I.

Hace muchos años, hubo pensadores que se preguntaron si existía “algo” común a toda la realidad, que aunara todas las cosas. Entre las muchas propuestas que entonces se dieron, se dijo que el movimiento era la realidad que acomunaba a todo el resto.

El punto lo traigo a colación porque entiendo que las lecturas de mañana Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo B, presentan el movimiento como hilo conductor: idas y venidas de los hombres y Dios, manifiestan el deseo divino de que el bien gane siempre más terreno.

 

II.

En el marco de la relación pastor-rebaño, para simbolizar la relación Dios-pueblo, el Señor toma la palabra, sirviéndose de su profeta, Jeremías, para encarar a los pastores, a los dirigentes político-religiosos, por cómo han tratado a Israel: lo dispersaron, dejándolo a su propia suerte, hasta que pereció de mengua; él tomará en cuenta sus malas acciones. Ahora bien, el mismo Dios enciende nuevamente las brasas de la esperanza popular al proclamar que reunirá a su pueblo, lo volverá a traer y hará que crezca, y se multiplique. Israel tendrá nuevos y mejores pastores, así como Dios hará surgir un rey justo, prudente, que salvará a Judá y dará seguridad a Israel.

Por otro lado, la Carta a los Efesios es la continuación de la lectura del Domingo pasado: Dios nos acercó a sí mismo, aquellos que nos habíamos alejado de él; nos unió y derribó el muro construido a base de odio. Es mediante la muerte en cruz de Jesucristo, que el Señor nos atrajo y unos unió en un solo cuerpo, el de Jesús de Nazaret. Pero en el madero también tuvo lugar la muerte del odio que nos desunía, aislándonos; finalmente, con su cruz Jesús nos reconcilió a todos con Dios Padre,  dándonos paz a cercanos y alejados.

Por otra parte, también el evangelio de Marcos relata los frutos recogidos por los discípulos que fueron de misión el Domingo pasado: Jesús los invita a ir a un sitio tranquilo, a descansar. El trajín por la predicación del Reino no les deja tiempo siquiera para comer. Se alejan, pero la gente los alcanza. Este hecho remueve interiormente a Jesucristo, quien siente compasión por el pueblo, porque están como ovejas sin pastor, es decir, perdidos; el Señor Jesús responde con calma, y se pone a enseñarles.

 

III.

El primer paso de venida lo da Dios, al suscitar en medio de su gente responsables comunitarios que garanticen su condición de pueblo elegido, o sea, que comprenden que el Señor su Dios desea su vida en plenitud, sin ataduras a falsos dioses o a ídolos hechos a su medida; Yahvé quiere la unión del pueblo, que se robustezca optando por la vida que se le ofrece. Dios da el primer paso de vida, al acortar la distancia que habíamos establecido con él, a través del odio entre nosotros, sus hijos. La entrega de Jesucristo representa el amor llevado a sus últimas consecuencias, de modo que la división a causa del odio, no tenga más cabida en las relaciones fraternas. Dios da el primer paso, al enviar a sus amigos a llevar la buena noticia a un pueblo necesitado de ella. Esta noticia es que Dios nos ama incondicionalmente, y se coloca compasivamente de nuestra parte.

El hombre “se va” cada vez que, en lugar de servir a su semejante, se aprovecha pecaminosamente de él, dando paso a todo tipo de injusticia. El hombre “se va” cada vez que levanta o favorece muros que alimentan divisiones, y promueven sentimientos irracionales porque no se reconocen a sí mismos en quienes adversan. El hombre “se va” finalmente cuando cae presa del activismo que le impide descansar en Dios. Hacer el bien cansa; reposar en Dios significa dar a cada actor de la historia de salvación su justo lugar, ocupando el Señor el rol protagónico, desde el momento en que la semilla sembrada con nuestra palabra, crece independientemente del tiempo que le dediquemos porque en definitiva es Palabra de Dios.

El Señor vuelve siempre, pues no se deja encapsular por lo dado de la realidad, y hace brotar paladines de la justicia allí donde todo parece corrompido. El Señor vuelve siempre pues no se amilana, y acorta la distancia que solemos colocarle y colocarnos recíprocamente. El Señor vuelve siempre, pues la sana distancia que coloca, para el merecido descanso, no le impide acercarse compasivamente a los desorientados de esta historia.

 

IV.

El “pastoreo” en Israel tiene que ver con colocar a Dios por delante, viviendo en la propia realidad sus sugerencias, que redundarán en beneficio de todos, y no de unos pocos. Que haya pastores, significa entonces que existan servidores en medio nuestro, siendo el servicio su razón de ser y la fuente de la propia felicidad y realización.

El evangelio nos dice que Jesús no entiende su misión en solitario, sino que contagia a otros para que le demos continuidad a su trabajo. Él verifica igualmente que lo hecho en su nombre lleva el sello del Espíritu de Dios, oyendo a sus discípulos sobre cuanto han operado. La misión se cumplió, pues. Es menester descansar, como decía anteriormente: recobrar fuerzas, humanizarnos haciendo aquello que nos nutre por dentro, dejando a Dios ser Dios, tomando distancia para evitar dinámicas estériles, pero viviendo desde el amor, y así no dar cabida al sarcasmo.

El sufrimiento ajeno debe remover nuestro ser. Este sentimiento debe sin embargo traducirse en pasos efectivos para combatir el odio y la desunión. Lo que padecemos como país no es querido por Dios; por eso se compadece de nosotros. También nosotros vivimos como ovejas sin pastor (a los actuales responsables pareciera, dado sus acciones, no interesarles nuestro destino). Los muros que separan dan la sensación de imbatibilidad, pues se apuntalan en sus cimientos. A nosotros se nos llama nuevamente a continuar el trabajo, teniendo el mismo modo de Jesús de mirar a las personas y su suerte. No dejamos de soñar en una tierra justa, que nos haga sentir seguros.