Puerto Ordaz, 26 de abril de 2020

 

 

ESTO ES LO QUE ESTÁN VIENDO Y OYENDO

Homilía con ocasión de la celebración del antiguo alumno

Capilla del Colegio Loyola Gumilla

 

 

Introducción

¡Bienvenidos todos a esta Eucaristía! La palabra «eucaristía» significa «celebración», «fiesta». De eso se trata la misa, de una fiesta. Es una celebración del todo particular, cuya nota característica es la alegría fruto del encuentro con Dios y entre nosotros. Y el encuentro de las personas es algo que en estos días echamos muy en falta. Tenemos muchas razones para estar felices, a pesar de las circunstancias: celebramos el día del antiguo alumno, egresado de nuestros Colegios jesuitas esparcidos por el mundo entero. Celebramos la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, anticipo de nuestra propia resurrección. Celebramos para renovar la esperanza que nace de esta realidad, y lo hacemos en esta capilla, lugar de inspiración, de consuelo y fortaleza.

Nuestra capilla es siempre la misma, pero ha cambiado. Es la misma, porque incluso estando vacía, en ella nos podemos encontrar con Dios, que tiene su casa aquí, y la habita. Pero es distinta, porque expresa un proyecto de vida: la vida que se consuma en el amor, traducido éste en servicio desinteresado. Es la misma, porque en sus paredes está contenido el universo entero. Pero es distinta, porque dadas las circunstancias planetarias y los sentimientos individuales que cada uno prueba, estamos solitos aquí pidiendo que haya futuro para el país y el mundo entero.

Deseo pues compartir con ustedes un par de reflexiones nacidas de la lectura y meditación de la Palabra de Dios de hoy, presentarles un ejemplo de vida concreto, con la intención que ilumine nuestras existencias, para concluir con un par de ideas que nos ayuden a darse sentido a nuestra condición de antiguos alumnos.

Soy P. Luis Ovando Hernández, rector del Colegio desde 2017. Me acompañan en esta Eucaristía los PP. Arturo Peraza, vicerrector de la UCAB Guayana; Robert Urdaneta, director y administrador del Colegio, y Jesús Carmona, docente del Colegio. Con esta modalidad virtual de eucaristía pretendo colocarlos a todos ustedes en el único altar que es Jesucristo, trayendo hasta acá todas sus intenciones, sus acciones de gracias y sus peticiones.

 

Esto es lo que están viendo y oyendo

                La primera lectura está tomada de los Hechos de los Apóstoles, libro atribuido a san Lucas, como continuación de su evangelio, que también hemos leído hoy. La segunda lectura, por su parte, pertenece a la primera carta del Apóstol san Pedro.

Los Hechos de los Apóstoles son el relato del camino recorrido por la comunidad cristiana; la Iglesia hace este camino sin la presencia física de Jesús, que subió a los cielos. Pero no es una Iglesia que se sienta abandonada por Dios, pues el recorrido lo hace acompañada por el Espíritu de Jesucristo, que la guía constantemente.

De los muchos aspectos que se desprenden del pasaje que escuchamos, resalto el de la experiencia directa de Pedro, que es quien toma la palabra: él da testimonio de lo sucedido con Jesús, asesinado en cruz y resucitado por el poder de Dios Padre. Este evento cambió a Pedro, de manera que cada día que pasa se parece más a Jesucristo. Este dato me parece fundamental para nosotros: hay un cambio social, compartido, con el paso de la muerte a la vida por parte de Jesús. Nuestra vida —y nuestra muerte— cambió con la Resurrección de Jesús; ahora nuestra vida tiene sentido, y nuestra muerte también lo tiene. En un plano más personal, Pedro cambió: pasó de ser el hombre ensimismado en sus temores, encarcelado en sus propios miedos, a ser el representante y continuador de la misión de Jesús, y cabeza del grupo que el mismo Señor había consolidado. Dejó atrás el miedo, para convertirse en un hombre de fe.

Algo de esto se nos ofrece hoy a nosotros, antiguos alumnos, que vivimos en un mundo que reclama a gritos más convicción. En la Resurrección de Jesús encontramos la fuerza suficiente que nos anima a continuar reclamándole un pedazo de futuro a esta realidad calamitosa, arrodillada por el COVID-19, pero igualmente castigada por personas de carne y hueso, con nombre y apellido.

Por su parte, en la carta de san Pedro se nos invita a algo que pareciera contradecir lo apenas dicho. Es decir, si con la Resurrección, Pedro pasó de ser un hombre encapsulado por el miedo, ese mismo Pedro, ahora nos dice que debemos vivir con temor. Para comprender esta aparente paradoja, hemos de entender la palabra «temor» como sinónimo de «respeto». Es la gravedad, el peso específico, el valor que damos a las cosas partiendo del hecho de que Dios es nuestro Padre, que ganó nuestra libertad no con cosas caducas, materiales, sino con la entrega de Jesús. Nuestra cárcel de máxima seguridad no es «la tumba» o «el hoyo», sino el pecado. El pecado nos resta libertad. Con su muerte y resurrección, Jesús rompió para siempre los lazos que el pecado había echado sobre nuestras vidas e historias. De esto hay que hacer experiencia; lo contrario son palabras huecas.

Lo hemos oído ya en reiteradas ocasiones: hubo de ocurrir una pandemia mundial para que le diéramos un chance al planeta y lo tratemos con «temor», con más respeto, para que veamos un rebrote de más naturaleza, más aguas cristalinas y hasta una ballena jorobada en nuestras costas orientales. Hubo de separarnos socialmente, para que nos demos cuenta de lo importante que es un abrazo.

Finalmente, llegamos al evangelio. Es muy conocido. Se le llama también «el de los discípulos de Emaús». Quiero poner sobre el tapete un elemento que está muy relacionado con nosotros. Se habla de personas deprimidas, que deciden huir pues todo se acabó. Ellos salen de Jerusalén derrotados, desahuciados. En estos casos, es mejor ponerle distancia al trago amargo. Jesús, con su muerte, echó por tierra sus expectativas. Ahora bien, en medio de su profundo malestar son capaces de oír la pregunta provocadora del Señor, intentar responderle y oírlo a lo largo del trayecto. Otra vez nos cruzamos con personas que viven la experiencia de la presencia de Jesús. Es muy hermoso notar cómo estos hombres desesperados por huir, ahora están sosegados, más tranquilos; e invitan al forastero a cenar con ellos y pasar juntos lo que queda de jornada. Las palabras de Él atizaron el fuego de las cenizas en que se habían convertido sus corazones. «Al partir el pan» lo reconocieron. Es decir, cual vendaval impetuoso, ambos pudieron constatar que conocían ese gesto, y reconocieron al que durante toda su vida partió y compartió el pan, hasta que debió «compartirse a sí mismo» el día que «partieron» su cuerpo en la cruz. En medio de la desgracia y la depresión hay una buena noticia: Él está vivo. Y vuelven sobre sus pasos para comunicarlo a los demás. Lo que vieron y oyeron; no lo que aprendieron o leyeron, sino lo que vieron y oyeron en primera persona.

Este evangelio es muy popular, por el hecho de que Jesús camina con nosotros, especialmente en nuestros momentos más difíciles, dándonos ánimo mediante su palabra y presencia en el compartir.

 

Angela Merkel

Hoy celebramos el día del Antiguo Alumno. Lo hacemos además en el marco de la celebración remota de nuestro 55 Aniversario, que inicia este próximo 30 de septiembre, y durará todo el Año Académico venidero. Nos preparamos para alzar nuestras copas y brindar por tan emblemática fiesta. Es necesario hacerlo. Es necesario celebrar esta constancia educativa, en un país donde pareciera ser política de Estado acabar con toda estructura educativa formal.

Puesto a pensar en el Antiguo Alumno, me parece que lo primero que lo caracteriza es su profunda unión con Dios. De esta intimidad real, experimentada en primera persona, procede todo lo demás. No nos eludamos: la Compañía de Jesús ha abierto sus puertas a alumnos ateos, agnósticos e incluso de otras profesiones de fe. A lo que me refiero es al hecho de «salir de sí mismo» que puede experimentar toda persona. Este «éxodo» hace mucho bien, pues nos descoloca del ombliguismo que nos enaniza y encierra. Si la tierra prometida que buscamos con este éxodo es Dios, mejor aún. Si no es Dios el puerto al que dirigimos la barca que es nuestra vida, que ese recorrido esté marcado por la verdad, la belleza y la bondad. De Dios salimos y a él regresaremos, como ansiamos regresar a tantos espacios sociales hoy. La segunda característica del Antiguo Alumno es su competencia en los distintos campos del saber y la técnica. Se trata de una persona que ha cultivado el propio intelecto y lo usa con mucha frecuencia en todo cuanto le atañe. No nos eludamos tampoco en esta área: existen personas que por variados motivos no completaron sus estudios formales, y son todos unos señores y señoras. Un título universitario no trae automáticamente consigo la educación y la sabiduría que solemos valorar y buscar. Existen personas que desaguaron su ingenio en otros contextos, y les ha ido bien. Están contentos y su prosperidad, poca o mucha, la comparten con familiares y amigos. Con esta segunda característica he querido mencionar más bien esa actitud propia del espíritu jesuítico, que es no darlo todo por sentado, y se permite sanamente dudar. Es la curiosidad intelectual que no se contenta, y va siempre más allá. Esta característica nos aclara que los estudios y su asimilación es para ponerlo al servicio de los otros, allí donde él se encuentra. La otra característica que resaltaría en esta mañana es que el Antiguo Alumno está orgullosamente consciente de pertenecer a una familia de larguísima tradición. En medio de la incertidumbre de nuestras sociedades líquidas, el Colegio es raigambre, es historia compartida, es vida. Muchos de ustedes pueden dar fe de que los mejores amigos, los de toda la vida, se dieron y consolidaron en el Colegio. Muchos de ustedes pueden testimoniar que fue en el Colegio donde conocieron el amor, y sus labios probaron el primer beso. Fue aquí donde las flechas de los arqueros amantes se tensaron en los arcos del sentimiento más noble, y apuntaron a una amorosa diana profiriendo promesas de eternidad.

No es mi deseo cansarlos. Termino, pues. Desde hace mucho tiempo me esfuerzo en que todo cuanto diga pueda ser concretado en ejemplos palpables, de manera que mis discursos no sean palabras estériles o que no puedan dar que pensar. Es por ello que quiero dejarles al final de esta homilía un ejemplo, con la esperanza de que los inspire a ustedes también.

Se trata de una mujer. Pasa los 65 años de edad. No es Antigua Alumna nuestra (se pudo haber escogido un Antiguo Alumno para detonar nuestros resortes internos, pero no lo hice; siempre se puede hacer, claro está). Ella es la Primer Ministro de Alemania desde 2005. Es doctora en Física por la Universidad de Leipzig. Y es la político que a nivel mundial ha sabido gestionar mejor esta pandemia. Para los expertos, su éxito se basa en que se dirige a su pueblo con el rigor científico propio de una Física, pero explica con total sencillez lo que está ocurriendo y los pasos dados y a dar. Es una científica cuyos conocimientos aterrizaron en una práctica política y están dando buenos resultados. Su éxito igualmente se basa en que su modo de hablar calmado provoca a su vez calma. Esta paz no tiene que ver únicamente con un temperamento —más bien firme, en su caso— o un tono pausado o el dominio de la oratoria. La calma que trasmite es una calma política: porque en sus discursos, partes y comunicados, no hay «otra» intención, o segundas agendas u oportunismos, es que puede hablar calmadamente, procurando sosiego entre los pobladores. Se trata de la única político que cuando habla no usa tapabocas, y no es criticada por ello, como los son otros mandatarios. Finalmente, su éxito se apoya en la facultad que posee para desmontar histerias particulares y colectivas. Para ella es obvio que el modo como se afronta la pandemia tiene que ver con la capacidad personal y social de no dejarse destruir la propia tranquilidad. De no ser capaces de convertirnos en los mejores custodios de nuestra tranquilidad, en medio de este huracán que todavía no asoma el ojo, corremos el riesgo de ser castigados por nuestra propia esperanza.

De esto estamos necesitados, además de estar necesitados de alimentos, medicamentos y servicios básicos, de derechos humanos no conculcados y políticas claras. Estamos necesitados de personas capacitadas, que ponen al servicio de los demás sus conocimientos y competencias; personas transparentes, sin dobleces ni segundas intenciones; personas que diluyen tormentas y aplacan tornados sociales. Personas que entraron para aprender, y salieron para servir. No necesitamos ser Angela Merkel; necesitamos ser Loyola: hombres y mujeres para los demás. Hombres y mujeres con los demás. Seamos los discípulos de Emaús, que damos cuenta de lo que vimos y oímos. Así sea.

 

P. Luis Ovando Hernández S.J.
Rector