I.

Mañana domingo iniciamos la Cuaresma. La palabra proviene del latín; hace referencia —como bien lo señala el Evangelio de san Marcos— a los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, una vez que Juan lo bautizara y antes de dar inicio a su misión pública.

En nuestro caso, la Cuaresma es la posibilidad siempre renovada de volver a Dios, de entregarle la vida para que Él la lleve hasta sus últimas consecuencias, en términos de filiación y fraternidad: porque «el río se cruza por las piedras», la filiación y la fraternidad se concretan cuaresmalmente en la práctica de la oración, la limosna y el ayuno.

La frase que hoy sirve de título la tomé prestada del Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2018. El mensaje papal será el trasfondo de cuanto sigue a continuación, al tiempo que glose las lecturas dominicales, sabiendo que la predicación evangélica la ofrezco aquí y ahora.

 

II.

La oración es una realidad difícil de conceptualizar; sin embargo —afirma el Papa—gracias a la oración, el corazón descubre la mentira. La oración es, entonces, un criterio de discernimiento: ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso.

El pasado 07 de febrero, el CNE fijó fecha para las elecciones presidenciales, el día 22 de abril de 2018. Prescindiendo ahora de lo espurio del procedimiento, me interesa llamar la atención sobre lo que ha supuesto semejante decisión, pues, a partir de ese momento se abrió un falso dilema a resolver, es decir, participar o no de las elecciones.

Si la oración es que Dios afirme su verdad, ésta arroja su luz sobre las sombras de la pregunta y nos dice que debe interesarnos primeramente el país. Porque la llamada a los comicios presidenciales es ilegal, deberíamos concentrarnos en reclamar democráticamente sí unas elecciones, pero no en estas condiciones, sino como lo establece la Constitución. En torno a esta realidad, se unen voluntades que luego exigirán se celebren las elecciones presidenciales.

A diferencia de la comprensión secular a propósito de la limosna, o sea, «hacerle la caridad a otro», la limosna es una cuestión de justicia social: con ella no hacemos sino devolver al otro lo que por derecho le corresponde, y que por distintas circunstancias no tiene.

Hoy día carecemos de todos los bienes básicos. A pesar de ello, estoy consciente que lo único que hará que avancemos como nación es la solidaridad, el compartir y la generosidad: nos han robado el país, e incluso nos han robado vidas humanas preciosísimas. Pero todavía no terminan de robarnos ese andamio espiritual que hace sí que, de igual modo que el Señor multiplicó panes y peces, manos bondadosas multipliquen arepas y blíster de medicamentos.

El ayuno, de hondas raíces bíblicas al igual que la oración y la limosna, es hacer realidad aquello de que «no solo de pan vive el hombre». Al privarnos libremente del alimento decimos que nuestras existencias dependen en último término de Dios, y que la liviandad que resulta de no ingerir comida —sin poner en riesgo la salud— nos activa, nos tiene despiertos, conscientes.

El año pasado, en el marco del inicio de la Cuaresma, Mons. Ubaldo Santana, arzobispo de Maracaibo, dijo que no se podía exigir ayuno a un país que está pasando hambre. Desgraciadamente, estas palabras no solo son actuales, sino que cada día que pasa, nuestro malnutrido pueblo está muriendo o bien por falta de alimentos, o bien por consumir literalmente desperdicios.

De aceptarse lo dicho hasta aquí, es necesario ayunar de agendas personales, de egoísmo, indolencia, de la violencia, del poder desnudo. Este ayuno sí lo debemos exigir.

 

III.

Las lecturas correspondientes al Primer Domingo de Cuaresma, Ciclo B, apuntan al mensaje central de este tiempo litúrgico que desaguará en la Pascua de Jesucristo: la conversión.

La primera lectura habla del pacto que Dios establece con la humanidad representada en la familia de Noé, y simbolizado en el arcoíris. La interpretación correcta de la saga del Arca de Noé nos la ofrece la segunda lectura, tomada de la Primera Carta de Pedro: el diluvio es símbolo del bautismo: el paso de la muerte al pecado, y el renacimiento por el agua a la vida que Jesús nos da. Por otro lado, san Marcos, en unos pocos versículos, afirma lo que desarrollará a lo largo de su Evangelio: el Reino de Dios ha llegado, y es menester convertirse y creer en esta noticia por demás buena.

 

IV.

Que Jesucristo fuera conducido al desierto significa que va al encuentro de su Padre. Es conducido por el Espíritu, lazo de común unión con Dios. Vivirá lo extremo y áspero del hecho de estar en el desierto, pero esta experiencia no la afronta solo. Allí es tentado por el enemigo de Dios, a quien encara hasta resultar vencedor. Inmediatamente, comienza su predicación.

Convertirse significa renunciar a todas las dinámicas que, por deshumanizadoras, nos llevan a la muerte, y optar por Jesús, y la Vida tal como él nos lo muestra. Con otras palabras: hay que abandonar la mentira, la ilegalidad, el propio querer e interés, y abrazar el sendero justo y necesario, personal y socialmente. En esta contienda no estamos solos. El Espíritu que condujo a Jesús de Nazaret al desierto nos acompaña también a nosotros, y nos asiste siempre.

Soportaremos esta debacle colectiva si dirigimos todas las baterías a un mismo objetivo, como sujeto social, dando los pasos indicados, con honestidad, contando con el sostén espiritual que tenemos: Dios es nuestro punto de apoyo, es decir, la base donde regresamos para sopesar la realidad antes de decidirnos a favor de la Vida.

Hay demasiado anti Reino de Dios en el ambiente, que justificaría abandonar la empresa, y caer en la depresión. Sin embargo, el tiempo de Cuaresma es un momento del todo especial para que vivamos litúrgicamente, como una sola comunidad de hijos y hermanos, la experiencia de empezar a amar de nuevo.