I.

El Sexto Domingo de Pascua del Ciclo B, nos introduce en el misterio de la Ascensión del Señor, o sea, una vez resucitado, y después de pasar un tiempo entre nosotros, Jesús vuelve allí de donde salió, Dios Padre. ¿Para qué se va Jesús? Quiero compartir contigo un boceto de respuesta a esta interrogante. ¿Por qué si el plan divino consiste en permanecer con Dios para siempre, Jesús decide volver a casa, es decir a su Padre, dejándonos solos?

Las otras dos temáticas concomitantes a la Ascensión del Señor Jesús son el don del Espíritu Santo, que nos convierte en testigos suyos, con una misión universal por cumplir.

 

II.

Nos hallamos al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles; san Lucas escribe a Teófilo sobre el bautismo que están por recibir, el del Espíritu Santo, que les dará su fuerza para convertirse en testigos de Jesús resucitado, del mismo modo que fueron testigos de su subida al cielo, e igualmente lo serán de su segunda venida entre nosotros.

La carta de san Pablo a los Efesios, en cambio, afirma que Jesús está sentado a la derecha de Dios Padre, o lo que es igual, Dios lo colocó por encima de todo y todos, disponiendo todo bajo sus pies; corresponde a la Iglesia proclamar su reinado, al tiempo que se dispone a convertirse ella misma a ese Reino proclamado.

Por último, el final del evangelio de Marcos, con su acostumbrado estilo lacónico, nos dice que Jesucristo dio a los Once la misión de convertirse en sus discípulos, habilitándolos para ello. Los Apóstoles la aceptaron, y las señales que cumplen en nombre de Jesús, confirman lo que predican con sus palabras. En el evangelio aparece asimismo el hecho de la Ascensión del Señor al cielo, y su respectiva posesión a la derecha de Dios nuestro Padre como leemos también en la carta de Pablo.

Finalmente, en los Hechos se dice algo que está tácito en el evangelio: ante el misterio de la Ascensión, la primera reacción de los discípulos fue la contemplación inútil de este evento, hasta que dos hombres “los reubican”. Digo que este modo de contemplar es “inútil” porque no lleva a nada, salvo a la pasividad infructuosa.

 

III.

Nos aproximamos a la fiesta de Pentecostés, donde celebramos la recepción del mayor regalo que viene de Dios y de nuestro Hermano Jesús, su Espíritu Santo. Este don supremo nos permite vivir la experiencia de la fraternidad, al tiempo que la propiciamos para todos, de modo libre, porque consideramos que es lo mejor que le puede suceder a alguien, es decir, llevar a Dios por dentro es lo mejor que nos puede ocurrir, actuar guiados por las sugerencias del Espíritu nos reporta una ganancia —interior— valiosa, pues crecemos en humanidad, que es lo que en definitiva Jesús quiere de toda persona. Esa es nuestra fe, esa es nuestra predicación: Dios nos quiere “grandes”, más humanos, más hijos suyos y más hermanos entre nosotros. El Espíritu Santo, entonces, es nuestro acicate interno a la hora de cumplir esta vocación, predicamos el Reino siguiendo el ejemplo de Jesucristo, que nos enseña cómo ser persona, como humanizarnos siempre más y mejor.

Los contenidos y modos como se ha entendido lo anterior, forman parte de la evangelización de todos los pueblos. La historia de la iglesia oscila entre aciertos y desaciertos, por la sencilla razón de estar conformada por hombres y mujeres, llenos de virtudes y mezquindades. A pesar de todo —como lo señala un famoso teólogo—, Dios ha prevalecido “a pesar de la Iglesia”. Con otras palabras: nuestro bautismo con agua y Espíritu Santo nos anima a trabajar en favor de los demás, en beneficio de todos. Esa es nuestra mayor felicidad, y nuestro más genuino proyecto de vida que buscamos llevar siempre a cabo.

Jesús pone el cielo por distancia con respecto a nosotros —y esta es la respuesta a la pregunta que hice al comienzo del artículo— para que nos hagamos responsables de la misión que nos encomendó. Se trata de crecer, llegar a la adultez espiritual, la madurez misionera, de modo que devenimos los colaboradores suyos en el plan que Dios Padre le dio a Él, y que ahora está también en nuestras manos. Somos pues colaboradores de la misión de Cristo.

 

IV.

Me gustaría compartir dos puntos más. El primero tiene que ver con el título de esta entrega, y la afirmación hecha más arriba: considero que nuestra vida de relación con Dios y las demás personas debe combinar equilibradamente la “contemplación” con la “acción”, de manera que no vaciemos ninguna de éstas al favorecer una sola. Obviamente, mi mayor preocupación hoy día —dado “los vientos que soplan”— es la “contemplación inútil”, o anonadamiento que inhibe del trabajo, de hacer el bien, porque privilegia un “fitness” individual, encapsulado, que olvida al otro, especialmente al excluido y necesitado. Esos son los discípulos, arrebatados con la contemplación del Señor que sube a los cielos: la visión los desconecta de la realidad que están por afrontar, pues Jesucristo les dio una misión y los habilitó para llevarla a cabo; pero ellos están extasiados, gozosos de no estar anclados a la realidad, con el “cable a tierra” cortado.

La contemplación cristiana apunta a darle vida, “paticas” a los sueños que nuestro imaginario amasa por una Venezuela mejor, por una Ciudad Guayana mejor, por un mundo mejor. Nuestra contemplación nos lleva a altas cuotas, hasta donde ascendió Jesús, mientras que nuestras manos nos dicen: “¡Es posible!” “¡Demos nuestro aporte a esta historia!”.

El mejor ejemplo bíblico de lo apenas dicho es san José, esposo de la Virgen María: Dios se le mostraba en sueños, y José ponía en acto lo que soñaba. Mientras tengamos viva la capacidad de soñar, de ilusionarnos, Venezuela tendrá futuro, independientemente de que nuestros dirigentes adelanten políticas enanas, miopes, escasas.

Segundo punto. Feliz día, mamá. Con mi recuerdo a ti, las incluyo a todas.