I.
En 1988 se proyectó la película “No amarás”, del director polaco Krzysztof Kieślowski: una de las escenas más emocionantes coloca alrededor de una mesa mientras comen a padre, hijo y abuela. Papá es comunista, ergo también ateo. Abuela es fervorosa creyente, y el niño se halla en medio de estos extremos irreconciliables. Papá inicia la conversación pidiéndole a su hijo que rece a Dios para que le procure el pan que está por comerse; el niño obedece, y obviamente no sucede nada. El padre vuelve a tomar la palabra para indicarle que ahora ore al partido comunista en procura del alimento; el niño vuelve a obedecer, y en esta ocasión el papá coloca en el plato del infante la cena. La conclusión paterna es inmediata: ¡Dios no existe!
La abuela contempló impávida la “comedia”. Llegado su turno, le pidió al nieto que se acercara y le diera un abrazo; una vez que el niño estaba en su regazo le preguntó: “¿Qué sientes?”. El chamo respondió: “Oígo cómo tu corazón me dice: ‘te amo’”. La anciana respondió: “Ese es Dios”.
El Sexto Domingo de Pascua trae consigo la consideración de que Dios se da a todos por igual, y que lo que más lo define es el Amor.
II.
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles arrastra un tema de suma importancia, y que requerirá de unos cuantos versículos más para cerrar la discusión: hay personas que abrazaron la fe en Jesucristo, pero no provienen del judaísmo; es decir, no estaban circuncidados. Asimismo, hubo judíos que se adhirieron al cristianismo, y no pocos de ellos introdujeron la polémica, exigiendo la circuncisión a todos los varones que creen en Jesús de Nazaret. Se dan reuniones, diatribas con visos irresolubles, hasta que se imponga la línea evangélica: Dios no hace distinciones, sino que dona su presencia a aquellos que lo aceptan y ponen en obra esto, practicando la justicia. Prueba de lo apenas dicho es que el Espíritu Santo se da a todos, independientemente —en este caso— de su nacionalidad.
La segunda lectura sigue el recorrido de la primera carta de Juan, y presenta tres ideas fundamentales, bien concatenadas. Hay una reiterada exhortación a amarnos los unos a los otros, pues Dios es Amor, y la mejor manifestación de su Amor es que nos dio a su Hijo, nuestro Hermano Jesús. Una vez que habla de lo que mejor define a nuestro Dios, ahonda en estas ideas afirmando que quienes aman, han nacido de Dios y lo conocen. Finalmente, Jesús vino para procurarnos a todos la Vida.
Por último, continuamos con el capítulo 15 de san Juan que, insistimos, se trata del discurso de despedida de Jesús, porque está en los previos de la pasión. La lectura es la profundización de la parábola de la vida, el viñador y los sarmientos. Es una lectura sencilla, dado que gira alrededor del verbo “amar”, que se repite ocho veces, el verbo “permanecer”, dos veces, y el sustantivo “mandamiento” aparece en cuatro ocasiones.
III.
Pedro se ha tomado muy en serio seguir de cerca al Maestro, ahora que es guiado por el Espíritu de Jesús. En este caso, él está claro que Dios Padre, tal como se lo revelara Jesucristo, no sabe de diferencias de ningún tipo, pues entiende que todo hombre es su hijo gracias a la entrega incondicional del Hijo Primogénito: todos merecedores de recibir el Espíritu, bautizarse, y vivir en consecuencia. Misión esencial del apóstol será entonces poner a dieta toda distinción que impida la relación directa entre la criatura y su Creador, como dice Ignacio de Loyola. Esto es posible, porque el apóstol ha vivido en carne propia lo que predica: no la circuncisión, sino la fe en Jesucristo es la que confiere vivir referidos a Dios.
Este decidirnos por Dios Padre debe concretarse en la reciprocidad del amor, como vínculo por excelencia de la relación entre los hermanos, como vía de conocimiento de quien sea Dios, y vehículo patente del “nuevo nacimiento” del que Jesús habla, al inicio del evangelio de Juan. ¿De qué modo se comporta el Señor para demostrarnos su amor, de manera que éste no sea solo palabras? Dios nos ama desde el momento en que decide hacernos partícipes de su vida, siguiendo el ejemplo de Jesús, a quien nos envía para enseñarnos cómo se ama.
La manera que tiene Jesús de amarnos, para que vivamos con una alegría característica de nuestra existencia, es propiciando la relación, el encuentro permanente con Él, dando el primer paso siempre. Este amor exige pasar de la consideración de la relación en términos “amo-siervos”, a la de “amigos”. Esta será la única norma que Jesús nos dará a quienes nos llamemos sus discípulos: amarnos unos a otros, como Él nos amó. Y nos amó de tal forma, que no reparó en entregarnos la Vida a través de su muerte, de su resurrección y de su Espíritu Santo.
IV.
Vivimos tiempos aciagos en nuestra pobre tierra. Venezuela es un país a ras de suelo; solo falta que se nos quiebre la propia dignidad, tan severamente amenazada como lo está nuestra existencia. En semejante contexto, es una osadía que raya con lo naif predicar el Amor, donado a todos de igual manera y medida, contagioso entre los seres humanos que desean vivir en serio su vocación a hermanos, amor que se hace norma cuando quien la establece es la fuente misma de este amor que promueve.
Debemos predicar el Amor a ejemplo de Pedro, que hace caso omiso de todos aquellos que lo contrariaban; debemos hacerlo siguiendo los pasos del Apóstol Juan, testigo de una iglesia duramente castigada por quienes la adversan; hemos de rendir homenaje a Jesús, reo de muerte que prefiere pasar sus últimas horas hablando con los suyos sobre Amor, y cómo hacerlo realmente.
Dios nos ama, y nos lo demuestra eligiéndonos antes de que nosotros lo elijamos a él. Fuimos elegidos para amar. Tengamos pues presente esta elección.