I.

Deseo compartir contigo algunas ideas desde mi condición cristiana, con el fin de entablar a partir de ahora un diálogo que ayude a comprender más y mejor la presencia de Jesucristo en esta parte del país, y cómo esa presencia del Señor es salvífica, es decir, Jesús de Nazaret desea darnos su Vida, para que tengamos más y mejor vida.

Concretaré mi aporte tomando en consideración la posición de la Iglesia con respecto a lo dado en nuestra realidad, acrisolando ambos «ingredientes» con la Palabra de Dios —como hilo conductor de nuestras conversaciones—, especialmente el evangelio de cada domingo.

 

II.

El pasado 29 de enero de 2018, la Conferencia Episcopal Venezolana emitió un breve comunicado, titulado «Ante la convocatoria a elecciones presidenciales anticipadas». Rescato la siguiente afirmación del documento: «En Democracia la primera responsabilidad de todo gobernante es atender las necesidades básicas de la gente, que por desgracia hoy está obligada a pasar hambre, a no contar con los servicios mínimos indispensables para la vida, en ocasiones hasta morir» (n. 4).

Que las necesidades básicas del pueblo sean debidamente atendidas por la clase gobernante supone que la gente asuma su condición de sujeto social, y que los dirigentes respeten la voluntad del pueblo al que sirven (Cf. nn. 5-6). Desgraciadamente, la realidad contradice abiertamente estos fundamentos democráticos.

El comunicado se cierra con una llamada al gobierno para que atienda responsablemente esta situación calamitosa, a la oposición para que cuaje un consenso con todos los actores sociales, con miras a alcanzar una unidad que supere lo coyuntural electoral (Cf. n. 7), y con una petición al Espíritu de Jesús para que nos conceda luz y fuerza para servir a nuestro pueblo.

 

III.

El título de este artículo está tomado de la Primera Lectura del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B, correspondiente al libro de Job.

La lectura dominical de la Sagrada Escritura tiene un modo y orden: generalmente, las dos primeras lecturas pretenden adelantarnos algo propio de Dios, que el Evangelio desarrollará con más propiedad. Por razones obvias, dejo de lado la Primera Lectura y la Epístola paulina, y comparto lo que a mi juicio es la novedad divina concentrada en la Buena Noticia de Jesús.

El Evangelio es conocido. Jesús va a casa de Pedro, en compañía de sus discípulos: allí se encuentra con la suegra de este último, enferma. El Señor la toma de la mano, la levanta y, una vez curada, ella se pone a servirles. Al final del día, siempre en casa de Pedro, Jesucristo curó enfermos y expulsó demonios. Mientras todos duermen, Él ora a Dios Padre, hasta que nuevamente atiende a los suyos que lo buscan, e inicia nuevamente la tarea para la cual fue enviado, predicar y expulsar demonios, según el evangelio de san Marcos.

 

IV.

La Biblia, al estar compuesta por unos documentos escritos hace muchos siglos, por distintas personas, en diferentes épocas históricas, para un público variado, pide inevitablemente una interpretación situada, enraizada en el momento histórico que vivimos hoy día. Esa es pues mi oferta: una interpretación del Evangelio, que toma en cuenta el aquí y ahora, para provocar una reflexión y su respectivo diálogo. Rescato entonces algunos elementos que considero relevantes para la interpretación siguiente.

Siempre que en el Evangelio aparecen los nombres de Pedro, Santiago y Juan, alrededor de la figura del Maestro, significa que algo importante va a suceder. Jesús se dirige a casa de Pedro, en compañía de Santiago y Juan. Y es que la casa de Pedro se ha convertido en la casa de Jesús.

Al entrar, el Señor se entera que la suegra de su amigo está postrada, enferma. La sanación llega con el simple hecho de tomarla de la mano, y ella responde sirviendo a todos. Resulta curioso que no haya un diálogo entre los personajes; todo es austera y sencillamente acción. Ahora bien, el gesto consiste nada menos que en levantar al caído, erguir a quien está inmóvil a causa del mal presente en su existencia. Lo propio de Jesús es dar vida, trasmitir fuerza, a quien se siente morir, al débil.

Llega la noche; no obstante, la falta de sol no es impedimento para que Jesús de Nazaret le gane terreno a los males que aquejan a la gente, irradiando el bien, donando su Vida. Esto es lo que significa que cura a los enfermos y expulsa a los demonios: el Reino de los Cielos es el triunfo del bien sobre el mal, de la Vida sobre la muerte.

Cuando la noche se hace más intensa, más oscura, Jesús reza a Dios. Él no rechaza la multitud; es más, conscientemente la busca. Pero también busca a su Padre, con quien se relaciona permanentemente. Sin embargo, las necesidades se imponen y debe volver: todos los buscan. La misión debe continuar, hay que ganar terreno. Para eso ha venido.

La Escritura está diciéndonos que Dios ni quiere ni bendice cuanto nos está sucediendo como país. El Señor no quiere nuestra postración, nuestra dependencia de otros, nuestra muerte. Jesús nos quiere de pie, para así ejercer el poder al que hemos de aspirar todos: el poder servir a los demás. Nuestra presencia en esta historia está justificada por el hecho de que hemos sido invitados a servir, a colaborar con el Señor en su misión de provocar Vida, especialmente en aquellos a quienes esta realidad insiste en negársela.

Jesús no es populista, ni desea establecer relaciones clientelares. Él es Hijo, y quiere propiciar lazos de fraternidad entre nosotros, donde el reconocimiento mutuo es la base para desarrollar nuestra condición de hermanos. Su tarea es servir a través de la predicación de esta Buena Noticia, acompañada de gestos aterrizados que dan fe de la llegada del Reino.

De igual modo nosotros. Hemos de tomar la palabra en esta dantesca realidad, para anunciar la Buena Nueva de Dios, para levantar a los postrados, para hacer de esta tierra un Reino.

Luis Ovando Hernández, SJ