. Sino usar las lágrimas para regar la tolerancia. Usar las pérdidas para refinar la paciencia. Usar las fallas para esculpir la serenidad. Usar el dolor para lapidar el placer. Usar los obstáculos para abrir las ventanas de la inteligencia.

Jamás desistas…. Jamás desistas de las personas que amas… Jamás desistas de ser feliz, pues la vida es un espectáculo imperdible!”…

Muchas Gracias y tengamos siempre presente que: “En todo, Amar y Servir…” ¡Esa es la consigna!