I.

A inicios de la década de los ’80 se dio en el estado Lara un experimento muy interesante a nivel de cooperativas cafetaleras, promovidas por un par de jesuitas, apoyándose en un sacerdote diocesano, anciano, que vivió su ministerio entre los campesinos. Llegados éstos a esa tierra de gracia pretendieron desarrollar dicho proyecto social valiéndose de la estructura organizativa básica existente, es decir, un grupo de cristianos conocido como “la Legión de María”. El viejo sacerdote, pues, les dio un consejo bien sencillo a sus pares jesuitas: “Es importante el café; pero también la fe. No lo olviden, fe y café”.

Me parece que esta anécdota es muy apropiada para abordar la Palabra de Dios del próximo domingo, y de modo especial la Carta del Apóstol Santiago.

 

II.

La primera lectura del profeta Isaías nos hablará del así llamado “Canto del Siervo Sufriente”. Esta lectura es de suma importancia para nosotros, pues la usaron los autores del Nuevo Testamento para intentar asimilar lo atroz de la pasión de Jesucristo: Él es el Siervo Sufriente de Dios. Lo interesante de este pasaje es la frase “El Señor me ayuda”, que se repite en dos ocasiones.

Santiago coloca en la encrucijada de una decisión vital a la comunidad a la que dirige su carta: es incompatible para un cristiano profesar una fe que no se traduzca en acción. Una fe sin obras es una fe muerta, afirma el Apóstol.

Por último, en el evangelio según san Marcos, Jesús va en compañía de sus discípulos a la ciudad más al Norte de la Palestina que Él conoció: Cesarea de Felipe. El nombre de este poblado hace entender que estamos ahora en una encrucijada de culturas, la grecorromana y la oriental, donde ya no se pregunta por la fe de los discípulos, sino por el contenido de esa fe, o sea, quién es Jesús de Nazaret para cada uno de ellos.

El pasaje en cuestión es bien noto: los discípulos intentan responder a la pregunta a partir de las obras de Jesús, de las que ellos son testigos; Pedro le responde que es el Mesías, y Jesús les comenta sobre el porvenir, sobre su pasión. Esta parte de la historia no le agrada a Pedro, quien intenta persuadir al Señor de que evite a toda costa el fatal desenlace. Jesucristo lo llamará “Satanás”, y declarará que quienes pretendan seguirlo deberán cargar con su propia cruz. Cristo se comporta con una lógica distinta, a saber, para “salvar” la vida, hay que “perderla”.

 

III.

No es la primera vez que en la Biblia aparece la tensión “fe – obras”, o “fe y café”, como dijo el viejo sacerdote. El planteamiento es claro: la fe de las personas se refleja en su actuar. Cuando se presenta el falso dilema de “fe sin obras”, “obras sin fe”, la Escritura Sagrada se inclina por las obras, porque éstas suponen ineludiblemente la (buena) fe de quien (buenamente) actúa, independientemente de que la niegue o menos.

La tradición cristiana entendió esto desde bien temprano. Los ejemplos son muchos, pero me referiré a uno solo, Ignacio de Loyola. Él solía afirmar que “el amor debe ponerse más en las obras que en las palabras”. Tiene toda la razón.

Lo contrario capea en nuestro cotidiano: la devaluación de la palabra, la mentira sin disimulos, la opacidad en la información, la promesa que busca generar falsas expectativas. Todos son discursos huecos, huérfanos de resultados. A esta insostenible actitud estructural hay que anteponer nuestra mirada honesta a la realidad: ¿Lo que me dicen se corresponde con lo que veo?

Esto no es política, sino fe con café. Las obras son las pruebas de la fe que se afirma. Al país se le ha impuesto una pesada cruz, y las mayorías empobrecidas están injustamente cargándola; muchos compatriotas han perdido la vida dramáticamente. Que nuestra fe y nuestro café demuestren nuestra incorregible decisión de apostar por la vida, del mismo modo que lo hizo el Señor, que es quien nos ayuda.