I.

Volvemos al Décimo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B. “¿Dónde estás?”, le pregunta Dios a Adán. Estamos en los inicios del relato del Génesis, y el pecado ha hecho acto de presencia. Por su parte, Pablo recomienda a los cristianos de Corintos que “no se desanimen”, y Jesús tiene que ubicar a los suyos, en su visita a Nazaret. Detrás de estas lecturas, hay un mensaje divino para nosotros.

 

II.

Dios se pasea por el jardín. Las relaciones con los hombres (Adán), y las mujeres (Eva), son directas, el diálogo es franco. Todas las personas del relato se reconocen entre sí. Ese día, sin embargo, ocurre algo inusual: Dios no encuentra a Adán; éste se escondió. Y cuando es confrontado por su Creador, Adán responde que la vergüenza, a causa de saberse desnudo, lo llevó a ocultarse. No tener vestidos en el jardín era símbolo de transparencia entre las personas; ahora no. Estar “como Dios nos trajo al mundo” da pena, pues esta conciencia es a causa del pecado. Haber desobedecido al Señor, introdujo el conflicto con Él, con los demás seres humanos, e incluso con la naturaleza (representada en la serpiente). La desobediencia trae consigo un pecado mayor, sobre el que volveré más adelante.

Pablo está claro que todos los cristianos poseemos el mismo espíritu de fe, pues creemos que Dios, que resucitó a Jesús, también nos resucitará a nosotros. Todo cuanto acontece en nuestra historia, es para nuestro bien, de modo que no debemos deprimirnos: nuestro interior se renueva a diario, la zozobra experimentada nos consolida en Dios, no tenemos que fijarnos excesivamente en lo transitorio (lo que se ve), sino en lo perenne (lo que no vemos), y “si nuestro edificio se desmorona”, Dios tiene una casa para nosotros. Este mensaje provoca ánimo, invita a tener esperanza.

El evangelio de Marcos coloca a Jesús en Nazaret, visitando a los suyos. La escena es bien particular: su fama lo precede, y sus paisanos están entusiasmados por verlo y oírlo. Al mismo tiempo, se rumora que no está bien de la cabeza; obviamente, la familia ha ido a buscarlo, para ponerlo a resguardo. Jesús hace el bien, pero algunos de los suyos interpretan que es con la fuerza del diablo que realiza estas acciones. El Señor Jesucristo se dirige a éstos últimos, sin ignorar a su familia (“hablar a la suegra, para que la nuera entienda”): si Él combate el mal con la fuerza del mal, ese reino no subsistirá. Un reino, una familia, divididos, no tienen futuro. El señor es firme: todo pecado es perdonado, menos quien lo hace contra el Espíritu Santo. Por último, retoma el punto de sus familiares: mi madre y hermanos son aquellos que oyen y cumplen la voluntad de Dios.

 

III.

La desobediencia como pecado conlleva a uno mayor, que, “valga la cuña”, capea en Venezuela; es decir, no asumir las propias responsabilidades. Al ser confrontado por Yahvé, Adán descarga su responsabilidad en Eva, y ésta en la serpiente. Este pecado, al igual que el pecado contra el Espíritu Santo, no tiene perdón divino. El mal se cuela en la historia, y no hay culpables. El país está a ras de suelo, y no hay quien se haga responsable de esta catástrofe.

Por su parte, el pecado contra el Espíritu es llamar a las cosas malas, buenas; es llamar a las cosas buenas, malas. Hay una inversión de valores: la corrupción es mala, y no obstante ello, hay gente que la valora y vive a partir del dolo. Hay gente que es perseguida por hacer el bien, estoy pensando en el caso concreto de “Médicos sin Fronteras”, que a pesar de hacer el bien en semejante situación, se les señala de malos. Jesús le aclara las ideas a todos los que razonan de este modo. El punto vale asimismo para su familia de origen, que ha ido buscando a un “loco”, cuando Él se ha dedicado a predicar el Reino, a ponerle coto al mal haciendo el bien. La familiaridad con Dios no se basa en parentescos o privilegios, sino en cumplir la voluntad del Señor, de quien ha oído su mensaje. Esos somos nosotros, hijos, hermanos, que oímos y conocemos la voluntad divina, y la cumplimos.

 

IV.

Nuestro país fue desmoronado. Vemos sufrimiento donde fijamos la mirada. Lo que observamos, Dios no lo aprueba. Y cuando preguntamos al igual que Yahvé: “¿Dónde estás?”, la respuesta es: “del lado de los deprimidos”, “en la tierra de los desesperanzados”, “escondidos”, “avergonzados”.

Venezuela arrasada se parece al Edén. El pecado ha acabado con las relaciones; el equilibrio se rompió. Ya nada será como antes, salvo que Dios no intervenga. Esta intervención no se da al margen del hombre; la persona debe asumir su responsabilidad en esta historia, y debe trabajar por su recomposición. Abel también forma parte de la familia que Adán y Eva han conformado fuera del jardín. Él es un rayito de luz en medio de tantas tinieblas.

Debemos reanimarnos lo antes posible. Hay que asimilar los buenos consejos de Pablo, fiel a su experiencia de Jesús en su vida. Debemos hacernos con todas aquellas realidades que nos recompogan espiritualmente, cotidianamente. Hay que apostar por lo duradero, en medio de tanta incertidumbre. Acabaron con Venezuela, nuestra morada. Pero Dios nos tiene una casa reservada. Nuestra casa “futura” hemos de contemplarla siempre y con ilusión, pues representa el “plano” de la casa que deseamos construir hoy. Este es el espíritu de fe recibido, el que resucitó a Jesucristo y nos resucitará como país.

En el evangelio Jesús afirmó que su madre y hermanos son aquellos que oyen y cumplen la voluntad de Dios Padre. Me complace imaginar que son palabras frescas, llenas de esperanza, dirigidas a Nuestra Señora, pues fue Ella quien oyó la palabra de Dios, y obedeció.

María, que fue a buscar un hijo desquiciado, se reencontró con su propia historia, desde que Dios entró en su vida. “¿Dónde estás?”.