I

Hay quien sostiene que el sentimiento religioso hizo acto de presencia entre los seres humanos a través de la cacería. El hombre agradecía al mismo animal cazado por procurarle su sustento; lo respetaba, y elevaba “una plegaria” de agradecimiento y de petición que no le faltara más. Desde el punto de vista de Dios, en nuestro caso, él tomó la decisión de revelársenos, mostrándonos sus designios.

Toda religión que se considere “seria”, posee algunos rasgos comunes. Cito dos, porque están íntimamente relacionados con las lecturas del domingo próximo. El primer rasgo común es que hay una relación entre Dios y el hombre; el segundo rasgo común de todas las religiones es que, en dicha relación, suelen haber mediadores.

 

II

                Las normas que rigen el día a día del pueblo elegido por Dios se fundamentan en las palabras que el Señor ha dirigido al interlocutor que él mismo se ha creado. Para poder dialogar con los hombres, el Señor ha tenido antes que crear unas “condiciones” para que dicho diálogo acontezca; la principal de estas condiciones es la libertad. Israel habla con su Dios, porque éste “liberó” los oídos de su gente. Las reglas buscan en definitiva el bienestar de las personas, que mantengan los éxitos logrados, y los expandan de ser posible. Para el caso que nos ocupa, las reglas son dos: hay un único Dios, y a él hay que darse totalmente, en cuerpo, alma y corazón. Nada más.

Por otro lado, la Carta a los Hebreos aborda la esencia “sacerdotal” de Jesús, que pretendo aclarar en pocas líneas. Dije anteriormente que toda religión tiene “intermediarios”, porque existía la creencia de que toda aproximación directa a Dios acarrearía la muerte, entre otros motivos a causa de la “impureza” del hombre; era menester entonces contar con hombres “puros” que ejercieran la función de agradecer y pedir a Dios, en nombre de los demás. Un modo de purificarse de los sacerdotes de esa época, era ofrecer sacrificios expiatorios por los propios pecados, es decir, antes de ofrecer algo a Dios, debían buscar antes el perdón sobre las propias faltas cometidas. Es así hasta que llega Jesús de Nazaret, que no necesita ofrecer sacrificio alguno, pues, al ser el hombre que viene de Dios, conoce muy bien lo que divinidad y humanidad significan. Él es el único y verdadero mediador entre Dios y nosotros.

El evangelio de Marcos recoge y amplía el mensaje de la primera lectura: un “escriba” —un hombre con mucha educación y cultura—, se aproximó a Jesucristo y lo interrogó sobre el mandamiento más importante. El señor Jesús responde: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos”. El hombre coincide con Jesús; finalmente, el Señor Jesús le dice que no está lejos del Reino de los cielos.

 

III

                De todo lo anterior deseo rescatar un par de ideas como reflexión final. La primera es que Jesús continúa enseñándonos como ser sus colaboradores en su misión de “mediador” nuestro ante Dios, y viceversa. Él enseña a sus discípulos, y su enseñanza es la indicada, es correcta. La novedad de Jesús no radica en acabar con lo dado; su novedad está en ofrecer el sentido original de todo cuanto posee el pueblo, especialmente a nivel de enseñanza.

La segunda idea se desprende de la primera: desde que Dios “se hizo” un pueblo, y este pueblo aceptó a Dios como su Señor, no existe nada más importante en la vida de este pueblo que el amor total por Dios, y no hay nada más importante que la vida y el respeto por las demás personas que nos rodean. La enseñanza de Jesús es la que enseñó también Moisés, o sea, hay que ser y estar cercanos a Dios y a los demás, siempre.