Puerto Ordaz, 19 de agosto de 2019

 

¿Por qué tanta bulla, ciudad divertida, si todos tus jefes desertaron?
(Isaías 22,2)

 

Estimada Familia Loyola
¡La paz de Cristo!

 

 

El Colegio poco a poco adquiere una fisonomía menos vistosa a medida que nos preparamos para el cierre del Año Académico 2018-2019. Año que, como es bien sabido por la mayoría de nosotros, ha estado lleno de pasos consolidados de parte nuestra, retos superados o por superar, y unas cuantas realidades que no cubrimos por motivos varios.

Personalmente, puedo dar constancia de conocer decentemente las distintas dinámicas que componen nuestro día a día; este conocimiento me viene del compartir la vida con quienes pasamos buena parte de nuestras existencias en el Colegio, nuestra casa. Aplaudo con decisión todas aquellas que favorecen y refuerzan las competencias educativas que pretendemos trasmitir, y consolidan los valores ignacianos que determinan nuestro Norte. En consecuencia, en este escrito miro con más atención las dinámicas que contradicen lo anterior, pues deseo comprenderlas más hondamente, de modo que emerja la razón última que las vio nacer.

El conocimiento adquirido sobre el origen de algunas “tradiciones” servirá posteriormente para la toma de decisiones, es decir, si conviene o menos seguir apoyando tales “tradiciones” que, en sus manifestaciones concretas no hacen sino reforzar aquello que abiertamente no apoya el Colegio.

Me decidí entonces a compartir con ustedes algunas conclusiones a que he llegado, con la esperanza de que compartiéndolas, podamos todos acordar lo que más conviene para reforzar el proceso educativo de nuestros hijos, que fue el motivo que los animó a ustedes a inscribirlos con nosotros. Estas conclusiones tienen que ver con la bulla. Lo hago al cierre del Año Académico, porque pretendo tomar las riendas del tema apenas demos inicio al 2019-2020, con la ayuda de Dios.

Estas conclusiones están dirigidas primeramente a los padres y representantes, que al parecer son quienes más defienden la bulla. Y con ellos, a todos los demás. Al ser un escrito propositivo, desearía que padres y representantes antiguos alumnos recordaran cómo fue la bulla que ellos protagonizaron, rescaten lo valioso de la misma, y lo tomen en cuenta en sus opiniones.

 

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La bulla nació en el Colegio Loyola Gumilla como una especie de “cierre de campaña” de las planchas estudiantiles. La elección del “Centro de Estudiantes” se llevaba a cabo mediante planchas, de manera que los alumnos podían conformarlas, independientemente del año académico que cursaran para el momento de la postulación. La bulla suponía “quemar las naves”, pretendiendo con ello captar votos a través de una manifestación pública, vistosa y colorida: una bulla, pues.

Con el correr del tiempo, y ante situaciones insostenibles causadas por las planchas, se optó por conformar la ELA de la siguiente manera: su Presidente estaría representado por un estudiante del último año de bachillerato. La vice-Presidencia la ocuparía un estudiante del cuarto año de bachillerato. El Deporte recaería en un alumno del tercer año. De la Cultura sería responsable un alumno del segundo año, y de la vocería uno de primero. Así se ha venido funcionando hasta el presente.

Llegué al Colegio en septiembre de 2017. Tuve ocasión de presenciar mi “primera” bulla, quedando absolutamente impactado de manera negativa. No me pronuncié mínimamente porque deseaba entender aún más a qué respondía semejante manifestación. En 2018 fui testigo de primera mano de mi segunda bulla, ya en calidad de Rector. Los frutos recogidos dejaban mucho que desear. Con dos bullas a cuesta, ahora sí me atrevo a dar mi opinión a este respecto, además con la firme intención de establecer un diálogo con todos los implicados e interesados, con miras a mejorar esta “tradición”, antes de asomar la idea de su suspensión, pues hablando honestamente no capto el objetivo que ha cumplido esta actividad hasta el día de hoy, pero sí noto los problemas que ocasiona y la malversación de tiempo y dinero, de energías físicas y psicológicas.

 

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La bulla es la exacerbación de la adrenalina para, una vez llegada “a punto de caramelo”, se “abran las compuertas” y se vuelque esta adrenalina en el grupo contrario. Me explico a partir de lo que YO HE VISTO.

La bulla se da en un espacio pequeño y cerrado. Allí se ubican los grupos de cuarto y quinto año, respectivamente, uno frente al otro. A ruido de tambores, consignas, canciones y otras manifestaciones, los ánimos se caldean poco a poco, hasta llegar a un desboque de vulgaridades, maledicencias, volantines ofensivos, groseros, soeces, procaces. Algunos estudiantes más atrevidos que otros acortan distancias, yendo a encarar a sus “contrarios”, para a punta de gritos a todo gaznate, demostrar quién prevalece sobre el otro.

El espacio donde se desenvuelve la bulla en dos recesos, está decorado por pancartas de varias dimensiones. Las más vistosas, es decir, las más grandes, están maravillosamente pintadas: colores, tonalidades, proporciones, fondos y trazos cumplen con todas las reglas propias del arte que las expone. Ahora bien, el contenido de esas pancartas pareciera ser la publicidad de los Avengers, o de Netflix: vikingos y héroes mitológicos, Thanos, Thor y hasta un payaso asesino, ambientaron las bullas en que participé. Me permito preguntar a esta altura de mi comunicado: ¿Qué tiene que ver el ideario ignaciano con It, el killer clown? Por otro lado, la decoración que busca ambientar la bulla daña la infraestructura del Colegio, especialmente las paredes del edificio.

A la bulla asisten padres y representantes, y antiguos alumnos. Soy testigo agradecido de padres y representantes que aman al Colegio de palabras y con obras: gente que procura una buena expresión de la bulla, atenta a los más menores detalles, cuidadora de los espacios y de los chicos. Qué hermoso es tener personas como ustedes entre nosotros, pues son acicate para nuestra colaboración en el ámbito educativo. Asimismo, existen padres y representantes que buscan repetir “su” bulla mediante la bulla de su representado: personas que rayan con la inmadurez, que pretenden dar un salto atrás en el tiempo para “completar” lo que no pudo hacer en su bulla, o revivir su bulla o sencillamente competir con su hijo. Es pesadamente triste tener que reconducir a estos padres y representantes al rol que les corresponde jugar ese día. Algo similar pudiera afirmar de la presencia de antiguos alumnos entre nosotros el día de la bulla.

Finalmente, estamos los docentes y coordinadores, en plan de referees: literalmente en medio de los alumnos, cual muros de contención humanos, evitando que la adrenalina se salga de su curso y tengamos escenas que lamentar. He vivido mis dos bullas con temor y temblor, como diría el filósofo. Temor, porque un hijo nuestro pueda pasar los límites establecidos, a causa de la euforia del momento que pone en duda todo. Temblor, por la indignación que pruebo ante esa manifestación que se despacha por “tradición” Loyola. No estoy dispuesto a continuar ejerciendo el papel de árbitro, para que nuestros hijos tengan una bulla “pacífica”.

¿Qué queda después de la bulla? Quedan nuestros muchachos contando cómo les fue, y generalmente se trata de un relato divertido para ellos, aunque realmente la bulla deje poco en sus protagonistas. Pero también quedan rencillas sin restañar entre algunos alumnos de cuarto y quinto año. Quedan constancias de mofas contra algunas familias Loyola, a través de la divulgación de versos compuestos por asuntos personales delicados de los miembros de estas familias, tratados sin la menor consideración. Queda la basura y unos padres encorvados, gustosamente recogiéndola (todo mi respeto y consideración para con ellos. Gracias ¡Loyola valientes! Gracias Loyola anónimos, hermosos y amados padres y representantes, que demuestran que las mejores palabras son los hechos). Queda una gran cantidad de padres y representantes rondando entre las aulas, pretendiendo dar indicaciones a los docentes durante las horas de entrada – salida de los alumnos a los salones de clases. Aunado a lo anterior, se busca entrar en las aulas para suministrar refrigerios, agua o refrescos a los estudiantes interrumpiendo las actividades académicas, porque sencillamente las clases no se suspenden el día de la bulla.

Ante todo esto, queda el compromiso por mejorar la dinámica, no en el sentido de que sea más estrambótica, sino de que sea más ignaciana y de que marque una impronta digna de llevar el nombre de “tradición”.

 

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En la Biblia aparece un evento que pudiera equipararse con la bulla del Colegio. Para no extenderme demasiado en este comunicado, me refiero al versículo que me interesa resaltar, y que sirve de título del escrito: el pueblo forma una alharaca ilógica, según el profeta Isaías, pues la misma no se corresponde con la realidad. El bullicio de una ciudad que no duerme tendrá que vérselas después con la constatación de que sus dirigentes escaparon. La diversión es efímera porque deberá chocar con la realidad, es decir, no es una verdadera celebración porque no hay sencillamente nada que celebrar.

Ese pasaje me ha puesto a reflexionar mucho. Dos bullas serían más que suficiente como para determinar su cierre: no tienen razón de ser en primer lugar, pues no hay “campaña” que concluir. En segundo lugar, lo que son en realidad dejan mucho que desear. Dos bullas serían también una buena ocasión para pensar en una manera más creativa de replantearlas, empezando porque las pancartas reflejen efectivamente valores educativos e ignacianos, desde la óptica de los alumnos. Hay que idear formas de manifestar la chanza, pero sin recurrir a la vulgaridad o la ofensa crasa: hay maneras inteligentes de divertirnos todos. La cuestión es dar con ellas.

Reitero lo dicho anteriormente. Me parece que estamos en una ocasión privilegiada, que no podemos dejar pasar sin incidir en ella. Podemos mejorar esta manifestación hasta que se convierta en una auténtica Tradición, que motive a generaciones venideras a volcar toda su creatividad para entretenimiento de toda la Familia Loyola. Para ello, debemos remover dinámicas negativas enquistadas y rechazar la chabacanería. Para ello, debemos convenir en que todos queremos una bulla distinta, a diferencia de sus ediciones pasadas. Para ello, debemos darnos cuenta que “la agenda” de la bulla la colocamos quienes amamos todo lo que conlleve crecimiento intelectual y espiritual, y no otros.

 

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En consonancia con el apartado anterior, pongo sobre el tapete una serie de SUGERENCIAS sobre las que estoy dispuesto a sentarme para “afinar mejor el instrumento”, como diría san Ignacio de Loyola. No son normas o pautas ya establecidas, sino puntos de agenda para discutir con todos aquellos que se sientan involucrados en la bulla. Estas sugerencias pueden enriquecerse con otras; al final del proceso, una vez oído a todos, será responsabilidad mía decidir cómo se desarrollará la bulla. Dejo en claro un punto: la bulla 2019-2020 no puede ser una repetición de las ediciones anteriores, y no me refiero a sus manifestaciones más superficiales, sino a su esencia misma, a su razón de ser y al objetivo al que apunta.

Las sugerencias que siguen a continuación no sustituyen las normas pautadas por el Departamento de Actividades Complementarias; más bien, consiste en abordar desde otro ángulo una única realidad, es decir, una misma actividad, que se desenvolvería en un día y fuera del horario de clases.

 

  1. Volver al sistema de planchas para la elección de los miembros de la ELA. Solo así la bulla recuperaría su razón de ser; lo otro sería desvincular la bulla de la elección, pues no guardan relación alguna, y tratarla como una Tradición cultural del Colegio Loyola Gumilla. Al ser una Tradición Loyola, no puede seguir presentándose como lo ha hecho hasta ahora.
  2. Realizar la bulla en el mes de noviembre. Si la situación del país es la que viene desenvolviéndose, nos conviene a todos dar inicio cuanto antes a los contenidos programáticos de las materias que nos competen. La bulla puesta en octubre no hace sino desviar la atención de los jóvenes.
  3. Que la bulla se lleve a cabo un sábado, en los terrenos de la cancha número uno (o en la cancha techada), en horario de 8.00 am a 12.00 m.
  4. Elaborar pases de ingreso e identificación, para limitar el acceso a personas ajenas al Año Académico 2019-2020. Se aumentaría el número de oficiales, para garantizar una mayor seguridad ese día.
  5. Iniciar con una Misa para todo Bachillerato; inmediatamente, se da continuidad con las actividades programadas.
    • Presentación y desvelamiento de las pancartas. El contenido de todas las pancartas debe abarcar principios educativos e ignacianos, al igual que la simbología puede versar sobre el tesoro que es el Colegio Loyola o representar el programa de los candidatos a cada función de la ELA. Las pancartas de grandes dimensiones han de ser revisadas por los Consejos Técnico y Directivo, por algunos padres y representantes de 4° y 5° año respectivamente, que deseen participar en el proceso, por los representantes de la ELA 2018-2019 que continúan en el Colegio, y por algunos alumnos representantes de 4° y 5° año. Al final del proceso, es mi responsabilidad aprobar la exhibición de las pancartas.
    • Presentación y discusión de los programas de los respectivos candidatos. Para ello, podemos contar con las instalaciones del teatro. Las propuestas de los candidatos han de ser revisadas previamente por los Consejos Técnico y Directivo, para evitar propuestas insulsas como pudieran ser alargar los tiempos de receso o la negociación de las calificaciones, por decir algo. Al final del proceso, es mi responsabilidad aprobar las propuestas partiendo de la sindéresis que las componen.
    • Realizar un desfile en la cancha número uno. En el desfile, los candidatos pueden formar parte de sus respectivas barras. Las consignas han de realzar las virtudes de los candidatos. Al tratarse de un espacio abierto, las barras pueden llevar los instrumentos musicales que deseen, para animar la actividad.

 

Invito a todos los que buenamente deseen conformar un equipo para discutir estas sugerencias u otras que se presenten en esa instancia. Son miembros “naturales” de este equipo los Consejos Técnico y Directivo, y después todos los que quieran sumarse.

La mayoría de las actividades reposan sobre la responsabilidad y el empeño de la propia palabra. Lamentablemente, fui testigo este año que culminó de una conducta inapropiada por parte de uno de los nuestros que, haciendo caso omiso a las observaciones que se le hicieran a su discurso, leyó públicamente el escrito original, pero no con las observaciones realizadas, obviando inclusive las correcciones de ortografía y gramática. Mi condición no me permite no seguir creyendo en las personas. Siempre he de dar un voto de confianza, al tiempo que soy el garante primero y último de los valores educativos e ignacianos que el Colegio representa y trasmite. En tal sentido, entiendo que mi misión en la práctica es custodiar dichos valores, a través de medidas concretas y consensuadas.

Le pido al Buen Dios nos enseñe a descansar en su presencia. Las vacaciones son realmente reparadoras cuando incluyen algo de lo que solemos hacer durante el año. Tan satisfactoria y reparadora como la playa es una buena lectura, o un encuentro familiar donde fluye el diálogo auténtico, o la visita de espacios que nos están vedados en nuestra rutina diaria. Que este Dios que ama lo bueno, lo bello y lo verdadero, nos bendiga abundantemente y nos cuide permanentemente.