La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”

Jean Jacques Rousseau

Una forma de mantenerse conectado socialmente con los demás, es a través de las emociones, ya que constituyen esas herramientas para movilizarnos en las distintas situaciones del convivir diario.

Al nacer los hijos vienen dotados de una carga genética que perfila lo que en psicología se le conoce como “temperamento”, el cual destaca las conductas que determinan que cada individuo se diferencie de otro; no obstante, éste no es inmutable, puede cambiar en el proceso de desarrollo en función de las experiencias vividas durante la infancia, del modelo educativo de los padres, siendo los primeros 18 meses claves para la conformación de la personalidad, conjuntamente con el carácter, lo que influirá en las ulteriores conductas a manifestar al relacionarse con el ambiente que le rodea, sean estas adaptativas o inadaptativas.

De allí la importancia de prestar atención  y proporcionar modelos positivos, para relacionarse favorablemente con los demás, adecuarse a las normas de los distintos espacios en que participará, como la escuela por ejemplo, a efectos de que la tendencia que muestre el niño o niña en su comportamiento, sea orientada hacia fines positivos mediante acciones educativas claras y precisas, ayudándole a que se desenvuelva mejor, a comprender sus emociones, a obtener lo mejor de sí mismo, a auto conocerse y,  fomentar un pensamiento moral basado en valores, que le conlleven a relacionarse en armonía y convivir con los demás en respeto, con responsabilidad y conciencia de lo bueno y lo malo, de lo correcto e incorrecto.

En las manos de los padres, está la cimiente de construcción de una inteligencia emocional positiva para potenciar una sana convivencia de los hijos con el entorno social.