Puerto Ordaz, 02 de abril de 2019

 

UNA ESPERANZA QUE SALVA

Comunicado a toda la familia Loyola Gumilla

 

Esta humanidad tiene la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la corrupción para obtener la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que hasta ahora la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto. Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro esperando la condición de hijos adoptivos, el rescate de nuestro cuerpo. Con esa esperanza nos han salvado. Una esperanza que ya se ve, no es esperanza; porque, lo que uno ve no necesita esperarlo. Pero, si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia. De ese modo el Espíritu nos viene a socorrer en nuestra debilidad (Romanos 8,19-26).

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Buen día a todos los presentes. Mi más profundo agradecimiento a todos ustedes, por haber asistido a esta reunión de suma importancia para el andamiento del Colegio. La lectura que inició el encuentro la tomé de san Pablo a los Romanos. El mensaje es sencillo: los seres humanos no queremos vivir presa de la esclavitud y la consiguiente muerte, la escasez y la incertidumbre, la conculcación de nuestros derechos humanos más elementales como puede ser, por ejemplo, la falta de agua. Ni Dios ni nosotros sus hijos queremos estar en esta zozobra, ahora cotidiana.

Pablo busca una razón que le permita entender el momento de sufrimiento y dolor que vive. Él comprende entonces que sus padecimientos son similares a los dolores del parto: el resultado del sufrimiento no es más sufrimiento, sino vida. Una vida nueva, que empieza todo desde el inicio. Buena parte de las aquí presentes pueden dar fe de que no hay experiencia humana tan dolorosa como dar a luz naturalmente. Al mismo tiempo, pueden dar testimonio de que la alegría que provoca cargar al hijo recién nacido, haga sí —casi automáticamente— que todo lo demás quede atrás.

Esperamos, pidiendo paciencia al Espíritu Santo, que esta nueva criatura nazca, es decir, una Venezuela apoyada en la libertad y la justicia, que degusta los beneficios de la paz y se encamina a un mejor futuro, gracias al esfuerzo sostenido de los que creemos y apostamos por ella. Deseo compartir con ustedes algunas ideas, nacidas al calor de lo vivido y padecido estas últimas semanas de marzo, donde tuvimos 8 días de clases, y 10 de jornada laboral.

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A veces tengo la sensación de que no vivimos en un país, sino que estamos inmersos en una telenovela, donde cada nuevo capítulo trae consigo una trama distinta. Sin ir muy lejos: buena parte de lo que nos tiene acá hoy, cambió con el anuncio del Ejecutivo sobre el reinicio de actividades escolares el día de mañana, 03 de abril de 2019. ¿De qué les quiero hablar entonces, si todo es tan fluctuante como un “culebrón” de televisión? Les quiero compartir algunas convicciones personales, algunos principios ignacianos y comportamientos institucionales, porque lamentablemente todos estamos claros de que nuestros “problemas” no se resolvieron con el comunicado oficial del día de ayer.

El Colegio Loyola Gumilla —ese es el nombre de “nuestro” Colegio, no tiene otro ni se guía por patrones de otros colegios, por muy pedante que suene, pero es así y por ser así es que marcamos una diferencia en esta zona— está concebido para brindar un servicio en condiciones normales, es decir, apegado a lo que el marco constitucional vigente determina como tal, de manera que gocemos de todos los beneficios que la ley nos otorga; por mucho que el ambiente imperante conculque la ley con arrebatos propios de brabucones, nosotros la respetamos y consiguientemente la acatamos.

Nosotros seguimos las normativas del Ejecutivo, desde el punto de vista educativo y laboral. Y dado que el Ejecutivo se ha pronunciado en ambos ámbitos, es que hemos seguido estos lineamientos, sobreponiéndonos a pareceres individuales o a la presión de algún grupo de Whatsapp. Acá no ha habido clases, porque así lo ha determinado la autoridad —quien desee contestar la legitimidad de esa autoridad, lo ha de hacer al margen de la dinámica propia del Colegio, salvo que desee el final de la Institución, cosa que muchos en la zona esperan ver—.

Desde hace rato ha vuelto a aparecer el tema del racionamiento. Racionamiento energético y recorte del horario laboral. Ambas medidas responden a los problemas presentados particularmente el mes pasado, alrededor del suministro de la energía eléctrica y el agua; mejor dicho: a causa de apagones que han puesto al país en una total oscurana, y a la falta de agua que ha colocado a la población de las grandes ciudades en un vía crucis injusto, con imágenes dantescas y muertos de las formas más insólitas. Pues bien, en este contexto, hay gente que ha dicho “¿Por qué si nosotros tenemos luz y agua, no podemos funcionar normalmente?”.

Esta pregunta la solventó ayer Nicolás Maduro —si lo entendí bien— cuando aseveró que cada zona educativa evaluara si las condiciones están dadas para continuar con el desempeño de las actividades escolares. ¿Se resolvió todo? ¿Podemos regresar a nuestra normalidad? Dejemos por un momento la cuestión de la reprogramación de lo que queda de año escolar, y volvamos sobre el tema del agua y la luz, porque es la otra cara de la moneda “reprogramación del año escolar”.

Para quien afirme que nosotros no tenemos problemas de luz y agua (consiguientemente, no tuvimos por qué haber suspendido actividades), hay que recordarles que lamentablemente el problema es mucho mayor. El problema es que nuestro rico pobre país está por el suelo. La falta de luz y agua es una pálida consecuencia de una pésima gestión en ambos servicios. En el pasado, el Colegio Loyola Gumilla ha dado clases sin luz y sin agua. Acá no hemos tenido clases hasta el día de hoy a pesar de haber tenido luz y agua, porque así lo determinó el Ejecutivo.

El Gobierno determinó igualmente un horario laboral; hasta establecer lo más normal posible nuestras actividades, suponemos que no tenemos por qué interrumpir el trabajo, al menos hasta las 2.00 pm de lunes a viernes. Aquí puede haber empleados sin alumnos, pero no podemos funcionar con alumnos sin empleados. Asimismo, el Ejecutivo dejó en manos del Ministro respectivo la reestructuración del calendario escolar. De esto no tenemos noticia alguna; hemos de prever no obstante que los horarios de clases pudieran verse afectados en algún modo, y que debamos modificarlos por enésima vez. Reitero que debemos esperar todavía que el MPPE se pronuncie a este respecto, para luego adecuarnos buenamente a lo pautado.

Reitero pues una primera convicción personal, ignaciana e institucional: nuestra razón de ser es sumarnos al proceso de ustedes, padres y representantes, de ayudarlos en la educación de nuestros hijos. Para ello, ofrecemos las instalaciones del Colegio, su personal y la espiritualidad que nos anima, en favor de nuestros chamos, quienes entran para aprender, y salen para servir.

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Habíamos calculado que esta situación incierta se prolongaría por más tiempo. A partir de mañana, podemos volver a nuestra otra casa. Pero no nos eludamos, ni nos ilusionemos demasiado. Recemos a san Ignacio, a san Judas Tadeo y a san Cristóbal, para que un poco de racionalidad prele en nuestro país, y especialmente en su dirigencia, y podamos llegar en santa paz a julio 2019.

Lo apenas dicho nos introduce en el tema de las guías. Éstas son una respuesta alternativa a la contingencia presentada. No deseamos guías, ni promovemos una educación a base de guías; tampoco les restamos importancia, precisamente porque ha habido un esfuerzo en su elaboración de parte de los docentes, y de parte de los muchachos. Fueron concebidas para hacerle frente al hecho de que los chicos no estaban asistiendo al Colegio, y no deseamos que su proceso educativo se detenga.

Las guías están compuestas de actividades que miran al repaso de contenido ya visto, pero también de investigación concreta, sencilla, que buenamente puede hacerse en el hogar, conscientes desde acá que no son el ideal educativo del Colegio, sino respuesta parcial al descalabro nacional que afecta también el sistema educativo. Algunas materias son de mayor dificultad para trabajarlas desde casa, especialmente si las guías comportan prácticas o contenidos nuevos.

No nos llamemos a engaño. Todo lo sucedido —y que aún no termina— repercutirá negativamente en la educación de nuestros hijos, que pudieran concluir el año académicos con deficiencias y falencias nocionales (de parte nuestra, hemos de ser más compresivos con la culminación del segundo lapso, y más flexibles y creativos para el tercero). Esta contingencia repercute ya en la educación presencial, pues pareciera que se quiere que pasemos de lo presencial a lo virtual, o en su defecto a una educación a distancia, o una vuelta al colegio de padres y representantes, que acaban haciendo las tareas de los chicos.

Por lo que respecta al contenido de las guías, verificamos la ausencia o mala elaboración de un instructivo más preciso que ayudara a planificar y distribuir las actividades (de continuar con este instrumento, habrá que especificar el alcance y el cronograma a seguir), establecer una hoja de ruta y el objetivo que se pretende con dichas actividades. Sin querer justificarnos, hay que reconocer que no estábamos preparados para esto. Porque el ambiente sociopolítico no nos da garantías de continuidad, no podemos descartar las guías; habrá que afinarlas para que se conviertan efectivamente en herramientas que marquen pautas.

Una nefasta irregularidad ya se ha observado alrededor de las guías. Es “nefasta” al comportar un grado de injusticia supino: padres y representantes con recursos económicos e iniciativa, junto con docentes necesitados de “matar tigres”, están solicitando y ofreciendo servicios a domicilio, al margen de esta Institución. Esto es corrupción dura y pura. Corrupción nefasta. Exhorto, con el máximo respeto posible, comprendiendo los motivos que llevaron a las partes involucradas a tomar esta medida, a que cese y pensemos más bien en “tutores” presentes en el Colegio, de llegar a darse otra interrupción de las clases presenciales, para consultas puntales.

En otro orden de ideas, había pedido a FUNDAEDUCA la suspensión de sus actividades mientras no se retomaran las clases. Me permito revocar esa medida, precisamente porque el contexto ha cambiado notoriamente: independientemente de que tengamos clases o no, FUNDAEDUCA puede seguir ofreciendo sus servicios, pues atiende otras dimensiones —artísticas, deportivas, refuerzo escolar, etc.— de niños que, no necesariamente pertenecen al Colegio. Retomemos entonces estas actividades a partir de mañana, y no las interrumpamos en lo absoluto, salvo que ocurra algún evento de fuerza mayor.

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Una última consideración que someto a su parecer tiene que ver con las mensualidades: corre el rumor bastante bien fundado de que el Ejecutivo aumentará el salario mínimo el primero de mayo. De parte nuestra, y precisamente a causa de esta contingencia, el pago fiel de la mensualidad garantiza la presencia de nuestro hermoso personal, que ofrece el servicio de colaborar con padres y representantes en la educación de nuestros hijos. Debo afirmar que el Colegio no se ha detenido un solo día; no ha interrumpido el servicio que ofrece. El Colegio ha acatado una orden, pero no se ha detenido (piénsese, por ejemplo, en la presencia puntual de responsables para la elaboración de las guías).

Hay comentarios catárticos —pocos, gracias a Dios—, ante la impotencia que provoca la incertidumbre de estos días, que afirman “yo gasto, pero no recibo el servicio”. Mi más sincera comprensión a quienes así piensan y opinan; sin embargo, me permito puntualizar lo siguiente: el personal obrero, administrativo y docente está subsidiando el estudio de nuestros hijos, especialmente a partir del mes de febrero.

El Colegio aumentó al cien por ciento el salario de todo el personal, sin llamar a Asamblea y sin contar con un préstamo bancario, pues ahora el encaje a que el Ejecutivo ha sometido a la banca privada, le impide conceder préstamos. Este aumento se adelantó al que se dará en mayo. Todo esto viene a colación en los términos siguientes: la impotencia que pruebo ante tanto atropello e incertidumbre, lo puedo canalizar en más y más apoyo al Colegio, al que he echado en falta particularmente en estos días.

Estamos por llamar a Asamblea. Espero que la respuesta se corresponda y dé con el mismo ahínco con que deseamos el regreso a clases de nuestros hijos.

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            Hoy día hay una debilidad que juega en contra nuestra: la impaciencia —justa, por otra parte— de que esto se normalice pronto. Yo también lo deseo y quiero y sueño; pero me armo de paciencia. Soy un hombre que espera, y promuevo la esperanza divina, o sea, predico que aquello que tanto anhelamos se hará realidad. No nos desesperemos. Tengamos fe. Aumentemos nuestra esperanza. Pidamos el auxilio del Espíritu Santo, para que nos auxilie en nuestros momentos de flaqueza. Esperemos, soñemos y trabajemos a través de la educación por una Guayana y una Venezuela siempre mejor.

 

Luis Ovando Hernández, s. j.
Rector