I.
A principios de los ’90 el grupo italiano de música “Neri pero caso”, causó furor al interpretar sus canciones completamente “a capella”. Entre sus éxitos, hay uno titulado “Centro di gravità”. La letra habla del deseo de descubrir un centro gravitacional permanente, para no cambiar de opinión sobre las cosas y las personas. Algo de esto puede estar detrás de las lecturas de mañana Domingo V de Cuaresma. La bondad de dicho centro de gravedad es que me aporta un conocimiento sólido.

II.
La primera lectura está tomada del libro del profeta Jeremías. En el pasaje, el profeta señala que se aproxima el día en que el Señor establecerá un nuevo Pacto con su pueblo. A diferencia de la Alianza con Moisés, que finalmente fue recogida en las piedras de la Ley, ésta será esculpida en el corazón de cada ser humano. Asimismo, de este Pacto nacerá un conocimiento tal de Dios, que no será necesario instruir a nadie, pues todos sabrán la gran verdad, que Él es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo.
Por su parte, la Carta a los Hebreos apunta a una de las interpretaciones de mayor aceptación sobre la misión de Jesús entre quienes se dedican al estudio razonado de la fe cristiana: Él es “mediador”. Jesús, a diferencia de muchos hombres investidos de autoridad, pone de lado su condición de Hijo de Dios, y acepta la pasión que está por afrontar. Resultado de este modo de ser suyo, es que se convierte en nuestra salvación.
Por último, el evangelio de Juan coloca a Jesucristo en Jerusalén, en las fiestas pascuales. En este contexto, hay personas que quieren verlo. Los apóstoles Felipe y Andrés interceden por éstos, y Jesús responde con un discurso enigmático, al relacionar su muerte en cruz con la Mayor Gloria de Dios. En este pasaje, se oye la voz divina, que ya se había hecho sentir en el bautismo y en la transfiguración del Señor. El pasaje se cierra con las palabras de Jesucristo de que nos atraerá a todos hacia Él, cuando sea elevado.

III.
La semana próxima nos coloca de lleno en la Semana Mayor, con el tradicional Domingo de Ramos, que abre el misterio de la vida de Jesús entre nosotros.
Próximos pues a vivir más intensamente el Misterio Pascual, reaparece el llamado a nuestra propia responsabilidad. Este llamado está hecho al centro de la persona, al corazón de cada uno. En la cultura donde nace el Señor, se considera que el centro de gravedad de la persona está —simbólicamente representado— en el corazón: es en lo más íntimo de nuestro ser donde Dios grabó su Verdad, imprimió la Unión establecida de manera indeleble, que hace sí que aspiremos a ser siempre mejores, y a que lo exijamos del país y de los gobernantes donde vivimos. No es suficiente con que “yo quiera ser mejor”, sino que junto con esta voluntad como palanca, también estén dadas las condiciones beneficiosas para la consecución de tal fin.
Jesucristo, constituido en Mediador entre Dios y nosotros ha desplazado el modo como hasta entonces el pueblo se relacionaba con su Dios: los sacrificios de animales dan paso a la entrega del Cordero de Dios, como también se le conoce a Jesús, y así es presentado en el evangelio de Juan. Él está capacitado para llevar hasta Dios lo que son nuestras oraciones de agradecimiento y súplicas, porque ha conseguido penetrar inefablemente el misterio que es Dios, y el misterio que igualmente somos nosotros: ser Dios, no lo lleva a apartarse de nosotros; ser hombre, no lo conduce a vivir de espaldas a Dios. Jesús es —como dijo alguno— el modo humano como Dios nos ama. Acá se muestra de manera más patente el “centro” que es Jesús.
En el evangelio de Juan se da una dinámica pintoresca y que se puede verificar leyendo este libro de manera narrativa, o sea, como si se tratara de una historia o un cuento: cada vez que Jesús se aproxima a Jerusalén, halla en su camino gente con menos fe; cada vez que el Señor se aleja de la Ciudad Santa, se encuentra con manifestaciones de fe mayores. ¿Qué se quiere decir con este curioso recurso? Pareciera ser que Dios ha cambiado su “centro de gravedad”, otrora en Jerusalén y ahora representado en el mundo entero, en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en aquellos que a pesar de no ser judíos “quieren ver a Jesús”.

IV.
Si tú, lector, estás buscando un centro de gravedad para tu vida, con humildad te digo que tu corazón es tu centro gravitacional. Lo que hay que revisar es lo que llevas en él, cuál es su contenido: si es un corazón “cultivado”, o más bien está echado al abandono.
Creo con sencillez que “mediador” no es sinónimo de “imparcial”, sino de “parcialidad lúcida”: generalmente el rol está relacionado con escenarios de negociación, donde el mediador debe jugar el papel de “haz de la balanza”. A mi juicio, el mediador lúcido es aquel que en toda negociación salvaguarda los intereses de los excluidos, de los que claman justicia, de los que mueren por desnutrición, o por falta de medicamentos, o en manos de la violencia sin límites. El mediador devuelve al centro a los extremos, cuando percibe que los intereses de los pobres de Yahvé están amenazados seriamente por tales extremos.
Por último, el centro de gravedad permanente y el magnetismo que pueda ejercer, no está primeramente representado en estructuras, instituciones o lugares, sino en la fe que profesemos al Crucificado. Él es últimamente nuestro centro de gravedad, alrededor suyo orbitamos, y su belleza revelada en su entrega ejerce un magnetismo en nuestras existencias, porque, cuando fue “elevado” en su Cruz, nos atrajo a todos hacia sí.
Por lo que respecta a la Gloria de Dios, ya Mons. Romero dijo que “la Gloria de Dios es que el pobre viva”, interpretando a san Ireneo. Recuérdalo, mediador lúcido.