I.

El XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B, nos muestra abiertamente el plan de Dios para con nosotros: nos dio su bendición al donarnos a su Hijo, nuestro Hermano, Jesús, y nos introdujo gracias a Él, a formar parte de la Familia Divina. Esta entrega gratuita, incondicional, de parte de Dios, es bien acogida, como lo demuestra el evangelio de Marcos; pero también conoce el rechazo, que es el planteamiento de la Primera Lectura (sobre este rechazo, también nos pone en guardia el evangelio). El Señor nos quiere para sí, y nos pide ayuda en la tarea de predicar su reino a todos los confines; en nuestro caso, proclamarlo en nuestra pobre hermosa tierra.

 

II.

Quienes se dedican al estudio de la Sagrada Escritura, suelen separar a los profetas en “mayores” y “menores”. El comentario viene al caso, pues mañana domingo leeremos el mensaje que nos trasmite Amós, uno de los profetas menores. A diferencia de la mayoría de los profetas, Amós conoció la paz y el bienestar económico de su pueblo; pero la injusticia y la inmoralidad, fruto del abandono del sendero del Señor, capeaban en el ambiente. En tal sentido, Amós ejerce su ministerio consciente de tener que llamar la atención de Israel, esperanzado en que cambie de rumbo, y acepte el bien como compañero de camino. El pasaje que nos ocupa, muestra al representante religioso que le pide a Amós irse a profetizar a otro lugar, pues allí su mensaje se ha vuelto insoportable; el profeta retruca que él no profetiza por herencia —como se dio en Israel, en otros casos: papá profeta, hijo profeta—, sino porque Dios lo quiso así, sacándolo de su oficio de pastor y cultivador de higos, es decir, de su vida acomodada.

Por su parte, la Carta de Pablo a los Efesios es su salutación a la comunidad, a manera de bendicional: Jesús es nuestra bendición, fuimos elegidos en Jesucristo, y fuimos, gracias a Él, a ser hijos de Dios. Dios quiere, finalmente, “recapitularlo” todo en la persona de Jesús de Nazaret.

Del evangelio, hay que rescatar el modo de ser y actuar de Jesús: Él se ha hecho un grupo de seguidores, para hacerlos partícipes de la misión que Dios Padre le encomendó entre nosotros. El relato inicia diciendo que llamó a los Doce, el círculo de sus más íntimos allegados, y los mandó de dos en dos a predicar el Reino, capacitándolos para esta tarea: autoridad sobre los espíritus inmundos (Marcos dice que, de hecho, los discípulos expulsaron demonios), poder curar a los enfermos, ungiéndolos con aceite. Recibieron también unas indicaciones bien precisas de cómo se lleva a cabo la misión: sin provisiones ni dinero, habitando allí donde se los reciba, ofreciendo el don de la paz (en caso contrario, al salir del sitio debían sacudirse incluso el polvo de las sandalias). Los testigos de Jesús marchan, pues, a predicar la conversión a todos los confines de Israel.

 

III.

La semana pasada hice mención a la realidad profética en medio del pueblo. Ésta es una vocación, o sea, Dios llama a la persona a su compañía, para hacer de él su portavoz, llevando su mensaje a todos, por muy antipático que esto pueda ser en ocasiones. Es el caso de Amós, hombre a quien el Señor le descompone la existencia: la presencia de Dios en su vida es una diferencia que marca una diferencia, es decir, algo ocurrió en la vida de este pastor y campesino, que fue diferente. A partir de eso diferente, todo lo que vino después fue igualmente diferente. Esta diferencia es vivida de dos maneras: por una parte, Amós gusta de la presencia de Dios en cada momento, y no está dispuesto a alejarse del Señor por nada en este mundo; por otro lado, Dios no lo deja en paz al enviarlo a un pueblo que goza las mieles de la abundancia, pero que se comporta injustamente. Y como todo aquello que atenta contra la vida de las personas, especialmente de las más desamparadas, obviamente no es aprobado por el Señor, y se lo echa en cara a Israel valiéndose de la voz de Amós.

El Señor Dios quiere reconducirlo todo a Jesús: poder experimentar la inclusión, la vida y el culto verdadero del mismo modo que lo experimentó Jesús. Se trata entonces de recapitularlo todo en Él. No me refiero a “cristianizar” la realidad circundante, o abrazar causas filantrópicas aconfesionales; hablo de tener ante nuestros ojos el estilo de Jesús, de manera que “informe” todo lo que nos compete. Hablo de que su Espíritu nos preceda, y no que nos adelantemos a él. Hablo de que todo sea en Cristo.

Marcos está plagado de símbolos que buscan inscribir la causa de Jesús en la gran historia de salvación de Israel, de relación de Dios con su gente. De allí que los “doce” apóstoles representen a las “doce tribus de Israel”. Esto es evidente asimismo en la explicitación de “la condición” de que para que un testimonio sea creíble, han de estar presente al menos dos personas: no fueron a predicar el Reino de uno en uno, o en grupos de tres o de cuatro, sino de dos en dos. A estos pares de amigos se les habilita para cumplir cabalmente su misión; Jesús no se reserva nada para sí. Él nos da absolutamente todo cuanto necesitamos para hacerlo presente en medio de nuestros hermanos.

La misión consiste en combatir lo malo con la fuerza del bien. Nuestra misión es expulsar tanto endemoniado suelto, poniéndole coto y expropiándolo de aquello cuyo único dueño es Dios, o sea, las personas habitadas por lo dañino, por el odio. Las personas son de Dios, no de otros semejantes o de ideologías. Nuestra misión es restañar heridas, curar enfermos, imponiéndoles el aceite sagrado: el óleo es señal de protección, para que la enfermedad, de cualquier tipo, no se anide en el ser humano. Nuestra misión es ayudar a Dios a recapitularlo todo en Cristo.