I.

El Domingo 24 de junio la Iglesia recuerda el nacimiento de san Juan Bautista. Este hecho se ve reflejado en alguna medida en las lecturas correspondientes: lo que Isaías habla de sí mismo, y de la vocación recibida por parte de Dios, se aplica buenamente al Bautista; lo que los Hechos de los Apóstoles refieren de David, de Jesús e incluso de san Juan, está allí precisamente para comprender todavía más la figura de éste último. Finalmente, el evangelio de Lucas —en el contexto de los relatos de la infancia de Jesús— narra el nacimiento y los eventos especiales que giraron alrededor inclusive del nombre que lleva el Precursor de Jesucristo.

 

II.

Dios le ha dirigido la palabra a Isaías. Lo ha llamado, pues tiene una misión para él. A partir de ese momento, Isaías es constituido en profeta al servicio de la Palabra de Dios, con la tarea de restablecer las tribus de Jacob, devolver la unidad perdida en el tortuoso recorrido que ha hecho Israel. Los planes divinos sin embargo apuntan más allá: quiere que Israel se convierta, de modo que sea el centro de gravedad para todas las naciones y llegue así a todos la salvación que Él ofrece.

Lucas, por su parte, en la continuación de su evangelio, o sea, los Hechos de los Apóstoles, nos trasmite tres ideas básicas. La primera, que el rey David fue un hombre conforme al corazón de Dios, y de David desciende Jesucristo, Mesías para su pueblo. La segunda idea es que Juan predicó un bautismo de conversión a orillas del río Jordán, como preparación precisamente de este Mesías. Por último, Jesús se dirige salvíficamente a todos los descendientes de Abraham, al pueblo de Dios, Israel, y a todos aquellos que temen a Dios.

El evangelio, siempre de Lucas, relaciona el alumbramiento de Juan como un gesto misericordioso de Dios para con sus padres, Isabel y Zacarías. El relato dice que, una vez nacido, el niño es presentado en el templo para ser circuncidado, como manda la Ley mosaica. Quien preside el rito le da el nombre del padre, como solía estilarse tradicionalmente. Sin embargo, la madre interviene diciendo que se llamará Juan. Ante la perplejidad causada por el nombre, se decide consultar al papá, mudo, qué nombre llevaría el recién nacido. El padre coincide con su esposa, y escribe el nombre en una tablilla. A partir de ese momento, vuelve a hablar. Lo primero que hace es dar gracias a Dios. Todos estos eventos causan estupor entre los presentes. Lucas termina el relato con unas palabras muy similares con las que cierra la narración sobre la infancia de Jesús: el Señor estaba con Juan, y el niño iba creciendo, así como su carácter también se desarrollaba. Él vivió en el desierto, hasta que se presentó ante su pueblo.

 

III.

De la primera lectura rescato un dato que deberá engranarse con el resto del mensaje de las lecturas dominicales. El Israel bíblico no sabe de individualidades; sabe de personas, pero no de “narcisos” que no tienen nada que ver con el resto de los integrantes de la sociedad: la suerte de uno, es la misma del conjunto, y viceversa. Para Dios y el pueblo es inconcebible que a alguien le vaya bien, en detrimento del grupo, por ejemplo. Esto se ve reflejado en que la lectura de Isaías es hasta cierto punto confusa, pues el mensaje dirigido al profeta puede buenamente funcionar para el pueblo, como de hecho ocurre al final de ese pasaje: ¿a quién llama Dios “luz para las naciones”? ¿Al profeta? ¿A Israel? Me gusta creer que las palabras divinas están dirigidas efectivamente a ambos, porque en la vocación de Isaías se concentra asimismo la invitación que Yahvé hace al pueblo, y la vocación planteada al grupo no le es ajena al profeta.

La misma explicación calza a la perfección con relación a la misión que Dios Padre encomendara a Juan el Bautista y a Jesucristo. Hay una “historia” que se abrió paso con Abraham, con todos aquellos para quienes es fundamental llevar a Dios consigo, y por eso temen quedarse sin él en su caminar, con David, y con Juan y Jesús de Nazaret. Todos ellos forman parte de una saga, de una historia de salvación. Todos ellos asumieron el rol que Dios les encomendó, respondiendo afirmativamente a la llamada que él les hizo, y trabajando en favor del proyecto de Dios, de su reinado entre nosotros.

La vocación de Juan se asemeja a la de Isaías. Existe una escogencia que parece remontarse incluso antes de sus respectivos nacimientos. No han nacido aún, y ya son propiedad de Dios. Ambos son portavoces del mensaje de Dios para su gente. Llaman a la conversión del corazón, para que efectivamente Dios pueda llegar a ser el rey de nuestros corazones.

Su nombre encierra su historia, pero también lo que Dios quiere hacer con el pueblo: derramar “misericordia” sobre todos, así como lo hizo con los ancianos padres del Bautista —siendo su madre estéril, por si fuera poco—; Dios le hizo un “juramento” a Isabel (es el significado del nombre), y lo “recuerda” perfectamente (es lo que Zacarías significa). Juan es la alegría de sus viejos, de quienes aprendió lo que luego predicó, pero también para Israel, a quien dedica toda su persona, ofreciéndole el bautismo para que se decida a hacer el bien, y para abrirle el sendero a Jesús, que viene detrás de él.

 

IV.

Estamos necesitados de hombres como Isaías, como Juan y como Jesucristo (su figura está en un segundo plano en estos relatos, pero está). Estamos necesitados de personas conforme al corazón del Señor: gente que atiende la llamada y se da sin medida a anunciar la maravillosa noticia de que Dios nos ama, y nos quiere siempre mejores, mejores hijos y hermanos. Venezuela sabe de esto. Somos mayoría, y estamos muy por encima de esta vil situación que pretende quebrarnos. Dirigimos a unos, y necesitamos dirigencia.