«EL QUE ECHA MANO AL ARADO»

Homilía en el 55º Aniversario del Colegio Loyola Gumilla

Puerto Ordaz, 30 de septiembre de 2020

Luis Ovando Hernández, SJ

Queridos todos

Bienvenidos a esta su casa, en una fecha tan especial como la de hoy. Extiendo mis saludos a todos aquellos que hacemos vida en nuestro Colegio Loyola Gumilla, y a aquellos a quienes ustedes representan. 

Hay gente que suele mirar con ojeriza a sus semejantes, cuando a éstos últimos se les ocurre plantear una celebración en unas condiciones como las actuales, donde somos terriblemente golpeados por muchas pandemias. Me permito afirmar desde el comienzo de esta homilía que no solo es bueno una celebración —respetando las necesarias medidas de bioseguridad—, sino que es necesarísima. Estamos de fiesta y estamos muy alegres porque celebramos 55 años desde que el Colegio fue fundado. La necesidad de festejar está en el hecho de que nuestra realidad nacional está urgida de buenas noticias como esta. En un país literalmente destruido es prácticamente un milagro que exista una institución que superó el «medio cupón»; y más aún, cuando está institución está dedicada a la educación, hay que celebrarlo por todo lo alto. Es decir, dando gracias a Dios, que es el Dueño y Señor de este Colegio, agradeciendo asimismo a todos aquellos que hemos dado nuestra humilde aportación, en fidelidad creativa con todos los que nos precedieron.

El evangelio del día de hoy nos muestra a Jesús llamando a personas, invitándolas a seguirlo, para, estando con Él, puedan entre todos predicar el reino de Dios, un reino constituido no por señores y siervos, sino por amigos. Todos juntos promueven la filiación con Dios y la fraternidad con Él: se trata de una llamada radical. A esto apuntan las palabras «dejen que los muertos entierren a sus muertos» y «quien pone la mano en el arado, y mira hacia atrás, no es digno de mí». Esta postura firme se hace además en un clima de urgencia. No hay tiempo siquiera para despedirse de los seres queridos. 

En resumen. Hay una tarea por hacer. Esta tarea no se lleva a cabo en solitario. Esta tarea requiere mucha firmeza. Se trata, finalmente, de una tarea urgente. No hay tiempo que perder.

Este evangelio, por otra parte, no puede ser tomado al pie de la letra. Una de las heridas más profunda que está dejando la pandemia por doquier es la imposibilidad de que las personas se despidan de sus seres queridos fallecidos, de acompañarlos y darles sepultura. Hay que entender que Jesucristo no se está refiriendo a dejar a nuestros muertos a medio camino; Él habla de otra cosa—muy conectada con el día de hoy, por cierto— y hemos de entenderlo bien so pena de hacernos una falsa imagen del Señor. Tampoco podemos tomar literalmente aquello de «no mirar hacia atrás». Todos nosotros, conductores, estamos conscientes de la importancia del retrovisor de nuestros vehículos: cuando manejamos el carro, echar la vista atrás es una cuestión demasiado importante.

El Señor Jesús nos está llamando a vivir junto a Él una verdadera aventura. Quisiera imaginar que algo similar se les planteó a aquellos que hicieron realidad este Colegio: todos se embarcaron en una aventura. Hubo un jesuita anterior al P. Andueza o al H. Armentia, al general Ravard o a Sucre Figarella, al papa Juan XXIII o al Superior de los jesuitas, P. Janssens, que dijo: «este amor me obliga, ordenándolo así Usted, a que me aventure de nuevo, con mucho gusto, a otros mayores trabajos». 

El amor que Dios siembra en nuestros corazones nos entusiasma, llevándonos a asumir «mayores trabajos» que nos llenan de satisfacción. Escoger una profesión, construir una familia, hacerse cura jesuita, establecer un Colegio y prolongarlo en el tiempo, son «mayores trabajos». Pero no nos fijamos en las fatigas y desazón que todo esto conlleve, sino en la enorme satisfacción que probamos cada vez que cumplimos con nuestra labor. 

Como todos los buenos aventureros, los Loyola no le damos mayor peso al martirio o al protagonismo, sino al testimonio: somos testigos irrefutables de que sabemos educar. Hemos brindado y seguimos brindando educación, camino privilegiado para superar esta crisis en que nos han hundido un reducido grupo de dirigentes políticos advenedizos e irresponsables. ¿Por qué tanto optimismo al hablar del Loyola Gumilla? Este centro educativo ha trasmitido conocimiento, pero también ha atornillado virtudes que los Loyola atesoran en su carácter: amor a Jesucristo, valor, disciplina, curiosidad científica, dotes intelectuales y pedagógicas, y determinación por cumplir las tareas. Así se traduce hoy día la radicalidad y la urgencia de la llamada del Señor que oímos en el evangelio. 

Alguien ha afirmado que la historia es poesía, pues la imaginación del historiador vuela sobre los datos recogidos, reconstruyendo algo que ya no existe: los olores del Orinoco, la fuerza del viento y el brillo del sol cuando el P. Gumilla llegó por vez primera; las sensaciones y los pensamientos de la maestra Camen Rodríguez y de Betty Álvarez, el sonido de sus palabras y su manera de sonreír. 

Es difícil comprender el corazón de los hombres y mujeres Loyola. Una forma de aproximarnos a ellos es mediante su fe, porque su valor resida quizá en esta convicción religiosa inquebrantable. La fe renueva las energías y la voluntad, al igual que la prudencia; la fe nos hace sabios, descubrimos mucho más sobre la vida. Esta sabiduría nos hace humildes y llanos, que damos importancia a Dios, y después a todo lo demás. Con esta actitud por delante, es que podemos presumir de logros y hazañas. Nuestra fuerza tiene su origen en la vida espiritual, nuestra tenacidad es fruto de la alianza que nuestra alma selló con el destino del país. La disciplina del alma y del cuerpo nos permiten descubrir en su raíz más honda el justo valor que tiene todo lo material.

La emoción de la aventura llena de energía a los discípulos de Jesús, y también a nosotros. La aventura es siempre, sobre todo, una sed de saber; es una empresa del conocimiento. Al empeño pertinaz de los niños por fisgarlo todo, a la curiosidad de nuestros jóvenes responde esta aventura llamada Loyola Gumilla.

Termino. A partir de hoy se nos abren al menos inicialmente tres retos que debemos arrostrar: en primer lugar, nuestra independencia económica, o lo que es igual, son los padres y representantes quienes sostienen y apoyan económicamente a su Colegio, que han escogido voluntariamente para que contribuya con la educación que nuestros hijos ya reciben en casa (es probable que ustedes sepan que existen colegios en Ciudad Guayana que aun no abren sus puertas, porque padres y representantes no se ponen de acuerdo con la directiva sobre mensualidades y matrículas). El segundo reto a afrontar tiene que ver con lo que alguno ha llamado la «educación multimodal», o sea, que debemos privilegiar todo aquello de positivo que nos va dejando el uso de las herramientas virtuales en tiempo de COVID-19, de modo que, el día que volvamos a clases presenciales, seamos capaces de combinar creativamente el modo virtual de educar con el modo presencial de educar. El tercer reto a encarar tiene que ver con lo que está sucediendo en Guayana con la educación, es decir, no podemos ni debemos contentarnos con que al Colegio Loyola Gumilla le vaya bien. Es necesario echar una mano a la educación, seriamente mermada por los motivos ya por todos nosotros conocidos. No es suficiente con que a nosotros nos vaya bien. Es menester que a todos les vaya bien, si queremos celebrar otros 55 Aniversario.

Los acá presentes pusimos nuestras manos en el arado —como dice el evangelio— y miramos atrás sirviéndonos del retrovisor. No nos anclamos regodeándonos en un pasado «glorioso», que añoramos regrese con todos sus componentes y realidades, sino que lo vemos con ternura y orgullo. Esta mirada nos hace soñar, no nos pone a dormir. Esta mirada llena de esperanza nuestros ojos, no nos deprime al constatar que todo tiempo pasado era mejor. Esta mirada atrás nos compromete, así como se comprometieron todos aquellos que vinieron antes que nosotros.

Feliz cumpleaños, Colegio Loyola Gumilla.