Son dos hombres maduros que se juntan al caer del día, para abrir recíprocamente el propio corazón. Su madurez se mide por el objeto último de su búsqueda existencial: ambos desean agradar a Dios. Hablan de salvación y de decisiones a tomar para vivir coherentemente con aquello que creen y esperan. 

Es el momento del descanso; la noche los cobija. El cariño gira alrededor de ellos, arropados por el respeto mutuo. Se trata de Jesucristo y Nicodemo. El diálogo entablado es Buena Noticia para nosotros, quienes acompañamos a Nicodemo a los pies del Maestro, en esta “escuela nocturna”.

 

La cruz de Jesús salva

Toda buena lección rescata lo mejor de la tradición. Para Nicodemo, la figura de Moisés es fundamental, preciosa; de allí que las palabras iniciales de Jesús se refieran al profeta más grande del Antiguo Testamento. 

Siguiendo el mandato del Señor Dios, Moisés hizo una serpiente de bronce que, puesta en alto, sirvió de remedio antiofídico y consiguientemente salvó a todos aquellos que fueron picados por los reptiles en su largo camino por el desierto. Toda la fuerza del relato está puesta en el gesto de levantar la estatua. 

De igual modo sucederá con la muerte de Jesús de Nazaret: una vez crucificado, Él será “elevado”. Desde esta posición, el Señor atrae nuestra atención. Contemplamos a quien fue injustamente asesinado de la manera más cruenta conocida entonces. Y así como posar la mirada en la serpiente implicaba la curación de los israelitas, sucede igual con nosotros que alzamos la vista al cielo para mirar solidaria y esperanzadoramente al Crucificado, causa última de nuestra salvación. 

 

Luz y oscuridad

En el lenguaje del Cuarto Evangelio, la luz es sinónimo del bien, de la bondad y de nuestra salvación, mientras que la oscuridad representa el mal, la maldad y la condenación. 

No es suficiente con saber distinguir el bien del mal, sino que es necesario que nos decidamos por uno de éstos. Actuando de esta forma, hacemos ejercicio de nuestra libertad, conscientes de que en no pocas ocasiones las circunstancias pueden influir de tal manera en nuestras opciones, que terminamos decidiéndonos por aquello que repudiamos. 

Lo anterior es una cosa. Otra bien distinta es vivir a partir de la propia “opción fundamental”. Es decir, me decido a vivir la vida como hijo de la luz estando claro que esta decisión no elimina la oscuridad presente e imperante en mi ser, y que también ocasionalmente yo promuevo. Pero la oscuridad no forma parte de mi horizonte, sino que la pongo “a dieta” por cuanto de mí dependa, favoreciendo siempre más “encender luces” en lugar de expandir las tinieblas. 

En mi casa el servicio eléctrico se interrumpe a diario, como sucede en toda Venezuela; pero mi hogar irradia luz. Y esto vale también para el país. Es de noche en nuestras vidas, pero no estamos carentes de Luz. 

Nutramos siempre más que en la noche más oscura Jesús Elevado es nuestra Luz y nuestra Salvación.