I.
El cristianismo es el resultado de la predicación de la Palabra de Dios —que es Jesús de Nazaret—, a todos los confines del mundo. Esta hermosa misión ha supuesto desde sus inicios una realidad positiva para la humanidad, que se ha beneficiado de lo mejor de ésta para progresar en su camino. La semilla de la Palabra, pues, cayó en tierra buena y desde entonces ha dado sus frutos.
Ahora bien, lo bondadoso de la religación cristiana no ha sido ni uniforme ni bueno en todo momento histórico. Existen también épocas opacas, que poco tienen que ver con Dios, así como dinámicas que a pesar de haberse originado en el seno de la predicación divina, no obstante deben depurar realidades presentes que la desvirtúan como experiencia que procede del Señor.
Uno de los grandes obreros del Reino de Dios fue san Pablo, y una de las comunidades que acogió con mayor ahínco el mensaje que él llevó fue Corinto; pero los cristianos de Corinto fueron asimismo un hueso duro de roer para el Apóstol de los Gentiles. A ellos está dirigida la Segunda Lectura, que leeremos el próximo domingo en las iglesias católicas.
II.
La lectura está tomada de la Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, capítulos doce y trece. Es un pasaje por demás popular, dado que se utiliza con muchísima frecuencia en los matrimonios, de manera que ha sido bautizado con el nombre de “himno a la caridad”, o sea, al amor. En estos escasos treinta versículos pareciera que Pablo fue capaz de concentrar todo cuanto puede decirse sobre la realidad humana que es el Amor. A éste lo define como “carisma mayor”.
Los cristianos de Corinto alardean de su cristianismo, quizá influenciados por el hecho de pertenecer a una de las ciudades más prósperas, económicamente hablando, cosmopolita, dada su situación geográfica portuaria, y deslumbrantemente culta, por el entrecruce de pueblos, que confluyen con sus respectivas culturas, enriqueciendo a la “ciudad de los dos puertos”. Ellos ostentan en el centro de su comunidad cristiana políglotas, profetas y sabios, con una fe a prueba de fuego, hombres y mujeres cuya generosidad los lleva a entregar la propia vida, inclusive.
Sin embargo —a decir de Pablo de Tarso—, les falta el carisma mayor: el Amor. Al definirlo, Pablo se expresa con estas palabras: “es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Las expresiones cristianas que muestran los corintios son propias de la religación cristiana; pero si está ausente el amor, son vacuas, inútiles. El amor es el único ingrediente capaz de encauzarlas, porque entonces todas están dirigidas al crecimiento y beneficio de la comunidad y, por consiguiente, de la persona portadora del carisma. Pablo también afirma que todos los carismas enumerados pasarán, cosa que no ocurrirá con el Amor. El Amor nunca pasa. Quienes hemos vivido esta experiencia, sabemos que es así. Para bien y para mal el Amor nunca pasa.
III.
El Amor hace del profeta Jeremías —amado por Dios incluso estando en el vientre de su madre— una plaza fuerte, una columna de hierro y una muralla de bronce, para que predique especialmente a los viles dirigentes del pueblo su Palabra. Los gobernantes indignos se enfrentarán al profeta, pero no podrán vencerlo porque el Amor que es Dios lo acompaña en todo momento.
El Amor hace de Jesús el hombre libre que no se obnubila con la aprobación aduladora de sus paisanos, y es capaz de hacerles ver que lo de la sinagoga de Nazaret se trata de un reconocimiento interesado, malintencionado, pues pretenden “milagros fáciles”, o sea, el cambio de su realidad sin compromiso ni esfuerzo de parte de ellos: que el mal dé paso al bien, pero sin que ellos se impliquen.
IV.
El Amor que profesamos a Venezuela debe llevarnos a reconocer que atravesamos horas delicadas, donde nuestro futuro está severamente amenazado, porque nuestro presente está a ras de tierra. Si esto es así, hemos de implicarnos en el liderazgo compartido que le duele nuestra suerte y la comparte, que presenta su empático oído para escuchar aquello que hace resonancia en su interior, que habla con sencillez y verbo esperanzador de “Amor” y “servicio”, haciendo suyo el lema de Ignacio de Loyola, “en todo amar y servir”.
No aúpo el diálogo porque le tema a una confrontación civil (cosa que ruego a Dios, nunca suceda), sino que creo en la Palabra divina porque quiere mi bienestar. Es la Palabra amorosa de Jesús de Nazaret, que enfrenta a los dirigentes arrogantes y prepotentes, del mismo modo que enfrenta a los zalameros de turno, para recordarles que deben aspirar a un carisma mayor. El Amor por ti nunca pasará.