I.

En la Biblia existe la “trilogía del pobre”. Es decir, el pueblo de Israel, que ha debido conquistar la tierra hasta convertirla en su patria, que ha sufrido la esclavitud y el destierro, que se vio asediada en muchísimas ocasiones por pueblos e imperios circunvecinos, tan belicosos como él, y que debió padecer finalmente la ocupación de sus territorios por parte del imperio romano, posee como muchas sociedades una configuración piramidal, o sea, la base más amplia y pobre del pueblo sostiene a las siguientes capas.

Esta base, entonces, estaba compuesta por “tres clases de pobres”: el extranjero, el huérfano y la viuda. Toda esta introducción viene a propósito de que el domingo —día del abrazo en familia— veremos como protagonistas de las lecturas, precisamente, a dos mujeres, dos viudas, dos pobres.

 

II.

Elías es un auténtico profeta del Señor, pero no goza de la simpatía de sus paisanos, entre otras cosas por haber profetizado una larga sequía; obligado a huir, termina refugiándose por órdenes de Dios, en Sarepta. Allí vive una viuda, con su pequeño hijo. Exhausto por el viaje, el enviado del Señor le pide de comer a la mujer. Ésta le responde que le queda una porción de harina, y algo de aceite. Su intención era hacerse un pan para ella y su pequeño, y luego de comerlo, echarse ambos a morir. Elías comprende perfectamente su situación, pero le pide antes prepararle con los mismos ingredientes un pan pequeño a él, y le promete que nunca faltarán estos bienes en su casa. Así hará esta buena mujer.

De la Carta a los Hebreos debo comprometerme públicamente a dedicarle este espacio en otro momento, pues su mensaje es hondo y hermoso, sobre todo para quienes hemos escogido el sacerdocio como modo de servir a nuestros hermanos mayores y menores.

Continuamos de la mano con san Marcos, y su evangelio que presenta a Jesús Maestro: el Señor enseña por contraste, es decir, haciendo ver a sus discípulos cómo hay gente que ha hecho de su relación con Dios una parafernalia, para no mostrarlo a él, sino para mostrarse ellos. Lo más distintivo de esta relación es que se basa en la hipocresía. Se es “generoso” porque se da lo que sobra; la propia existencia no se ve comprometida, pues se da lo que se tiene en abundancia. Es gente “pobre”, dado que lo único que posee son bienes materiales. Se ofrece para sacar provecho, para obtener reconocimiento a cambio.

Pero Jesús enseña asimismo a partir de buenos ejemplos: es el caso —casualidad—de la viuda, que deposita en el óbolo del templo aquello que ella misma necesita. La viuda, pobre por antonomasia, muestra que la relación con Dios es interesante, por eso da desinteresadamente incluso lo que no tiene, pues al dar la ofrenda, se quedará sin nada… aparentemente.

 

III.

Las lecturas del próximo domingo nos vienen muy bien a los venezolanos, por todo lo que estamos padeciendo. Me explico. Para poder sobrellevar la situación que estamos padeciendo como país arrasado, no debemos permitirnos perder la fe en Dios, la confianza de fondo que hará sí que podamos superarla como nación.

Ante tanta carestía, y la que se avecina, pues aún no sufrimos lo que esto comporta, existen personas que no obstante haber sido golpeadas material y económicamente, no pierden su confianza en la Palabra que Dios nos dirige, y son capaces de ser generosos incluso a riesgo de quedarse definitivamente sin nada. Ese es el mensaje de la viuda de Sarepta, que confió en la palabra de Elías, el hombre de Dios, y de la viuda del evangelio, que vio Jesús, el hombre Dios.

Se podrá pensar sarcásticamente que me refiero a una postura “ingenua”, pero no lo es en absoluto. De este atolladero saldremos también gracias a nuestra disponibilidad honesta a abrir para compartir en medio de tanta necesidad. Esto es un valor nada despreciable. Es lo mínimo —y lo máximo— que necesitamos hoy día para vivir.