I.

El Segundo Domingo de Cuaresma, Ciclo B, desarrolla más pormenorizadamente lo que ya señalé en otra entrega con relación al tiempo litúrgico que celebramos: la conversión es dejar atrás la muerte, y abrazar definitivamente la Vida que viene de Dios. La reflexión que ofrezco para el día del Señor tiene que ver con las lecturas de mañana domingo, y los resultados de la Encuesta sobre las Condiciones de Vida 2017 (ENCOVI), promovida por algunos Centros Universitarios del país.

 

II.

Todas las lecturas coinciden en la realidad esencial que es la conversión, que luego desgranarán con sus respectivos matices. Abrahán se embarcó en la monumental empresa de colocar su confianza en Dios, cobijando en su corazón senil la promesa que Yahvé pronunciara de hacer de él y de su descendencia un pueblo grande. Por lo que al relato bíblico se refiere, la ambiciosa promesa se concretó en su hijo Isaac (el nombre significa «el que hace reír»). En un momento determinado de la mostración divina a Abrahán, éste considera que Dios quiere el sacrificio humano, a ejemplo de pueblos circunvecinos, que lo practicaban y «les iba mejor»; sin embargo, el Señor detiene su mano en el momento preciso, para hacerle entender que ama empedernidamente la vida de sus hijos, nosotros.

Que la opción fundamental del Padre sea a favor nuestro, genera una confianza sin parangón alguno: con Él a mi lado, no hay dificultad que no pueda superar. Nadie puede adversarme, pues el Señor Dios está en todo momento atento y dispuesto a tenderme su mano. Esta actitud de fondo conduce a la fe.

Finalmente, el evangelio de Marcos recoge el pasaje conocido como la Transfiguración del Señor Jesús: en compañía de sus mejores amigos, en presencia de su Padre representado en el monte alto, Jesús cambia de apariencia y recibe la visita de Elías y Moisés. El primero de los «invitados» representa la Vida que no conoce la muerte, sino que sube al cielo llevado en un carro de fuego; el mérito de Elías fue haber vivido abierto a Dios, sin mirar demasiado sus limitaciones humanas. Moisés, por su parte, representa a la profética, o sea a todos los amigos de los que el Señor se ha servido para hacer oír su voz en medio de su pueblo.

Esta escena suscita en los discípulos un profundo temor. Tal era el miedo producido por lo que contemplaron, que Pedro tomó la palabra para pronunciar un dislate: «no es necesario bajar del monte». Acto seguido, se oye una voz desde una nube —ya se había hecho sentir previamente— que recomienda hacer caso al Hijo amado. El pasaje se cierra como empezó: los cuatro amigos que descienden del monte, Jesús que pide no se comente a nadie el episodio hasta que resucite de entre los muertos, y los discípulos que se preguntan por el significado de esas palabras.

 

III.

Las lecturas de mañana domingo coinciden con la aparición de los resultados de la ENCOVI 2017. Quiero glosar algunos datos, para luego poder dar paso a discernir humildemente lo que Dios quiere de nosotros en semejante situación.

El estudio se pronunció sobre nuestra realidad alimentaria, donde se acentúa la desigualdad e inequidad, y un 80% de hogares se encuentran en inseguridad alimentaria; en Venezuela, 6 de cada 10 venezolanos han perdido unos 11 Kg de peso en el último año por hambre. Obviamente, los excluidos son los más afectados.

Al observar el tema salud, lamentablemente poseemos el peor desempeño en mortalidad materna en América desde 1998, la peor desprotección financiera de salud en el Continente, así como la mayor privatización de financiamiento de la salud. Esta realidad va en franco deterioro.

Por último, aproximado a la cuestión de la seguridad personal, rescato dos elementos de la investigación: en el país, 1 de cada 5 personas fue víctima de un delito el año pasado, y la violencia se apoderó del 90% del país.

No hay palabras que describan lo arrasado que está nuestro territorio, y la penuria que injustamente padecemos quienes acá vivimos.

 

IV.

Transitamos esta Cuaresma con un doloroso fardo a cuestas. No hay espacio o realidad donde dirijamos la mirada que no esté en proceso de deterioro, o lamentablemente en ruinas. Sin embargo, la política de Estado aún no aniquila nuestra dignidad ni nuestro sentimiento democrático.

Isaac ya está muerto en el corazón de su padre, Abrahán. Pablo es reo de muerte, cuando se dirige a los Romanos. Jesucristo va camino de Jerusalén para vivir su Pasión y muerte. Sin embargo, el niño «que hace reír» resucita en el mismo corazón que lo vio morir; el Apóstol de los gentiles —como también se le llama a san Pablo— lanza a sus oyentes una pregunta que lo que busca en último término es llenarlos de confianza, de esperanza; Jesús de Nazaret vivirá su Pasión, en calidad de Hijo amado: Dios no permitirá, a ejemplo de Elías, que la muerte lo haga por siempre su prisionero, sino que lo resucitará. Hará de Él Señor de esta historia, y Rey Pastor, Monarca a servicio de nuestras vidas.

Humildemente considero que hemos de asumir lo dramático y pecaminoso de nuestra realidad nacional, cargándola, padeciéndola incluso con el riesgo inminente de perecer en el camino, pero con la esperanza de que podemos convertirla en una realidad de vida. La Cuaresma es una buena excusa para ordenar lo que personalmente nos impide crecer; pero también lo es a nivel social: es la llamada a mantener viva la esperanza de la presencia de Dios, que no se deja ganar en generosidad, que hace florecer lo marchito de esta realidad, contando con cada uno de nosotros. Hay que optar por estar de parte del Señor, así como Él lo está de nuestra parte.

ENCOVI 2017 no se contenta con poner sobre la mesa los resultados del trabajo realizado, sino que también plantea una serie de soluciones puntuales y estructurales. A mi juicio es esta la actitud a observar.