PADRE MAESTRO IGNACIO
Homilía en la celebración del día de san Ignacio de Loyola
Capilla del Colegio Loyola – 31 de julio de 2019
Luis Ovando Hernández, SJ

 

Buen día a todos los presentes. Deseo extender este saludo a las obras de inspiración ignaciana acá reunidas: al Centro Gumilla, al Hogar Madre Emilia, al Movimiento Juvenil Huellas, a Fe y Alegría, a la Universidad Católica Andrés Bello y a la familia del Colegio Loyola-Gumilla. Agradecido por haber aceptado la invitación a esta eucaristía en acción de gracias en el día en que la liturgia católica recuerda a Ignacio de Loyola, un 31 de julio, fecha de su desaparición física, pero que para nosotros representa su nacimiento en el seno de la casa que es Dios.

 

Dios, sumo bien

Ignacio fue hombre de grandes sueños y mayores aspiraciones. Nacido en un ambiente donde bien pronto faltaron los papás, los hermanos se dieron a las empresas bélicas y la vida de corte, Íñigo relacionó sus deseos con este mundo circundante. Los valores humanos no faltaron, pero los más sólidos estaban ligados al mundo de las armas, las conquistas y el ámbito caballeresco.

Muy a pesar de lo anterior, Dios supo colarse en la vida de este hidalgo, para cambiarla por completo y para siempre. Ignacio, pues, no obstante ser un hombre firme y claro en sus principios, se mostró definitivamente flexible a las sugerencias que el Señor puso en su camino, y que él, Ignacio, recorrió asumiendo todas sus consecuencias.

Del encuentro de Ignacio con Dios, el primero sacó como conclusión que debía imitar a los apóstoles en el seguimiento de Jesucristo. Se dispuso así a vivir en Jerusalén, copiando cuando leía en los Evangelios, pensado que de este modo se haría un discípulo de Jesús de Nazaret con todas sus letras. El sueño de vivir los años por venir en Tierra Santa jamás se disipó del horizonte de Ignacio, e incluso contagió a los primeros compañeros a sumarse a esta empresa: el seguimiento de Jesucristo a ejemplo de los Doce apóstoles.

El Señor Dios es el sumo bien para Ignacio. Él no quiere separarse nunca del Señor, y nunca lo hará. Estará dispuesto a todo con tal de no separarse de Dios. No hay nada por encima ni por debajo de Dios, Nuestro Señor.

 

Ignacio y la educación

Pero Dios tenía para Ignacio otros planes. El tiempo no juega a nuestro favor. De allí que debo dar un salto cronológico para aterrizar en lo que quiero compartir con ustedes.

Uno de los golpes de timón que Dios diera en la vida de san Ignacio tiene que ver precisamente con la educación. Cuando Dios irrumpe en la vida del santo, éste aceptó de buen agrado la Presencia Divina porque comprendió que ambos hacían buenas migas; ahora bien, la “ayuda a las almas” ignaciana, que hizo acto de presencia bien pronto en la comprensión cristiana de Ignacio, no incluía la educación como un medio eficaz para dar una mano a los demás.

Una y otra se juntan en la existencia de san Ignacio cuando la Iglesia lo obliga a estudiar si pretende ayudar a las almas también mediante sus Ejercicios Espirituales. En el siglo XVI, quien “enseña” lo hace por “inspiración” o por “preparación”. Si Ignacio autodefine su doctrina como inspirada, le caía el peso de la ley de la Inquisición. La conclusión pues es clara: debe prepararse. He aquí una primera conclusión: la educación es un medio supeditado a un bien mayor. Supone una preparación para ejercer más adelante una misión que pide determinadas competencias que se junten con las aptitudes de la persona.

Fue así como Ignacio estudió en las más famosas universidades europeas, hasta que obtuvo su título de Maestro en la actual Universidad La Sorbona de París.

El segundo y significativo giro copernicano en la vida de Ignacio, que está relacionado directamente con la educación, tiene que ver con aceptar jóvenes a formar parte del grupo de compañeros de Jesús. La orden religiosa Compañía de Jesús —o jesuitas, como se nos llamó más adelante— se fundó con gente adulta y prácticamente formada. En buena medida, los futuros amigos de Ignacio ya habían concluido sus estudios básicos formales, y se encaminaban a doctorarse, si no es que ya lo estaban, como fue el caso de los padres Polanco y Nadal.

Cuando adolescentes y jóvenes tocan las puertas de la Compañía de Jesús, queriendo formar parte de sus filas, Ignacio se da cuenta que estos candidatos requieren ser educados. Toma entonces una decisión de envergadura que es al final del día la que originó nuestra presencia: fundó colegios (hoy día, los llamaríamos “residencias para estudiantes” y/o “seminarios”). A partir de aquí, la educación será una de nuestras más populares tarjetas de presentación.

 

Con Dios cuidando de Ignacio, él es capaz de afrontar grandes retos

Ignacio fue un hombre “bisagra”. Nació en el siglo XV, y vivió en el siglo XVI. A él le tocó vivir todavía el Tardo Medioevo, y se abrió a la Modernidad. Una y otra épocas históricas tuvieron sus hitos, sus consolidados con sus respectivos retos. De estos últimos vale la pena destacar en primer lugar la expansión europea en Asia y entre nosotros. Ignacio hizo frente a este reto a través de las misiones. Lo segundo fue la Reforma protestante, que Ignacio afrontó mediante la formación seria y sólida de un clero que elevara la calidad del cristianismo, valiéndose especialmente de la predicación.

 

Hoy

Entramados y altibajos históricos llegan hasta nosotros, invitándonos a ser forjadores de historias.

Por lo que respecta a nuestro caso, hace poco más de una semana un estudio arrojó que la deserción escolar en todo el territorio nacional alcanzó más del 70% (en Anzoátegui, supera el 50%). La educación pública está a ras de suelo. La estampida de maestros y docentes no ha tenido precedentes entre nosotros. Las universidades autónomas son asediadas cual enemigos a neutralizar. Las universidades privadas dan saltos suicidas por sobrevivir. Nuestros niños han visto partir a sus padres, y se han quedado, en el mejor de los casos, con tíos o abuelos, que velan por ellos. Donde la familia aún persiste, sin embargo, su rol socializador se ha eclipsado comprometiendo seriamente la educación de los escolarizables. Se pretende atenazar a la educación básica privada con mecanismos so capa de legalidad, pero que no tienen anclaje en la realidad.

El ambiente imperante le dice a nuestros jóvenes y docentes—con políticas de Estado, incluso—que es más rentable no trabajar, cuando decretan días no laborables en un país necesitado de producción, y si alguien desea hacerlo, es más rentable convertirse en bachaquero, o minero. “Profesiones” ambas que no ameritan estudios formales.

¿Lo apenas dicho es una catarsis? Sí lo es. Pero el ejercicio no consiste únicamente en drenar bilis y frustraciones. Lo que quiero compartir con ustedes es que así como para san Ignacio el Nuevo Mundo y la Reforma protestante supusieron unos desafíos titánicos, para nosotros el reto es la educación. Educar a un muchacho en Venezuela es toda una empresa. Y nosotros, como buenos ignacianos, aceptamos los grandes retos, no porque seamos más fuertes o poderosos; al contrario. Aceptamos esta ingente tarea porque al igual que Ignacio hemos vivido la experiencia de que Dios es nuestro sumo bien. Empedernidamente enamorados de Dios Padre, abrimos nuestros ojos diariamente con la esperanza de dar nuestra contribución en mejorar el contexto. Estamos enamorados de Dios, así como lo estuvo Ignacio. Estamos esperanzados porque el amor así nos tiene.

 

Padre Maestro Ignacio

Ignacio de Loyola es santo. Ser santo es reconocer que se es amigo de Jesús, y que nada ni nadie puede romper esa relación. Ser amigo de Jesús lleva a la persona a comportarse como el Amigo. Ignacio es un santo famoso. Por muy increíble que pueda parecer, parte de su fama, al menos en Venezuela, le viene por ser un férreo enemigo del Mal, personificado en el Demonio. Fue el padre Calatayud que lo popularizó: colocando una estampa de san Ignacio detrás de la puerta, se evita que el Demonio ingrese a la casa.

Pero Ignacio es también Maestro. Su condición de docente no proviene de haber fundado una Orden religiosa que se dedica a la educación, aunque no de manera exclusiva. Él es Maestro porque asumió hasta sus últimas consecuencias ser discípulo de Jesús. De cara a Dios, Ignacio de cara a nosotros, es Maestro.

Pues bien, bajo la égida de Padre Maestro Ignacio debemos afrontar los retos que se nos presentan hoy día. Me parece que tenemos al menos dos puntos a favor que pudieran garantizar el éxito de nuestro trabajo. En primer lugar, el amor que profesamos por nuestra labor y por nuestras obras. Somos enamorados, no asalariados. Ojalá tuviésemos en nuestras cuentas bancarias los 67 salarios mínimos para cubrir la sola canasta alimentaria de hace dos semanas. Pero, como vendrá a decirlo el Domingo próximo, ¿Qué bien material me garantizará la vida, al final del día? Solo Dios, y después lo que por justicia nos merecemos. En segundo lugar, y por segundo año consecutivo, cerramos el año académico 2018-2019 con el firme propósito de consolidar la Red Apostólica Ignaciana de Guayana, o lo que es igual, todo paso que cada obra jesuítica da, lo hace tomando en cuenta a las demás obras. El trabajo en red, las respuestas en red, son garantes de éxito, con el auxilio de nuestro Dios.

Como Rector del Colegio Loyola-Gumilla expreso mi más profundo agradecimiento por su presencia activa en esta hermosa Capilla. Un saludo especial, personal, extiendo a los antiguos alumnos del Colegio. Permita el buen Dios que sus corazones sean terrenos bien dispuestos para la siembra que es “ayudar a las almas”, al mejor estilo de Loyola. Amén.