I.

San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús —o Padres Jesuitas, como también se conoce a esta Orden Religiosa Católica—, dice al final de sus Ejercicios Espirituales, un manual “para buscar y hallar la voluntad de Dios, y una vez encontrada, cumplirla”, la frase que sirve de título a la reflexión del V Domingo de Pascua: “El amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras”. Sobre esto quiero reflexionar hoy.

Nos aproximamos sostenidamente a la celebración litúrgica de la venida del Espíritu Santo, cuya función en relación con Dios Padre es ser canal natural de comunicación, mientras que en relación con el mundo es la acción de Dios gracias a nuestro actuar en la realidad. El Espíritu Santo es siempre comunión y acción.

 

II.

La primera lectura está tomada de los Hechos de los Apóstoles, o la saga de la iglesia primitiva dirigida por el Espíritu Santo, de modo que su predicación se convierte en historia de salvación para el momento que le toca vivir. Dentro del actuar de esta única comunidad, hace acto de presencia Pablo, de quien se servirá el Señor Jesús para dar un impulso definitivo a la misión de llevar la Buena Noticia a todos los pueblos.

La segunda lectura pertenece a la primera carta de san Juan, en quien san Ignacio se apoya: “no hay que amar de palabras ni con la boca, sino con las obras”. Esta concreción del amor permite a quien lo practica, vivir de acuerdo con la verdad, con recta conciencia: cree en Jesús, y ama a sus semejantes siguiendo su ejemplo.

El evangelio también le pertenece a Juan. Estamos en el capítulo 15, inscrito dentro de las palabras de despedida de Jesús, pues, al terminar de hablar, va camino a su pasión y muerte. Quienes hemos pasado por ese trance, sabemos que todo cuanto digamos, será solo y únicamente la verdad. Jesús expresa su verdad valiéndose de una parábola agrícola: “Yo soy la mata de uva, ustedes (los discípulos de todos los tiempos) son los racimos de uva, y mi Padre es el cuidador de este arbolito”.

 

III.

Saulo es un fanático. Cree que está del lado correcto de la historia, y los que no piensan o creen como él, están equivocados y merecen incluso morir. Es un fanático pues ha separado la fe que profesa en Yahvé de su cultura, de modo que el devenir de la realidad está divorciado de su relación con Dios. Como todo fanático, está convencido de que él sí “ve”, y los demás están ciegos; pero él es el ciego. El odio lo enceguece, impidiéndole abrirse a la Verdad que es Jesús, a quien persigue rabiosamente.

A quien se consideraba “estar claro”, Jesús le retira “esa visión”, lo deja “ciego” para que pueda finalmente reconocerlo. Con ojos nuevos, Pablo es introducido en el círculo de los Apóstoles, porque sus obras precederán a sus palabras, hasta el punto de poner en riesgo su vida. La verdad encontrada en Damasco, hará que esté dispuesto a dialogar con cualquier ser humano, si con ello consigue ganarlo para Jesucristo y su causa.

Por su sencillez lexical, el evangelio es hermosamente comprensible. Jesús habla desde unos parámetros conocidos por el pueblo de Israel. Son muchas las recurrencias a la imagen viña-viñador para representar la relación que Dios establece con su pueblo (Cf. Isaías 5,1-4). Sin embargo, saltan inmediatamente a la vista dos diferencias considerables.

En primer lugar, está la persona del mismo Jesús, que forma parte de la viña. Él es la vid, no está separado de nosotros, sino que forma parte nuestra y nosotros de Él. Dios asume la figura del viñador, y nosotros somos los sarmientos, los gajos de uva de la vid que es Jesús. En segundo lugar, acá no se trata de “dar frutos”, sino de “permanecer” unidos a Jesús, permanecer abrazados a la mata de uva. Es el mayor fruto que se espera de parte nuestra, y que recoge Juan en su carta cuando dice “creer en su nombre”.

En 8 versículos que componen el evangelio, por igual número de ocasiones se repite el verbo “permanecer”. En Isaías, Yahvé-viñador espera que Israel-viña dé frutos de justicia, y deteste la iniquidad; esto no sucede, no obstante Israel se autoproclame defensor de la justicia y la paz, porque está lejos de Dios. En Juan, Jesús-vid nos dice a nosotros-sarmientos que “permanezcamos” siempre unidos a Él: este es el fruto que hará realidad todos los demás. Permanecer amarrados a su cuello hará que nuestras palabras y obras caminen de la mano.

 

IV.

Para dar frutos hay que estar unidos a Dios, agarrarse a él y no soltarse; de suyo esta actitud es el fruto esperado. Ahora bien, esta actitud desencadena igualmente una dinámica de producir más fruto, tan permanente como permanente es el consejo de Jesús de Nazaret. Si llegamos a este grado de relación, dándole su debido espacio e importancia, seremos testigos de la coherencia en nuestras vidas, pues nuestras acciones hablarán por sí solas.

Finalmente, en el evangelio aparece otro elemento digno de consideración, por muy mínima que ésta sea. En la imagen de la vid y los sarmientos se afirma que algunos de éstos son podados para que den más fruto. La poda es una especie de acto doloroso infringido sobre el árbol, para que éste se robustezca y dé fruto en abundancia.

No justifico en modo alguno todo el descalabro estructural al que nos condujeron. Me afecta en primera persona, y me duele ver a mi gente sufrir semejante situación. Sin embargo, detrás de esta empecatada calamidad, también intuyo hay una poda divina para que dé más fruto: permanecer unido a Jesús sin reservas ni condiciones, hablar menos de hacer el bien y vivir el amor, y ponerlo más en práctica. Si los menciono, es porque quiero que mis acciones se inscriban en este horizonte. Así lo permita el viñador.